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viernes, 24 de junio de 2011

AIRADOS E INDIGNADOS, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España

Por violencia entiendo la pena y el dolor que obligan a uno a cambiar de parecer.
Platón, La república

En toda sociedad hay una serie de premisas asumidas que ni se discuten ni se critican, y que todos sus componentes aceptan como verdades universales e inmutables. Es la filosofía no escrita, filosofía con la cual, al parecer, toda la sociedad está de acuerdo, y que, por lo mismo, rara vez se revisa o se cuestiona. Así hace años se echó tierra, enseguida, sobre una polémica que ni llegó a surgir. Se produjo dicha polémica por un supuesto caso de explotación sexual juvenil. La sociedad, ante dicho caso, y como no podía dejar de suceder, se rasgó las vestiduras indignándose y escandalizándose por el abuso sexual a unas menores. Un joven profesor entonces, fallecido no hace mucho, se indignó contra lo que consideraba una terrible hipocresía de la sociedad: “Esta -clamó indignado- ni se moviliza ni abre la boca cuando a personas jóvenes las tienen en fábricas o en talleres trabajando doce horas diarias y con un sueldo de miseria; es un tabú; no lo hacen porque se ganan el sueldo con sus manos y sus ojos o sus pies; pero si lo hacen con otras partes del cuerpo, aunque estén muy bien pagadas, entonces, ¡válgame Dios! allí se puede montar la de Dios es Cristo”. Y así fue, y así sigue siendo. Como decía dicho profesor de cintura para arriba todo está permitido, y a partir del ombligo, es tabú. ¿Cabe mayor necedad? Es, por supuesto, una filosofía rara vez discutida.
Algo similar sucede con la violencia. Siempre que se habla de esta se presenta la terrible imagen de los insultos y los improperios, de la sangre y de la muerte. Parece ser que si uno de estos componentes falta, la sangre y la muerte sobre todo, ya no hay violencia. Así es violento increpar a una persona, pero no hay violencia en el saqueo sistemático, y casi organizado, de las arcas públicas por parte de algún que otro político con camisa y corbata. No hay violencia en no enseñar lo que tenía que estar al alcance de todo el mundo, en toda democracia que se precie: las cuentas públicas. No hay violencia en que se dicten leyes según las cuales el común de los mortales tiene que tener 67 años para alcanzar la jubilación, con treinta y no sé cuántos años cotizados, y que un político se jubile cuando quiere, y con un sueldo con el que podían comer un par de familias. Eso no es violencia. Eso ha sido hecho de acuerdo con las leyes, dictadas por los políticos, por supuesto. Tampoco hay violencia en dejar un partido que concurran a las elecciones miembros suyos acusados de corrupción si eso les sirve para ganar las elecciones... Me recuerda el razonamiento que me contó un amigo, ya mayor, hablándome de las diferentes moralidades de las distintas épocas.
“Allá por los años 60 de siglo XX -me contó este buen amigo- todos los días, durante el bachillerato, teníamos clase de religión. El cura que nos impartía dicha asignatura estaba obsesionado con el sexo y con Sigmund Freud. No había día que no los sacara a colación, para denigrarlos por supuesto. Una mañana de abril, el mes más cruel, se puso especialmente pesado con las mujeres y el baile. Tronó contra él y contra ellas. Nunca he podido olvidar la metáfora que utilizó para alejarnos de las mujeres, y del baile: 'si a ti te roban la cartera oyendo música, es un robo, ¿no? Pues si tú te arrimas una mujer, oyendo música, es un pecado de lascivia. ¡Sí, es un pecado! ¡Un pcado!' Hay que reconocer que no le faltaba razón al terrible cura- concluyó mi amigo.” Cuestión aparte es, por supuesto, la noción de pecado.
De todo esto se deduce que las cosas dependen del medio, de los órganos, y del contexto para decirlo en un lenguaje un poco más culto. Así es violencia insultar a un pobre político en la calle; pero no lo es el que este, en una televisión, o en cualquier entrevista, mienta descaradamente, tenga dos trabajos y cobre por haber sido algo. Ni es violencia, por supuesto, que determinados medios periodísticos y visuales, virulentos y con el insulto como buen argumento, en lugar de informar truenen contra todo faltaldo el respeto al más elemental sentido común. Eso es libertad de prensa. Como lo es el legislar y sacar leyes favorables para nosotros, pero que graven a los otros. Un político, por ejemplo, puede tener tres o cuatro sueldos, y personas de ochenta años seguir cobrando la pensión de orfandad porque su papá fue militar franquista... Eso, desde luego, no es violencia. Eso es justicia. Los ejemplos se podrían multiplicar hasta el infinito.
Posiblemente la mejor forma de cambiar este estado de cosas fuera cambiando el tipo de sociedad, para lo cual deberíamos empezar por cambiar nosotros mismos. Cosa que no hay forma humana de conseguir. Un ingenuo podía pensar que mediante la educación, la universidad, tal vez tuviéramos alguna posibilidad de ser mejores de como somos. Tal vez. Ahora bien, el sistema educativo está tan manipulado, tan politizado, que pocas cosas buenas pueden salir de él. Y gran parte de la juventud deja bien a las claras la necesidad de contar con vigilantes y con la policía : es desolador ver cómo dejan la ciudad después de cualquier fiesta o botellón. No le van a la zaga los adultos, por desgracia. Mientras nos haga  falta un policía para dejar el papel o el vaso de plástico inservible en la papelera, precisaremos de los políticos. Y ya decía Sócrates, para terminar como hemos empezado, que el poder corrompe. No nos queda, ante todo ello, más que la ironía cervantina, o el retiro romántico, allá en las silenciosas montañas donde las águilas fabrican sus nidos. O la resignación. Sí, también se puede uno indignar y sentarse aquí o allá. Lo malo es que es incompatible con el trabajo. Mejor eso, desde luego, que fundar un partido político: todos acaban igual, siendo un nido de aprovechados y ambiciosos. Aprovechaos mientras podais. Tal vez algún día todo se acabe. Así sea.

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