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miércoles, 1 de enero de 2014

COSA DE ARGENTINOS, por Malena Lorenzo, de General Villegas, Argentina

La familia de Emilio no era multimillonaria ni nada por el estilo. Su padre era carpintero, hacía todo tipo de mueble en un taller ubicado en la calle Larroque, Lomas de Zamora, ciudad del sur del Gran Buenos Aires. Era un tipo bastante conocido en el barrio y mucha gente elegía comprarle a él, otorgándole algún tipo de ventaja frente a sus colegas. Era bueno en lo que hacía y, además, era muy agradable a la hora de tratar. La madre de Emilio se dedicaba a la docencia. Con eso digo todo, ¿no? En este país nunca fue un puesto bien pago. Apenas alcanzaba para comer. Ni hablar si se trataba, como en este caso, de una escuela pública. Esta mujer, amante de cualquier asignatura que narrara la historia, y en especial la de nuestras tierras, había renunciado a sueldos lujosos de cualquier otra profesión  para dar lugar a su vocación. Lo cierto es que estas dos personas se esforzaban día a día para darle lo mejor posible a Emilio y a su hermano, Martín. Ellos llevaban una vida normal y tranquila. Iban a la escuela estatal, jugaban en las bellas calles de su ciudad con los demás vecinos y hacían, de vez en cuando, alguna changuita para poder comprarse algo que desearan o, simplemente, “dar una mano” en su casa.

Un día de 1988, ya disfrutando de la democracia argentina, el papá de Emilio llegó a su casa para almorzar en familia como de costumbre. Sin embargo, ese día tan normal para todos, traía escondido una bella propuesta que sorprendería a todos. Este hombre se sentó, esperó a que todos estén en la mesa y dijo: - “Estuve haciendo cuentas y, ya que el cambio nos favorece, podríamos viajar todos a Brasil este verano. Darnos un gusto. Disfrutar después de tanto esfuerzo. Y, además, celebrar que Robertito termina la secundaria. ¿Qué les parece, familia?” Inmediatamente todos se miraron unos a otros como esperando así entender que pasaba. Su padre nunca fue de despilfarrar en este tipo de cosas. Priorizaba el ahorro, la seguridad, estabilidad, y todo ese tipo de conceptos que ponen en práctica las personas meticulosas. Pero, ¿¡se había vuelto loco!? Luego entendieron que se trataba de invertir muy poco dinero y, favorecidos por el cambio de moneda, poder disfrutar de un lindo viaje en familia en un lugar paradisiaco. Es decir, si no aprovechaban esta situación económica que se daba en el país, quizás no volverían a tener esa oportunidad. Todos aceptaron y el 15 de enero del 89 despegaron de Ezeiza rumbo a Brasil.
En el avión se sintieron reyes por primera vez. Ni bien se sentaron, los cuatro sentados en la misma fila de asientos, las azafatas les explicaron la cantidad de comodidades que tendrían en ese viaje, los diferentes menús que podrían elegir, entre otros lujos que los esperaban. Fue tan cómodo el vuelo que ni notaron la cantidad de horas. Primer destino: Porto Belo. Aterrizaron y un hombre de piel negra y de sonrisa luminosamente blanca, les tendió la mano a modo de bienvenida. Los guió hasta los diferentes pasos que deberían hacer en el aeropuerto antes de ir al hotel y luego se fue deseándoles una buena estadía en un español medio atolondrado. Un chofer los esperaba en la puerta con un cartel que decía “Familia Lemos, Argentina”. En cuanto notó que eran ellos a quienes esperaba, tiró la hoja al tacho de basura que tenía a su derecha y corrió para saludarlos y ayudar a cargar las distintas valijas. Cada persona en ese lugar tenía calidez, algo que los hacía sentir como en casa pero aún mejor, de vacaciones y atendidos. Este hombre los llevó hasta el hotel y les contó que era descendiente de brasileros pero oriundo de Colombia, motivo por el cual hablaba perfecto español, y expresó su enorme atracción por esta ciudad. Como otro extranjero, les advirtió de todas aquellas cosas que podrían hacer durante su estadía para no perderse “lo mejorcito” y dejó su teléfono para que lo llamasen ante cualquier inquietud. “¡Un divino, hombre! Tenga, le dejo propina por su buena actitud.” – dijo la mamá de Emilio cerrando la puerta. Emilio, Martín y su papá rieron resignados: a su madre siempre le habían gustado los hombres de piel oscura y amenazaba, en chiste, cada vez que sus hijos la hacían renegar, con que se iría a vivir a la playa de la mano de algún mulato alto y fortachón. 
Pasaron unos días espectaculares. Anonadados por tanto lujo, esta familia bonaerense de clase media-baja, aprovechó cada cosa, cada oportunidad, pensando que podría ser la última vez. El hotel era de película: los empleados se desvivían porque no les faltase nada, los desayunos eran como los banquetes que veían en las series de reyes, la decoración era parecida a los palacios de los cuentos de hadas, cada cama de los chicos era de plaza y media y la de los padres una King-size. Todas estaban cubiertas de miles y miles de almohadones de pluma. Todo, absolutamente todo, era un sueño. Además. Había una enorme pileta en el patio. Ésta tenía un bar en el que podías pedir lo que se te ocurriera, incluso desde el agua, ya que los mozos te lo alcanzaban para que no tengas que salir. A pocos metros, el mar. Un mar increíble. Si bien se trata del mismo océano, hay que admitir que las costas son totalmente diferentes. El celeste del mar los había dejado estupefactos. Lo mejor: todo resultaba muy barato. Compraron ropa de todo tipo y color y regalos para los primos, tíos, vecinos y quien se les viniera a la mente. Recorrieron cada rincón del lugar y practicaron todo tipo de deporte náutico: surf, buceo libre, paseos de barco y pesca. Si bien nuestro país no se caracterizó jamás por ser un país que tuviera ventaja sobre los demás, en ese momento los favorecía el cambio. ¡Y no hay duda de que se encargaron de aprovecharlo!
El problema llegó con el cambio de quincena. Cambió la quincena, cambiaron de ciudad y también cambió el país. Inesperadamente, el 6 febrero de 1989, el gobierno de Alfonsín anunció la devaluación del peso y se desató una tremenda hiperinflación. Las vacaciones brasileras tomaron un rumbo totalmente opuesto y drástico. El cambio no solo dejó de favorecerlos sino que, además, hundió aquel sueño de un piedrazo, dejando a esta familia en la lona. El peso argentino pasó a valer lo mismo que nada. Nadie aceptaba estos billetes. De esta manera los recibió la hermosa ciudad de Florianópolis. Tuvieron que cancelar las reservas que habían hecho en un gran hotel de la ciudad y empezar a pensar dónde podrían pasar las noches que seguían.
Decidieron llamar al amigo colombiano en busca de ayuda. Quizás él sabía dónde podían hospedarse hasta la fecha de vuelta que, gracias a Dios, ya tenían establecida, habiendo comprado los pasajes con anticipación. Podrían haber optado por cambiarla, adelantarla, pero eso costaba dinero extra y no podían costearlo. Vivieron el cielo y luego el infierno en cuestión de segundos. Todo gracias a políticas extremistas muy típicas de nuestro país. Por suerte, la familia de Emilio estaba preparada para sobrevivir, pasara lo que pasara.
Su amigo les ofreció ver a un primo lejano que vendía cosas de pesca. La propuesta fue comprarle a precio de costo una carpa en la que pudieran acampar por las noches. Les sugirió en qué playa estarían más seguros y le pasó la dirección de este muchacho. Emilio y su familia salieron a buscar este local que se encontraba a metros de la Catedral Metropolitana, sobre las calles Dos Ilhéus y Anita Garibaldi. Allí estaba “Coco”, un enano cabrón que no paraba de repetir que les daba esa mano solo por ser enviados por su primo. Entre berrinche y berrinche este hombre les terminó obsequiando la carpa y un mapa para que les fuera fácil ubicarse y, lo más importante, les deseó suerte.
Así pasaron el resto de sus vacaciones, viviendo como una familia nómade de playa en playa, mendigando algún pedazo de pan o restos de esas frutas exóticas que suelen consumir allá.
Llegó el día de volver a la Argentina y, por suerte, su amigo colombiano se había encargado de investigar su horario de partida para buscarlos y llevarlos al Aeropuerto. Muy agradecidos le ofrecieron hospedarse en su humilde casa en Buenos Aires y disfrutar de sus asados en familia cuando quisiera. Llegaron a Ezeiza sin un centavo. Sabían que tendrían que esforzarse mucho para recuperar estabilidad económica en un país tan cambiante. Aunque nadie les quitaría lo bailado, ¿no es cierto?
Cuando regresaron a sus actividades, la maestra de Martín le preguntó en clase como resumiría su aventura. Él respondió algo que se volvió la anécdota preferida de sus padres: “Fuimos como reyes y volvimos como argentinos de clase media.”

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