En plena liturgia funeraria apareciste con tu ex. Morocha, de ojos marrones, insulsa y con cara de aburrida devenida en cara perfecta para la ocasión. No supe que era tu ex hasta que al ponerme los anteojos pude comprobar que tenía ese lunar imperceptible en la mejilla izquierda igualito al mío. Pero como sos un tipo ubicado, vos que vas a los funerales ajenos con tu ex, no le dabas la mano ni le secabas las lágrimas a “ella que los funerales la sensibilizaban, sean de quien sean”.
Siempre que hablabas de tu ex, cerraba los ojos y con la bronca contenida te estampaba la cara de un sopapo en mi imaginación. Después los abría y disparaba mi sonrisa falsa, de la que hice uso y abuso mientras estuvimos juntos, porque te quería mucho hasta que hablabas de tu ex.
Y ahí estábamos los tres, por primera vez, en plena liturgia funeraria. Ella parecía no saber siquiera quién era yo. Eso me irritaba porque significada que a tu ex no le hablabas de tu ex como lo hacías conmigo. Esa práctica terapéutica gratuita nos fundió.
Lo que nunca dije, o tal vez alguna vez lo hice en un rapto de enojo voraz, es que desde un comienzo supe que volverías con ella. Volverías con la morocha, de ojos marrones, insulsa y con cara de aburrida que tiene el mismo lunar que tengo yo. Quizás por eso me elegiste, por el lunar, los hombres son así. Ni con la autoestima alta llegamos a comprender por qué nos eligen.
Entonces te acercaste con esa mirada dulce que alguna vez me había enamorado.
-¿Cómo estás?
-Bien, ¿Por qué viniste con tu ex?
-¿Cómo sabés que es mi ex?
-Por el lunar.
-Ahhh, sí, el lunar igual al tuyo.
-Sos un desubicado.
-Perdón, es que quería acompañarme. Los funerales la sensibilizan, sean de quien sean- repetiste.
-No cambias más, ehhh. Por suerte, te ahorraste el trabajo de tener que saludar a mi familia -dije moviendo levemente la cabeza de un lado a otro y volví a disparar mi sonrisa falsa.
Llegué a percibir tu enojo mientras me acercaba al féretro tratando de digerir todo lo que no iba a decirte ese día ni nunca. De pronto, una mano fría tocó mi hombro. Era tu ex, llorando desconsolada, quien venía a darme el pésame.
-Salí de acá, hija de puta, no derrames tus lágrimas de cocodrilo sobre mi corazón- le dije mientras la empujaba para alejarla del cajón.
Me clavaste una mirada fulminante, de esas miradas que te suben la sangre a la cara, la agarraste de la mano con violencia y te fuiste. Nunca más volvimos a vernos.
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