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miércoles, 6 de noviembre de 2013

LOS MONOS, por Carlos Bacquier (*), de Rosario, Argentina


No se llevó a los monos. Fue una cosa de último momento y María no se llevó a los monos porque pensó que volvería pronto y, porque, además, bueno, los dejó bajo cuidado de René, y esto último era garantía con sobresello, era, para el caso, como alternar con un heterónimo, como irse pero sin salir, porque René tenía devoción por los animales, siempre la había tenido, desde chica, de grande, y ahora que orillaba los setenta y ocho.

Escuchame, Renecita, le dijo María aquel día, te dejo la plata adentro de la heladera, estamos, te la dejo en una lata, de ahí sacás para la comida y vos ya sabés, les pisás unas berenjenitas, unos calabacines y con eso ellos dos ya se arreglan, escuchame, también hay que asegurarse de que nunca les falte agua, estamos, por lo de las piedras en los riñones, viste, el veterinario me dijo, ah, y una cosa más, el control remoto está en el cajón de la mesita de luz para cuando quieras ver televisión, qué más, qué más, no me quiero olvidar de nada, ah, sí, te dejé un papel con el teléfono del gasista, el calefón anda, pero es medio caprichoso, si tenés algún problema lo llamás a él, que te lo arregle y yo después te doy la plata, es de mucha confianza, creo que nada más, bueno, de más está decirte que estás en tu casa, usá todo lo que quieras, absolutamente todo, eso ya lo sabés. Vos no te preocupés por nada, querida, le dijo René, por nada de nada, olvidate, haceme caso, andá tranquila que Guillermo y Sebastiana van a estar atendidos como príncipes, como reyes que son, vos sabés que desde que los trajiste yo los adoro a esos dos, son como mis chicos. No tengo dudas, Renecita, por eso te los encargué, mil gracias te doy, sos un cielo. Andá nomás, y que tengas buen viaje, eh, te vamos a estar esperando los tres para cuando vuelvas. Sí, lástima tener que viajar por un motivo así, pero bueno, el destino, quién lo hubiera dicho, en cosa de una semana yo ya estoy de nuevo, te traigo un regalito. No te molestes, María, no me traigas nada, mirá que me enojo, los favores no se pagan, andá nomás, andá. Abrazo, venga, un beso. La vio alejarse en el taxi, cargada de bolsos y de un chaleco. Levantó la cabeza y miró los árboles, el otoño ya los había desgranado y no se sacudían, ahora dejaban pasar el viento. Caminó unos metros crujiendo las hojas bajo sus pies ancianos, buscó la llave indicada en el llavero –estaba pintada con esmalte de uñas–, la introdujo en la cerradura y entró en la casa. Ahí adentro olía a limpio y, como las persianas estaban bajas, la oscuridad no dejaba ver más que algo de penumbra y la silueta de un canasto de mimbre del que asomaban unas revistas viejas. Buscó a tientas la luz y la encendió, segura, conocía muy bien en dónde estaba cada cosa. Hacía más de diez años que René y María eran vecinas y, por las tardes, después de la siesta, solían juntarse religiosamente a tomar el té y a charlar de misceláneas. Apoyó el bolso sobre la mesada de la cocina, junto a un repasador prolijamente doblado, y giró con todo el cuerpo al escucharlos. Se habían puesto contra el hueco de la puerta que daba al living y la miraban con sus ojitos curiosos, redondos y dulcemente familiares. Ah, acá están, les dijo, vengan, vengan. Sebastiana se encaramó a una banqueta de madera y se quedó parada ahí arriba, Guillermo hizo lo mismo pero cerca de la pileta de lavar, se balanceó. Uno a la vez, les acarició la cabeza y se dejaron, plácidos, cerrando apenas los ojos y respirándole en la mano con el aliento tibio. ¿Se me van a portar bien ustedes dos?, dijo René. Y la miraron sin correr la vista, con cierta expresión indagatoria. Vamos a ver lo de la comida, no le pregunté a María si ya les había dado de comer hoy, dijo mientras abría la heladera. Los dos monos la vieron abrir la puerta y se excitaron echando dos o tres grititos y varios saltos. Me parece que ustedes dos son unos tragones, dijo René con una mueca, seguro que ya comieron y me quieren hacer trampa para que les de de nuevo, eh. La volvieron a mirar sin correr la vista, con la misma expresión indagatoria de antes. Les dio de comer, de comer y de beber, acomodó la ropa en la habitación y en un rato se hicieron las ocho y media y se fue a acostar, tampoco era cuestión de cambiar los horarios habituales. Primero se descalzó y después corrió las sábanas de la cama, se tendió con la nuca sobre la almohada, abrió un libro en la primera página, se colocó los anteojos bifocales y se puso a leer. Había leído unas pocas oraciones cuando recordó la recomendación de la puerta. Sebastiana y Guillermo tenían debilidad por la habitación y, si ella no cerraba, seguramente en algún momento de la noche entrarían. No los dejes entrar a la pieza porque ensucian todo y te ocupan la cama, le había dicho María, se creen personas, no sé. Se levantó y cerró la puerta, entornándola. Volvió a acostarse, volvió a la lectura y se mantuvo así durante unos minutos. Pero no duró mucho, al poco tiempo empezó a cabecear y se quedó dormida con la boca bien abierta y el libro colgando entre los dedos pulgar e índice. Se levantó temprano, a eso de las cinco y media, espió por la ventana y vio el jardín a través del vidrio y de las rejas negras. Todavía era de noche y había neblina, el pasto estaba escarchado, no volaban pájaros. Pero qué loca, se dijo, me quedé dormida sin tomar las pastillas. Se calzó las pantuflas que había dejado bien al pie de la cama, equidistantes, se ayudó con el respaldar y con los dos brazos, en un intrépido sacrificio por incorporarse de a poco. Entonces se levantó y quiso abrir la puerta. No pudo, trató y no pudo. El teléfono sonó en el living a las ocho y cuarto de la mañana y René tuvo el reflejo de levantarse para ir a atender, pero se detuvo a medio camino entre la cama y la puerta y suspiró. Volvió a sentarse. El timbre cesó y sonó de nuevo después de treinta segundos, pero esa vez fue la última. Del otro lado se oía el motor de la heladera, de a ratos parejo y de a ratos frenético, sacudido. Se paró junto a la puerta y empujó con el cuerpo, con el hombro, con el antebrazo, precavidamente como para no lastimarse pero con golpes secos y directos como para hacer suficiente fuerza. Dejó de intentarlo cuando se agitó y se preocupó. No te pongas nerviosa, René, se dijo. Fue hasta la ventana, vio el jardín, había un montón de hojas, un escobillón, una manguera enrollada, estaban los canteros y, más allá, se alzaba la medianera de lajas. ¡Ayuda, me quedé encerrada!, gritó. Esperó unos segundos. ¡Ayuda!, volvió a decir con un vozarrón esta vez más afligido. Golpeó la pared, con un repique, como quien llama. Entonces, la descolocó un ruido. Corrió hasta la puerta, pegó la cabeza contra el laminado y se concentró. Del otro lado se oía la televisión. Parecía el doblaje de una película. Oyó ruido a muebles, a sillas, alguien las desplazaba de un lado al otro. Un tornado de dudas la asaltó. ¿Cerré la puerta de entrada? ¿Cerré las ventanas? A las diez de la mañana se tragó las pastillas, rasposas, mitad ensalivadas mitad muy rasposas. En repetidas oportunidades, aplaudió y volvió a gritar locamente a través de la ventana que daba al jardín. Se animó bastante cuando, treinta metros más allá, a lo alto, vio un andamio con dos personas apostadas junto al paredón de un edificio. Le dolió la garganta de tanto gritar, pero no la oyeron. Encendió el televisor de la pieza para hacerse compañía y distenderse un poco, mientras se le ocurría algo. A las doce del mediodía le vino el hambre y la sed y no tuvo más remedio que aguantarse, cosa que no sucedió con el extremo ardor en la vejiga que la llevó a orinar sobre el suelo, a un costado, en cuclillas, como en medio de un bosque de muebles y camastros. Solamente a mí me puede estar pasando esto, se dijo varias veces, solamente a mí, te juro que cuando lo cuente, no sé, no sé. Oyó la cadena del baño. ¿¿Quién está??, dijo en voz alta, abra la puerta, no importa, llévese todo si quiere, pero por favor me deja salir, por favor, no lo denuncio, no lo miro a la cara. No le contestaron. A la cinco de la tarde se puso a observar otra vez a través de la ventana que daba al jardín y vio que el vidrio se empañaba si respiraba cerca. Lo tuvo en cuenta, pasaría la lengua por los distintos manchones precipitados si llegaba a ocurrir que la sed se le hacía demasiado insostenible, supervivencia de primer grado. Pero ¿qué estoy diciendo?, se dijo, qué locura, por favor. Tres horas más tarde, combatió todo prejuicio, tenía el paladar seco y la garganta áspera y tuvo que chupar del vidrio, como el perro que lame la piedra por falta de minerales. A esas alturas, ya había dado vuelta toda la habitación con la esperanza de hallar algo que hiciera las veces de ganzúa. Estaban desparramados los cajones, desacomodados los abrigos, echadas a un lado las perchas y los pulóveres, las bufandas. Lo intentó con un zapato, lo tomó de la horma y apuntó con el taco contra el picaporte y golpeó fuerte pero enseguida se convenció de que eso no era una buena idea, malgastaría el tiempo. Se colocó las manos a la altura de la cintura y se puso a pensar. Se le escapó una risa. Esto es increíble, dijo en voz alta, una cosa de no creer. A las nueve de la noche le pareció percibir un olor diferente, se colaba por debajo de la puerta, venía un aire caliente, y era un aire que olía bien, que olía a comida condimentada. Eso tiene romero, pensó, mucho romero, pero, ¿de dónde viene eso, me quiere decir alguien? Había pasado todo el día y volvió la noche, paulatina. Dieron las diez y cuarto. Estaba encorvada sobre el elástico de la cama, quería forcejear para romper una madera cuando, de pronto, sobre la espalda, la desconcertó una voz, más que una voz, un comentario, un nombre. Clavó la vista en el televisor, se apresuró a subir el volumen y, en menos de un instante, se desconsoló. El conductor del noticiero local hablaba del doble crimen cometido el día anterior en las afueras de la ciudad: asesinado el taxista, Hilario Blanco, asesinada su pasajera, María Camet.
Rene se echó al suelo, era el final. Estaba perdida
(*) Seudónimo de Mariano Catoni

1 comentario:

  1. hola quería comentarles sobre un proyecto de arte y cultura que desarrollamos con unos amigos.
    Básicamente les explico de que se trata:
    www.decultura.net es la primer aplicación web gratuita en donde podes encontrar toda el arte y la cultura de tu ciudad en cualquier lugar de Argentina.
    A quien esta destinado?
    - artesano y/o diseñadores que deseen publicar sus artesanias u objetos de diseño.
    - Músicos y artistas que deseen publicar sus actuaciones en el calendario de eventos culturales.
    - Lugares vinculados al arte y/o nuestra cultura que deseen publicar los eventos que ofrecen.

    Realmente nos ayudarian mucho con el proyecto publicando una nota sobre el mismo. Espero les guste la idea.

    saludos y gracias!

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