No se llevó a los monos. Fue una cosa
de último momento y María no se llevó a los monos porque pensó que volvería
pronto y, porque, además, bueno, los dejó bajo cuidado de René, y esto último
era garantía con sobresello, era, para el caso, como alternar con un
heterónimo, como irse pero sin salir, porque René tenía devoción por los
animales, siempre la había tenido, desde chica, de grande, y ahora que orillaba
los setenta y ocho.
Escuchame, Renecita, le
dijo María aquel día, te dejo la plata adentro de la heladera, estamos, te la
dejo en una lata, de ahí sacás para la comida y vos ya sabés, les pisás unas
berenjenitas, unos calabacines y con eso ellos dos ya se arreglan, escuchame,
también hay que asegurarse de que nunca les falte agua, estamos, por lo de las
piedras en los riñones, viste, el veterinario me dijo, ah, y una cosa más, el
control remoto está en el cajón de la mesita de luz para cuando quieras ver
televisión, qué más, qué más, no me quiero olvidar de nada, ah, sí, te dejé un
papel con el teléfono del gasista, el calefón anda, pero es medio caprichoso,
si tenés algún problema lo llamás a él, que te lo arregle y yo después te doy
la plata, es de mucha confianza, creo que nada más, bueno, de más está decirte
que estás en tu casa, usá todo lo que quieras, absolutamente todo, eso ya lo
sabés. Vos no te preocupés por nada, querida, le dijo René, por nada de nada,
olvidate, haceme caso, andá tranquila que Guillermo y Sebastiana van a estar
atendidos como príncipes, como reyes que son, vos sabés que desde que los
trajiste yo los adoro a esos dos, son como mis chicos. No tengo dudas,
Renecita, por eso te los encargué, mil gracias te doy, sos un cielo. Andá
nomás, y que tengas buen viaje, eh, te vamos a estar esperando los tres para
cuando vuelvas. Sí, lástima tener que viajar por un motivo así, pero bueno, el
destino, quién lo hubiera dicho, en cosa de una semana yo ya estoy de nuevo, te
traigo un regalito. No te molestes, María, no me traigas nada, mirá que me enojo,
los favores no se pagan, andá nomás, andá. Abrazo, venga, un beso. La vio
alejarse en el taxi, cargada de bolsos y de un chaleco. Levantó la cabeza y
miró los árboles, el otoño ya los había desgranado y no se sacudían, ahora
dejaban pasar el viento. Caminó unos metros crujiendo las hojas bajo sus pies
ancianos, buscó la llave indicada en el llavero –estaba pintada con esmalte de
uñas–, la introdujo en la cerradura y entró en la casa. Ahí adentro olía a
limpio y, como las persianas estaban bajas, la oscuridad no dejaba ver más que
algo de penumbra y la silueta de un canasto de mimbre del que asomaban unas
revistas viejas. Buscó a tientas la luz y la encendió, segura, conocía muy bien
en dónde estaba cada cosa. Hacía más de diez años que René y María eran vecinas
y, por las tardes, después de la siesta, solían juntarse religiosamente a tomar
el té y a charlar de misceláneas. Apoyó el bolso sobre la mesada de la cocina,
junto a un repasador prolijamente doblado, y giró con todo el cuerpo al
escucharlos. Se habían puesto contra el hueco de la puerta que daba al living y
la miraban con sus ojitos curiosos, redondos y dulcemente familiares. Ah, acá
están, les dijo, vengan, vengan. Sebastiana se encaramó a una banqueta de
madera y se quedó parada ahí arriba, Guillermo hizo lo mismo pero cerca de la
pileta de lavar, se balanceó. Uno a la vez, les acarició la cabeza y se
dejaron, plácidos, cerrando apenas los ojos y respirándole en la mano con el
aliento tibio. ¿Se me van a portar bien ustedes dos?, dijo René. Y la miraron
sin correr la vista, con cierta expresión indagatoria. Vamos a ver lo de la
comida, no le pregunté a María si ya les había dado de comer hoy, dijo mientras
abría la heladera. Los dos monos la vieron abrir la puerta y se excitaron
echando dos o tres grititos y varios saltos. Me parece que ustedes dos son unos
tragones, dijo René con una mueca, seguro que ya comieron y me quieren hacer
trampa para que les de de nuevo, eh. La volvieron a mirar sin correr la vista,
con la misma expresión indagatoria de antes. Les dio de comer, de comer y de
beber, acomodó la ropa en la habitación y en un rato se hicieron las ocho y
media y se fue a acostar, tampoco era cuestión de cambiar los horarios
habituales. Primero se descalzó y después corrió las sábanas de la cama, se
tendió con la nuca sobre la almohada, abrió un libro en la primera página, se
colocó los anteojos bifocales y se puso a leer. Había leído unas pocas
oraciones cuando recordó la recomendación de la puerta. Sebastiana y Guillermo
tenían debilidad por la habitación y, si ella no cerraba, seguramente en algún
momento de la noche entrarían. No los dejes entrar a la pieza porque ensucian
todo y te ocupan la cama, le había dicho María, se creen personas, no sé. Se
levantó y cerró la puerta, entornándola. Volvió a acostarse, volvió a la
lectura y se mantuvo así durante unos minutos. Pero no duró mucho, al poco
tiempo empezó a cabecear y se quedó dormida con la boca bien abierta y el libro
colgando entre los dedos pulgar e índice. Se levantó temprano, a eso de las
cinco y media, espió por la ventana y vio el jardín a través del vidrio y de
las rejas negras. Todavía era de noche y había neblina, el pasto estaba
escarchado, no volaban pájaros. Pero qué loca, se dijo, me quedé dormida sin
tomar las pastillas. Se calzó las pantuflas que había dejado bien al pie de la
cama, equidistantes, se ayudó con el respaldar y con los dos brazos, en un
intrépido sacrificio por incorporarse de a poco. Entonces se levantó y quiso
abrir la puerta. No pudo, trató y no pudo. El teléfono sonó en el living a las
ocho y cuarto de la mañana y René tuvo el reflejo de levantarse para ir a
atender, pero se detuvo a medio camino entre la cama y la puerta y suspiró.
Volvió a sentarse. El timbre cesó y sonó de nuevo después de treinta segundos,
pero esa vez fue la última. Del otro lado se oía el motor de la heladera, de a
ratos parejo y de a ratos frenético, sacudido. Se paró junto a la puerta y
empujó con el cuerpo, con el hombro, con el antebrazo, precavidamente como para
no lastimarse pero con golpes secos y directos como para hacer suficiente
fuerza. Dejó de intentarlo cuando se agitó y se preocupó. No te pongas
nerviosa, René, se dijo. Fue hasta la ventana, vio el jardín, había un montón
de hojas, un escobillón, una manguera enrollada, estaban los canteros y, más
allá, se alzaba la medianera de lajas. ¡Ayuda, me quedé encerrada!, gritó.
Esperó unos segundos. ¡Ayuda!, volvió a decir con un vozarrón esta vez más
afligido. Golpeó la pared, con un repique, como quien llama. Entonces, la descolocó
un ruido. Corrió hasta la puerta, pegó la cabeza contra el laminado y se
concentró. Del otro lado se oía la televisión. Parecía el doblaje de una
película. Oyó ruido a muebles, a sillas, alguien las desplazaba de un lado al
otro. Un tornado de dudas la asaltó. ¿Cerré la puerta de entrada? ¿Cerré las
ventanas? A las diez de la mañana se tragó las pastillas, rasposas, mitad
ensalivadas mitad muy rasposas. En repetidas oportunidades, aplaudió y volvió a
gritar locamente a través de la ventana que daba al jardín. Se animó bastante
cuando, treinta metros más allá, a lo alto, vio un andamio con dos personas
apostadas junto al paredón de un edificio. Le dolió la garganta de tanto
gritar, pero no la oyeron. Encendió el televisor de la pieza para hacerse
compañía y distenderse un poco, mientras se le ocurría algo. A las doce del
mediodía le vino el hambre y la sed y no tuvo más remedio que aguantarse, cosa
que no sucedió con el extremo ardor en la vejiga que la llevó a orinar sobre el
suelo, a un costado, en cuclillas, como en medio de un bosque de muebles y
camastros. Solamente a mí me puede estar pasando esto, se dijo varias veces,
solamente a mí, te juro que cuando lo cuente, no sé, no sé. Oyó la cadena del
baño. ¿¿Quién está??, dijo en voz alta, abra la puerta, no importa, llévese
todo si quiere, pero por favor me deja salir, por favor, no lo denuncio, no lo
miro a la cara. No le contestaron. A la cinco de la tarde se puso a observar
otra vez a través de la ventana que daba al jardín y vio que el vidrio se empañaba
si respiraba cerca. Lo tuvo en cuenta, pasaría la lengua por los distintos
manchones precipitados si llegaba a ocurrir que la sed se le hacía demasiado
insostenible, supervivencia de primer grado. Pero ¿qué estoy diciendo?, se
dijo, qué locura, por favor. Tres horas más tarde, combatió todo prejuicio,
tenía el paladar seco y la garganta áspera y tuvo que chupar del vidrio, como
el perro que lame la piedra por falta de minerales. A esas alturas, ya había
dado vuelta toda la habitación con la esperanza de hallar algo que hiciera las
veces de ganzúa. Estaban desparramados los cajones, desacomodados los abrigos,
echadas a un lado las perchas y los pulóveres, las bufandas. Lo intentó con un
zapato, lo tomó de la horma y apuntó con el taco contra el picaporte y golpeó
fuerte pero enseguida se convenció de que eso no era una buena idea,
malgastaría el tiempo. Se colocó las manos a la altura de la cintura y se puso
a pensar. Se le escapó una risa. Esto es increíble, dijo en voz alta, una cosa
de no creer. A las nueve de la noche le pareció percibir un olor diferente, se
colaba por debajo de la puerta, venía un aire caliente, y era un aire que olía
bien, que olía a comida condimentada. Eso tiene romero, pensó, mucho romero,
pero, ¿de dónde viene eso, me quiere decir alguien? Había pasado todo el día y
volvió la noche, paulatina. Dieron las diez y cuarto. Estaba encorvada sobre el
elástico de la cama, quería forcejear para romper una madera cuando, de pronto,
sobre la espalda, la desconcertó una voz, más que una voz, un comentario, un
nombre. Clavó la vista en el televisor, se apresuró a subir el volumen y, en
menos de un instante, se desconsoló. El conductor del noticiero local hablaba
del doble crimen cometido el día anterior en las afueras de la ciudad:
asesinado el taxista, Hilario Blanco, asesinada su pasajera, María Camet.
Rene se echó al suelo, era el final.
Estaba perdida
(*)
Seudónimo de Mariano Catoni
hola quería comentarles sobre un proyecto de arte y cultura que desarrollamos con unos amigos.
ResponderEliminarBásicamente les explico de que se trata:
www.decultura.net es la primer aplicación web gratuita en donde podes encontrar toda el arte y la cultura de tu ciudad en cualquier lugar de Argentina.
A quien esta destinado?
- artesano y/o diseñadores que deseen publicar sus artesanias u objetos de diseño.
- Músicos y artistas que deseen publicar sus actuaciones en el calendario de eventos culturales.
- Lugares vinculados al arte y/o nuestra cultura que deseen publicar los eventos que ofrecen.
Realmente nos ayudarian mucho con el proyecto publicando una nota sobre el mismo. Espero les guste la idea.
saludos y gracias!