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martes, 21 de junio de 2011

PEDACITO DE MAR, por Rocío Troyón, de Buenos Aires, Argentina


Miré alrededor y como nadie me estaba observando no dudé en robarme un pedacito de mar y guardarlo en mi bolsillo. Mi mamá siempre dice que "vergüenza es robar y que te vean", así que ni tuve que ponerme colorada.
            El problema fue que el mar estaba un poco apretado. Por momentos se asomaba y tenía que cubrirlo con la mano o ponerme la mochila de lado para que no se escape. Al mismo tiempo debía controlar la sonrisa delatora que se había apoderado de mi cara ante tamaña locura. No sólo estaba faltando a uno de los diez mandamientos y cometiendo un acto delictivo, sino que estaba entusiasmada de hacerlo y la adrenalina recorría mis venas aumentando los latidos sin precedentes. El corazón por la boca, como dicen. Sentía que todo el mundo escuchaba ese bombeo descontrolado.
            Entonces empecé a cantar para disimular el ruido cronometrado que no dejaba de sonar. Pero nunca fui buena para desenvolver muchas actividades al mismo tiempo: caminar, cantar, escuchar mi corazón y el pedacito de mar que seguía amenazando con frustrar mi objetivo. Sin embargo, la suerte estaba echada y, sin saberlo, estaba echada a mi favor.
            Cuatro chicos que estaban jugando al tejo a metros de la orilla me miraron con recelo cuando pasé cantando y con la mano tapando el bolsillo, pero bastó mi sonrisa de niña para disipar las sospechas. Así también un hombre que estaba pescando lanzó una mirada fulminante para callar la voz que estaba ahuyentando sus presas, pero evadí su fusil y seguí mi paso a ritmo con esa ansiedad que te consume al acercarte a la gran meta.
            Lejos ya de la playa, saqué el pedacito de mar de mi bolsillo para asegurarme de no haberlo aplastado a causa de los nervios. Estaba en perfectas condiciones. ¡Qué emoción! En sólo media hora había conseguido lo que ninguna religión, invento tecnológico ni algún loco científico lograron hasta el momento: la fórmula de la felicidad. Llegué a casa cuando el viento terminó de secar mis lágrimas, puse el pedacito de mar bajo la almohada y prometí atesorarlo en secreto para siempre. A veces hay que ser un poco egoísta para ser feliz.



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