Esta página intenta ser un espacio multicultural donde todas las personas con inquietudes artísticas, en cualquier terreno que sea puedan publicar sus creaciones en forma libre y sin ningún tipo de censura. Son bienvenidas todas las muestras de las bellas artes que los lectores del blog nos quieran acercar. El único criterio válido es el de la expresividad, y todo aquél que desee mostrar sus aptitudes no tendrá ningún tipo de censura previa, reparos o correcciones. Este espacio pretende solamente ser un canal más donde los artistas de todas las latitudes de nuestra Iberoamérica puedan expresarse. Todas las colaboraciones serán recibidas ya sea en nuestro correo todaslasartes.argentina@gmail.com o bien en nuestra página en facebook denominada "Todas Las Artes Argentina" (Ir a http://www.facebook.com/profile.php?id=100001343757063). Tambièn pueden hacerse amigos de nuestra Página en Facebook yendo a https://www.facebook.com/pages/Todas-Las-Artes-Argentina/249871715069929

martes, 14 de enero de 2014

LA PARTE SECRETA ® NOVELA, por H.R. Malkiel, de Buenos Aires, Argentina. Capítulo catorce: Epílogo

“Y es la hora, oh Poeta, de declinar tu nombre, tu nación y tu raza…”
Saint-John Perse. Exilio.

¿Cuánto tiempo pasó después de eso? ¿Una, dos semanas?

Recuerdo las preguntas, eran muchas; y apenas sabía cómo contestarlas. Podía dar la “novela” como prueba, las marcas en la pared, una carta con poco sentido, la muerte del cuidador; y el aparentemente frágil razonamiento que unía cada una de esas cosas.
Lo que más pesó, después de todo, fue la férrea convicción de Erminia.
La asamblea permanente por los derechos humanos elevó todo lo que tenía a un juez. Frente a él, tuve que volver a exponer mis incómodas razones. El juez ordenó y autorizó las excavaciones. Días después, un equipo antropológico forense se adueñó del cementerio de Córber.

Aproveché mi regreso a Buenos Aires para poner en orden mis asuntos con Mariel. Ya no había nada que rescatar, si alguna vez lo hubo, yo lo hice pedazos en cuanto dormí con Andrea. Voy a evitar referirme a las discusiones, demasiado dolorosas para ambos. Hice mis maletas y me quedé, algunos días, en la casa de un amigo.

Aproveché la ocasión para llevarle los relatos al editor de mi padre. Nos reunimos en un bar, en pleno centro. “Mejor esperemos”, me dijo, “a ver qué pasa”, mientras limpiaba sus anteojos.
El nombre de mi padre sonaba por esos días en varios medios de comunicación, y no por buenas razones. También se escuchaba mucho el mío.
Me llamaron de infinidad de lugares, diarios, revistas, programas de radio, incluso de algunos noticieros de la televisión. Me excusé de todos ellos, no tenía ganas de decir nada por el momento. Permanecí, los siguientes días, en un completo encierro, sin ganas siquiera de mirar por la ventana.
Córber pasó a ser entonces el centro de atención. Tal vez, de no haber estado involucrado mi padre, la noticia no hubiese trascendido tanto.
Andrea me llamó por teléfono algunas noches, para preguntarme cómo estaba. Me contaba algunas cosas: la pensión por fin estaba llena, el bar funcionaba hasta bien entrada la medianoche, y hasta tuvo que contratar, temporalmente, algunas personas más.
Me preguntó cuándo volvería, me preguntó si volvería. Ni siquiera yo sabía cómo debía contestar a eso. La gente de Córber no estaba del todo feliz conmigo, probablemente, tampoco lo estuviesen con Erminia. ¿Pero qué podían hacer?
Comenzaron algunas investigaciones sobre lo sucedido la noche en que murió Javier y en que se llevaron a Silvina. El viejo ex-comisario, el que estaba a cargo de la comisaría en los setenta, tuvo que dejar la comodidad de su retiro en Córber para responder a muchas preguntas.
Finalmente, unos días después de comenzada la excavación, dieron con los restos. El ADN sólo sirvió para confirmar lo que ya se sabía. Lo habían enterrado hacia el fondo del cementerio, cerca de un árbol.
Paradójicamente, por deseos de Erminia, esos restos fueron enterrados con posterioridad en el mismo cementerio. Esta vez, luego de una misa. La tumba se marcó con una cruz.

Paulatinamente el tema volvió a enfriarse, hasta que desapareció del todo del día a día. La pensión volvió a vaciarse y el bar regresó a su escueto horario habitual. En Córber, me dijo Andrea, el tema se olvidó antes que en ningún otro lugar. Estaba hecho lo que se debía hacer, nadie necesitaba volver a mencionarlo.

Regresé al pueblo dos meses más tarde. Esta vez, los amistosos saludos fueron muchos menos.
Decidí quedarme en la vieja casa de mis abuelos. Traje conmigo todos los escombros de mi vida anterior.
A nadie le hablé nunca de los fantasmas, o lo que fuera que eran. Ni siquiera a Andrea, a pesar de la evidente felicidad con que me dio la bienvenida.

Todavía hay cosas que no están demasiado claras: no sé si mi padre estaba enamorado realmente de Silvina, como se sugiere en la novela. En ese caso, surge la gran pregunta de qué intentó hacer cuando los entregó. Quizás lo que pretendía era que se llevaran a Javier y a ella la dejaran en paz, puesto que no estaba involucrada de ninguna manera en lo que ellos hacían. Quizás así intentaba protegerla. O quizás sentía despecho y decidió entregarlos a ambos. Tampoco sé si él estuvo desde un principio en ambos lados, o si fue una manera de comprar su seguridad al final. Lo que sé es que llevó la culpa por lo sucedido desde entonces, lo sé por la carta que jamás envió; lo sé por la belleza y la dulzura con que escribió sobre esa relación que le era ajena. Erminia me preguntó una vez por qué creía yo que Javier nunca le había dicho que se escondía tan cerca de ella. Le contesté que, seguramente, por más que le doliera, no podía arriesgarse a que alguien más se enterara. Creo que esa respuesta, aunque sincera, no la conformó del todo. Es imposible ver en el corazón de los hombres.
Mi padre tal vez amaba a mi madre cuando se casó con ella; o tal vez sólo pensó vanamente que era una buena forma de dejar atrás su pasado. De comenzar de nuevo.

Regresé a la casa, esta vez, Andrea vino conmigo. Supe antes de entrar que ella era la única compañía en ese lugar. Lo supe al ver el jardín reverdecido. Ya no estaba esa tristeza influyendo, marchitando las plantas.

Tuve que volver a considerar mis palabras: todas las vidas son breves soledades. Tal vez la muerte no lo sea.

Mi padre no sólo me había heredado una casa, también me había heredado todos los dolores que ella contenía. Para bien o para mal, eso es lo que su generación le ha heredado a mi generación: aciertos y culpas que aún nos desvelamos por resolver.

A veces me pregunto qué pasaría si todos dijéramos aquello que sabemos y que mantenemos en secreto; ya por culpa o por vergüenza, o porque simplemente queremos olvidar que está allí.
¿Cuántos secretos más habrá en este pueblo, en este país? ¿Cuántas cosas empujando hacia fuera, dolorosas, que nunca sabremos?   


                                                                           FIN 
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario