Germán se despertó sobresaltado, y
miró su reloj en medio de la oscuridad del auto. El reflejo del alumbrado
público le permitió distinguir que eran las 3 y se tranquilizó porque le habían
dicho que el hombre nunca salía antes de las 5. Tenía una larga espera por delante pero tenía que
mantenerse alerta, no fuera cosa de pronto al tipo le diese por volver a su
casa para arropar a sus hijos en la cama y él no pudiese cumplir su cometido.
Pasó
un patrullero a baja velocidad, profundamente intrigado sobre sus actividades
en una esquina oscura de Recoleta. Pero él supo poner su mejor cara de póquer. Tenía
un auto caro, estaba bien vestido y miraba con insistencia a la puerta de un
boliche. Habrán pensado que era un novio celos esperando a su novia tras una
salida con amigas. El caso es que lo dejaron en paz y el tuvo un buen rato para
repasar el currículum del hombre que había estado siguiendo durante varias
semanas.
El
tal Sánchez Pérez era un empresario más que próspero, dueño de una cadena de
locales de comida rápida y otra de electrodomésticos. Explotaba a sus empleados y tenía más de una quiebra
fraudulenta en su haber, pero siempre lograba reciclar sus negocios con otro
nombre y otros socios y su fortuna lejos de mermar era cada vez más cuantiosa.
En
los últimos tiempos había decidido añadirle poder político al económico y había
lanzado su candidatura a diputado. Cierto que el tipo no tenía los mejores
antecedentes, pero a la gente eso no le importaba. Las encuestas le daban una
muy buena intención de voto ya que muchos electores admiraban a ese hombre tan
bien trajeado y de hablar pausado que salía con su rubia familia en las
revistas.
Sin
embargo, Germán y la gente que le había encargado aquel asunto conocían la otra
cara de Sánchez Pérez El había trabajado
en uno de sus locales de comidas rápidas y sabía de los horarios arbitrarios y
los descansos nulos, de los sueldos de miseria y los contratos basura que
explotaban a los jóvenes inexpertos que buscaban su primer empleo. En los
últimos años se había cruzado con muchos que habían padecido los efectos de las
políticas laborales de aquel hábil empresario. No todos habían logrado
liberarse a tiempo.
Pero
otros la habían pasado peor. Cuando sus empresas empezaron a crecer el hombre se había ensañado con la
competencia. Compraba por un puñado de pesos, desguazaba a su antojo. Había mandado a la quiebra a cientos de familias próspera y
dejado sin trabajo a miles de personas.
Sin embargo, nadie le sacaba su espacio bien ganado en las revistas del
corazón donde aparecían a doble página sus vacaciones en Punta del Este, las
clases de equitación de su hijo mayor y la comunión de la pequeña.
Por
eso a Germán no le había extrañado aquel encargo. Sabía que había mucha gente
interesada en hacerle mal a Sánchez Pérez. El mismo la había deseado la muerte
cientos de veces pero no estaba dispuesto a tomarse aquello como algo personal.
Al fin y al cabo, era solo un negocio que le iba redituar una buena cantidad de dinero.
Así
que dedicó un par de semanas a seguir al hombre aquel que manejaba sus empresas
con mano férrea y exhibía a su familia en todo momento del día. Las noches eran
otra cosa y se las reservaba para él. Dejaba a su familia durmiendo en casa y
dedicaba las madrugadas a un grupo de jovencitas casi niñas a las que visitaba
en un departamento privado de Recoleta. A menudo las sacaba a pasear de a una en vez, pero siempre las
obligaba a disfrazarse para que pareciesen mayores. Seguramente era consciente
de que al electorado no le caería muy bien sus dotes de maestro jardinero. Y
menos aún a su esposa, rubia, bella, hija de una familia tradicional de férrea
moral.
Un
análisis exhaustivo de los pro y las contras de cada ítem en la agenda de
Sánchez Pérez le indicaron a Germán que la madrugada era el mejor momento para
encargarse de él. El momento en que abandonaba el departamento de Recoleta y
una de sus jovensísimas amigas lo acompañaba a la puerta para verlo irse.
Seguramente él tenía llave del edificio ya que era un cliente frecuente pero encontraba un secreto erotismo
en el gesto de despedida de las chicas.
Ese
era el momento indicado para enfrentarse con él, para darle su merecido y
contentar a sus clientes, había pensado Germán. Por eso esperaba medio
adormilado en su auto, frente a aquel edificio de Recoleta, ansioso por cumplir
su encargo pero también con sacarse el odio que aquel hombre le generaba.
Fue
verlo y ponerse alerta. Las manos tensas, la mirada atenta. Sánchez Pérez salía
morosamente, su brazo enroscado en la cintura de una jovencita de la misma edad
que su hijo mayor. La obligaba a besarlo mientras abría la puerta del edificio.
Germán bajó rápidamente del auto, cruzó la calle corriendo y se enfrentó al
hombre y la casi niña que lo acompañaba. Gatilló el botón de su cámara y el
flash iluminó sus caras y les pintó un gesto de asombro o de espanto. Pensó que
sus patrones ya tenían la foto para la tapa de la revista. Una imagen que aquel
hombre le iba a costar la carrera política y quizás la familia.
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