Yo tenía 14 años y cursaba segundo año del secundario cuando mi papa me llamo emocionado a Capilla del Monte, a la casa de mis abuelos, para decirme con el llanto atravesado en la garganta que Diego debutaba en Boca. Fue contra Talleres y como yo estaba lejos el fue a la cancha con mi primo Ignacio y mi tío Horacio para ver desde la popular local, ahí nomás el primer gol inmortal, ese de penal. Cuando volví y durante todo el 81 fuimos con mi Viejo a ver sus firuletes, sus fintas, su juego exquisito. Nos abrazamos con el gol al Pato Fillol como si nos fuera la vida en ello, dimos la vuelta olímpica de ese campeonato que ganamos por un punto contra el Ferro del maestro Griguol al que no le ganaba nadie.