Los dibujos concéntricos sobre la superficie repugnante de las aguas del Riachuelo Boquense comenzaban a disminuir su intensidad.
El hombre interrumpió la inspección de los tachos y bolsas de basura y se incorporó dispuesto a prestar atención a las palabras del chico que lo acompañaba todas las noches a rebuscarse un indignante sustento necesario.
El chico, asomado peligrosamente hacia la maloliente cloaca disfrazada de río, señalaba con sorprendido entusiasmo.
-: ¿Escuchaste? ¿Escuchaste el ruido que hizo el pescao? ¡Mirá... mirá como hace globitos! ¡Viste que hay pescaditos! ¿Viste?
El hombre dejó su tarea casi con desgano y cruzando la calle mal iluminada se dirigió con marcado gesto de fastidio hacia la orilla del Riachuelo dispuesto a observar entre las huidizas penumbras de la madrugada, lo que seguramente no eran más que exageraciones de su compañero.
-: ¿Adónde?
-: ¡Allí, mirá... recién hizo!
-: ¿De qué pescaditos me hablás? En esta podredumbre lo único que podes encontrar son ratas muertas y forros flotadores. Dale vamos, dale antes que salga el sol y se levanten todos.