LOS GORRIONES DE BARRACAS – UN CUENTO DE NAVIDAD -, por Carlos Alejandro Nahas
Cuando se murió mi abuelo Manuel Irene bajo las escaleras de la calle San Antonio con las greñas cubriéndole la cara llena de llanto. Ese fue el momento en que mi padre me contó que se había enamorado perdidamente de ella, y eso que sólo tenía 13 años.
Los años fueron pasando, bailes en Sportivo Pereyra, Sportivo Barracas, Comunicaciones y la relación se fue afianzando, como algo natural, que Dios había creado para ellos dos, como un lazo invisible hecho de bruma azul y futuro violeta. Pasaron los años, se casaron y me tuvieron a mi. Y hasta ahí llegaron. Vivieron en Córdoba y en Buenos Aires, en cuyo departamento se les quiera ocurrir, huyendo de madrugada con cuentas impagas y genuina vergüenza. La vida mucho no los acompañó, no tuvieron suerte ni para hacer plata ni amistades. La familia de él alababa la plata viniera de donde viniera, así fuera con un asalto a un banco, el tema era tener plata. Y si te podían cagar a vos mismo – como le pasó a mi padre en Córdoba con un primo -, lo hacían sin despeinarse. La familia de ella directamente no la tenía ni les interesaba.