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viernes, 29 de noviembre de 2013

EPÍSTOLAS A NEMO VI, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España

Ayer, en el silencio monacal de mi casa, terminé de leer el último libro que me quedaba pendiente de la serie de los viajes al Polo Sur. No creí que el tema me fuera a interesar tanto. Y tampoco es que haya leído muchos libros sobre estas exploraciones. Hasta ahora sólo me he enfrentado con el de Cherry-Garrard, El peor viaje del mundo; el de Ernest Shackleton, Sur; y el del capitán Robert Falcon Scott, Diario del Polo Sur. El libro de Cherry-Garrard es bastante voluminoso. Los otros dos son menos gruesos. Aunque he de reconocer que es El peor viaje del mundo el mejor de todos, al menos desde el punto de vista literario. Eso sin desdeñar el libro de Shackleton. El menos interesante de los tres, insisto, desde el punto de vista literario, es del capitán Scott. El interés de este reside en que es el diario de una persona que lucha por llegar al polo sur, y regresar; y lo hace tarde y mal, pues se les había adelantado a todos los exploradores Roal Amundsen, lo que les causó una honda frustración. Es muy interesante, también, por contar todas las vicisitudes del viaje de regreso, viaje en el que, por una serie de circunstancias no previstas, así lo repite una y otra vez el capitán Scott, los cinco miembros de la expedición perdieron la vida. Murieron de agotamiento, hambre y frío. Es tristísimo leer todas las penalidades que sufrieron, el intenso frío que tuvieron que soportar, y cómo, poco a poco, se va degradando la situación. Conservan la entereza hasta el final; pero sufren congelaciones, caídas, mala nutrición, pérdida de fe en lo que están haciendo; tienen pocos alimentos, no consiguen entrar en calor nunca, las ventiscas les impiden avanzar en busca del campamento base...

Toda acción humana es discutible, o, cuanto menos, es factible de ser observada desde diversos puntos de vista. Y esta, la de los viajes al Polo Sur, no iba a ser menos. Máxime cuando la expedición de Scott acabó en tragedia. A partir de estas muertes hay dos planteamientos: el primero de ellos acusa al capitán Scott de una mala planificación, haciéndolo responsable, al mismo tiempo, de las muertes de sus compañeros. Baste con recordar que su equipo estaba constituido por cinco personas, en tanto que Amudsen, que llegó al Polo sin que muriera nadie, iba acompañado de una sola persona. Este, entre depósito y depósito de alimento, cada cien metros, dejaba señales para no desviarse de la ruta. El equipo de Scott se desvió varias veces teniendo que volver atrás y reemprendiendo la marcha de nuevo. Y si tenemos en cuenta que estamos hablando del Polo Sur, con unas temperaturas entre -12º y -40º, por poner un ejemplo, ya podemos colegir lo que supone perderse o desviarse o quedarse sin alimentos. En esas circunstancias, 20 ó 30 kilómetros de distancia marcan la separación entre la vida y la muerte. El equipo del capitán Scott murió, hambriento y debilitado, en la puerta de la cocina, por decirlo de una forma gráfica. Pero a veces un metro es una distancia insalvable.
Cuántas veces me he acordado, leyendo estos libros, de los viajes que he hecho yo a lo largo de mi vida. Nada tienen que ver con estas exploraciones, desde luego. Pero leyendo esas penalidades en el hielo, me acordaba de cuando, con el coche, llegaba a un pueblo o ciudad donde no había un lugar donde comer, o este no me gustaba. El problema se solucionaba de una forma muy sencilla: subía al coche, ponía música, y el aire acondicionado o la calefacción, y al cabo de media hora estaba en otro lugar, y con un plato de comida delante. Eso cuando viajaba con el coche. Antes, mucho antes, de joven, lo hacía con la bicicleta. Y con este medio sí, con este medio, 20 kilómetros y una pequeña montaña de por medio se podía convertir en un pequeño drama. En el caso del Polo el drama es el intenso frío y la muerte.
Una cosa he echado a faltar siempre en estos libros, pues rara vez se dice en ellos cuál era la finalidad de esas exploraciones tan sumamente penosas y trágicas. Cherry-Garrard insiste en que fueron al fin del mundo, en busca de los huevos del pingüino emperador, por motivos científicos. Al parecer consideraban a este pájaro como el más antiguo de la tierra; y, por lo tanto, como una buena fuente de información. A través de él, de sus huevos, se podía saber cómo algunos seres dieron el paso del mar a la tierra; estudiar parte de la historia de la evolución. Y así en tanto el capitán Scott trataba de llegar al Polo Sur, Cherry-Garrard y otros compañeros emprendieron el peor viaje del mundo en busca de esos huevos del pingüino emperador. Llevarlos a Inglaterra sin que se cascaran, alguno se rompió, fue toda una hazaña. En el libro de Cherry-Garrard sí que hay un informe en el que se detallan los análisis de dichos huevos. Y se concluye que el peor viaje del mundo no fue un viaje en vano: ayudó mucho a la ciencia por cuando permitió estudiar parte de la evolución. Sin embargo, he oído decir que ni los pingüinos emperador son los pájaros más antiguos del mundo, ni a través de sus huevos se explica la evolución, la pérdida de aletas, parece ser, y el nacimiento de plumas. Aquel terrible viaje, según algunas versiones, no sirvió para nada.
Hace muchos años un buen amigo, al que admiraba profundamente, me dijo que en este país una persona se lee dos libros de Kant, y ya es considerado neokantiano. Eso a mi buen amigo le molestaba mucho. Estoy de su parte. Así que no me gusta pasar por lo que no soy. Y, sinceramente, yo de todo esto de estas terribles expediciones, no entiendo absolutamente nada. Soy un lego total en la materia. Y me lamento muy mucho, cuando en estos libros hay alguna rara explicación, por no tener la base necesaria para comprender el fin último de estas penalidades cuando no muertes. Me parece una verdadera necedad que se haga, si es así, por ser los primeros en poner los pies en donde nadie los había puesto antes. Ahora bien, si es un deporte de alto riesgo, y hay gente dispuesta a dejarse la vida por llegar a lo alto de cierto pico, pues bien, mientras no sea obligatorio, que hagan lo que quieran. No obstante, de vez en cuando dicen que hacen mediciones o que toman muestras de rocas o del fondo marino; pero nada se dice ni de esas mediciones que van haciendo, ni de los análisis de las rocas que encuentran, etc. Así que, puestos a escoger, y de lo poco que puedo hablar con alguna propiedad, me quedo con Shackleton, que estuvo a 150 kilómetros del Polo Sur, antes que nadie, pero que se volvió atrás porque comprendió que no habría víveres suficientes para el regreso. La carta que le escribió a su mujer, camino de Inglaterra, es modélica: supongo, escribió, que prefieres un burro vivo a un león muerto. Sí, yo también creo que es preferible, aunque llegar el primero al Polo le hubiera dado mucha gloria a Su Graciosa Majestad, si es que se trataba de eso.
Es posible que las mediciones, los análisis, y todo cuanto hicieron aquellos exploradores, nos haya hecho la vida un poco más cómoda y llevadera. Insisto en dichos libros sobre esto no dicen nada. Yo, en mi ignorancia, lo veo todo como un enorme despropósito. Sí, está muy bien el afán por saber y por conocer; pero creo que es fundamental, en todo momento, saber reconocer los límites, y asegurarse antes de acometer algo que puede tener consecuencias catastróficas. Al fin y al cabo, y sin despreciar a estos hombres, ni mucho menos, no creo que aquellos terribles viajes nos haya más felices, o el hombre sea mejor ahora que lo fue entonces. No lo creo. Algunos de los expedicionarios de Shackleton lucharon en la primera guerra mundial. Y hubo otra; y hay más, y no cesan... Sí, claro no por eso se van a detener las investigaciones. Ya lo sé.
A veces me despierto a altas horas de la noche, y pienso, sin ninguna lógica y concierto, como un reloj descompuesto podría caminar hacia delante o hacia atrás, que el hombre, si de verdad fuera solidario, debería solucionar primero todos los problemas de la tierra, misión imposible, y no salir fuera de esta, del mundo conocido, en tanto en todos los países reinara la paz y la concordia. Me río de mí mismo, por supuesto. ¿Qué sentido tiene, sin embargo, ir a buscar huevos de pingüino cuando Europa entera se está desangrando en una absurda guerra? ¿Para qué quiero saber cómo evolucionó la especie humana si es incapaz esta de comportarse como gente con altura de miras? ¿Escondían estas expediciones un deseo de apropiarse de nuevas tierras, de buscar nuevas fuentes de riqueza? Recuerdo que en uno de los pasajes, un explorador dice que, en el fondo marino, hay oro. Cuando leí aquello, maldije al autor por haberlo escrito y haberlo publicado. Temí que, pese al frío, y con los adelantos de hoy en día, se convirtiera el Polo en otra tierra prometida que iba a terminar por convertirse en un vertedero, como, al parecer, ha quedado convertida toda aquella estación ballenera que había por la zona.
Ignoro cuál será la situación del Polo, y si, en verdad, se habrá decidido protegerlo y no comenzar a hacer prospecciones por allí. No me fío nada de los acuerdos de los gobiernos, pues estos, por mantenerse en el poder, y con ningún interés por el futuro que no sea el suyo, mandan hacer prospecciones en cualquier sitio, por muy protegido que esté, antes que investigar nuevas fuentes de energía, por ejemplo. Pero, claro, si no hay dinero para educación ni para investigación, y encima abogamos que haciendo prospecciones, vamos a terminar con el paro, ya es otro cantar. Hay palabras mágicas que parece que abren las puertas de todos los castillos y fortalezas. Y la de terminar con el paro, hoy en día, es como el Ábrete, Sésamo de cierto cuento nada infantil.
Ni voy a solucionar nada ni lo pretendo; pero voy a leer unos cuantos libros más sobre aquellas exploraciones. Hasta que consiga tener las cosas un poco claras, que lo dudo, o hasta que yo me canse del tema, que es lo más probable. Voy a hablar, ahora, con un viejo compañero de trabajo para que me explique eso de la longitud y la latitud, lo de los grados, y todo lo demás. Y a ver si puedo hacerme con un buen mapa del Polo Sur, pues es lamentable que estos libros no ofrezcan ni eso. Y a mí me intriga, y con esto verás hasta qué punto llega mi ignorancia, eso de que, en medio del Océano, o de una enorme extensión de hielo, sepan, en todo momento, dónde están. Esas cosas me llaman mucho la atención.
Lleno de admiración, en mis clases, les explicaba a los alumnos la importancia de la civilización griega. Les decía que los griegos, en aquella época, y sin prácticamente instrumentos, descubrieron no sólo que la tierra es redonda, sino su diámetro. Al principio no sabía cómo explicarlo, pero luego, gracias a este buen compañero, me convertí en un “experto”. Y comencé a pensar que, en verdad, la vida es demasiado breve: hay tantas cosas importantes que se deberían conocer. Pero no podemos hacer otra cosa más que resignarnos. Tal vez algún día el hombre sea capaz de abarcar más saberes y ser mejor. Tenía razón Kant cuando dijo que el gran problema del hombre es el tiempo. Sí, tenía toda la razón del mundo. Hoy en día, con un móvil, el capitán Scott hubiera podido comunicarse con Cherry-Garrard, que lo estaba esperando a pocos kilómetros de donde falleció él y los compañeros que todavía estaban vivos; y este los hubiera podido rescatar. Pero entonces no había móviles, y estos hombres perecieron. Leyendo estos libros, con errores y sin ellos, y por encima de manías y nacionalidades, la verdad es que he llegado a estimar a aquellos exploradores. ¡Ah, la importancia de los libros, querido Nemo, la importancia de los libros! Me costaría mucho tener que vivir sin ellos, y sin la música. Descansen en paz el capitán Scott y sus compañeros.

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