Aquella mañana,
cuando salí de la habitación, ya había caído una buena nevada. Me sorprendió el
frío que sentí nada más saltar, es un decir, de la confortable cama; pero me
pareció lo lógico: estábamos en invierno. De la nieve, sin embargo, ni me
acordaba, pues hacía años que no la veía más que en el cine, en fotografías, o,
en forma de copos de algodón, en el belén que nos montaban todas las Navidades
en un rincón del comedor. Me vestí, pues, rápidamente para salir a
contemplarla. Camino de la salida de la residencia, vi a mi nuevo amigo, don
Benito, de pie ante el ventanal, contemplando el paisaje y la nieve, que
todavía seguía cayendo.
-Es un espectáculo
que siempre me ha fascinado -me dijo por todo saludo nada más sentirme a su
lado.
-Sí, a mí también- le
contesté-. Los espectáculos de la naturaleza la verdad es que me encantan,
sobre todo la lluvia, la nieve y las tormentas.