Para mi amor, Evita, en su cumpleaños
2003
De vez en cuando se ponía una boina de terciopelo, que dejaba ver la catarata de sus bucles dorados como una bendición de Dios. Y alguna vez la vi con sus libros de Cortázar bajo el brazo, mimando displicente su cintura de miel.
Esa chica tenía algo, mágico, indefinible, indescriptible, inasible. Que era de fuego cuando lo solicitaba ella, pero de hielo cuando lo provocaba yo.
Esa chica con aire infantil, verdes ojos cautivantes y caderas atrapantes. Esa chica una lejana noche de San Telmo, parisina, parsimoniosa, parturienta, me tomó entre sus piernas y nunca más me soltó de la vida.
Esa chica todo lo que tocaba lo tornaba mágico: Los días, las noches, los sueños, lo dicho y lo callado. Esa chica, con polera era una invitación al descubrimiento de los fríos y con pollera, una tentación a los calientes.
Tenía un discurso de maravillosos ayeres y un cuerpo de increíbles mañanas.
Esa chica no pedía nada prestado: Lo tomaba como suyo y después lo negociaba. Adolescente en las caricias de los cuerpos y sabia matriarca en los debates de los sexos. Mostraba una inseguridad segura, que escondía entre Valle Inclán y larguísimos, eternos, prometedores y ajustados pantalones.
Esa chica iba de la zona norte, del chalet de los papis a la Facultad de Letras, de la revolución a los cócteles, del Che Guevara al Dios clavado en la cruz, y lo hacía con la misma naturalidad con que nosotros, humildes seres mediocres, vamos del baño a la cocina. Pero con gracia, con don, con un halo de magia indescriptible.
¡Ay de mí, pobre inocente! Un día me tomó entre sus manos y me dejó un beso de flores frescas en los labios, sin que yo se lo pidiese por temor a ser irreverente con su belleza. Un día me pidió que la hiciese mujer y lloró porque creyó que no lo había sido lo suficiente, cuando en realidad fui yo el que no había sido lo suficientemente hombre.
Esa chica me invitó a descubrir las librerías de Corrientes y anochecí llorando junto a ella en la Fontana Di Trevi.
Esa chica me hizo comprender que no siempre se llora de tristeza, que la ropa tirada es desorden de los cuerpos, que el mar debe ser mirado con el alma y que la vida es una bendición de Dios.
Esa chica me quitó el sueño innumerables noches hasta que el desvelo se instaló en mí como una dulce presa. Me enseñó a leer con desmesura y a reír sin tapujos. Me instaló un pedestal entre sus pechos y pegó con clavos fuertes, gruesos y firmes sus mohines en mi alma.
Un día la saqué de la casa de sus padres, la tomé por su cintura, la cargué sobre mi hombro y me la llevé con mi semilla a cuestas por los barrios de la ciudad. Le di tres partos, en uno de ellos estaban dormidas la madre y la hija, y la niña nunca despertó. Sus lágrimas jamás se secaron, pero tan sabia como siempre, cuando me vio borracho del dolor comenzó a guardarlas en un frasquito, en el fondo de su alma.
En los otros dos partos sacó dos bellísimas conejas blancas de su galera, la más grande parecida a ella, la más chica parecida solamente a ella misma. Con las dos chicas, esa chica me dio más motivos para estar despierto de noche y vivir ensueños de día.
Hoy un poeta crece en su vientre, y su vientre es un poema. Y mientras lo lleva a cuestas lidia con las cuentas, juega con las dos princesas, llena la cocina de aromas, me peina con sus besos y recorre el conurbano escribiendo para apaciguar dolores ajenos.
Esa chica hoy es una mujer, increíble, maravillosa. Pero para mí siempre será esa chica, mi chica.
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2012
En la ensenada de una playa se pone un pareo, porque siente que tiene que disimular sus hermosas curvas. Se acerca a mí y me da un beso. Sus manos recorren mi cintura. Acercamos nuestras pelvis.
Han pasado casi 9 años. Su figura no parece haber dado al mundo cuatro criaturas, la misma cintura de siempre, los mismos pechos de oro, la misma cabellera de miel. Esa chica la sigue peleando como a los 20, y miren que no los tiene. Me hace las más maravillosas comidas, me regala el amor de sus piernas interminables cada noche y con descuido.
Esa chica sigue siendo una madre perfecta, una esposa de ensueño, un maridaje sublime de amor y templanza, de seducción y caminares. Playas de todo el mundo lo atestiguan. Cientos de cuadros se deslumbraron ante sus verdes ópalos.
Qué puedo decir yo de esa chica, que no haya dicho hace ya una década. Caminé por cornisas peligrosas, y su mano estuvo atenta a rescatarme. Sin sus besos yo nada sería, sin su amor sin cortapisas a nada habría llegado, sin su férrea voluntad la mía sería miasma de los cenagales. He sido cruel, he sido impiadoso, he sido artero, he sido deshonesto, he sido mentiroso. Ella fue paciente, dulce, piadosa, honesta y leal. ¿Qué más se puede pedir de esa chica?
Su último vientre enhiesto, un día se convirtió en mi descarnado y feroz rival, de apenas un metro de altura, ojos celestes y pantalones cortos. Carga con su Edipo a cuestas y nos mima a los dos, al poeta de su vientre y al escritor de su vida.
Repito, ¿Qué más se le puede pedir a la vida, con una chica así a mi lado? Solo decir, como lo dije hace casi 20 años, como lo dije una década atrás, como lo digo hoy. Fuiste, sos y serás mi chica.
Gracias, T. Te quieroo! Sabés que pienso que es lo más lindo que escribiste jamás...
ResponderEliminarYo también mi amor!!! Y lo más lindo está por venir!!! Tu Gordito
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