Carlitos no se consideraba un fanático de Boca. Iba a la cancha cada muerte de obispo y veía los resúmenes de los partidos en las noticias. Cuando la conoció a su mujer le entregó el fútbol como prenda de amor y no era raro verlos en la cola del cine o recorriendo una exposición de arte latinoamericano a la hora de un súper clásico.
Pero en algún lugar de su corazón mantenía inalterable su pasión por el Xeneixe. Esa que había recibido de su padre que le contó las glorias de Tesorieri, Cherro, Varallo, Rattín y el Chapa Suñé. Juntos habían seguido al equipo en las épocas en que lo rondaba el fantasma del descenso y juntos habían visto jugar a Maradona cuando era un pibe y cuando volvió una tarde frente a Deportivo Mandiyú.
Ese sentimiento había pasado intacto a sus dos hijos menores, Mercedes y Juan Manuel que seguían los resultados del equipo con entusiasmo, exigían salir a festejar cada campeonato y adoraban vestirse con las camisetas de Boca. Por pedido de los chicos fueron miles de veces al Museo de la Pasión Boquense. Allí, a partir de la magia de un simulador 3 D Carlitos pudo experimentar lo que siente un jugador cuando sale a la Bombonera y la hinchada corea su nombre. Aquella atracción lo emocionó hasta las lágrimas y aunque patadura y atado de por vida al faso, fantaseó con la posibilidad de que un día los xeneixes cantasen su nombre.
Una mañana, en un recoveco de las redes sociales se cruzó con el Chueco, uno de sus grandes amigos del secundario. Lo encontró deportista como antaño, casado con su novia de siempre y con una larga militancia en la dirigencia bostera. Un domingo de improviso llegó una invitación para ver a Boca en su cancha. Allá fue con Juan Manuel y el triunfo del equipo terminó de sellar la pasión xeneixe del pibe. Para el padre fue una delicia reencontrarse con los cantos y los gritos de la hinchada que festejaba los pases de Palermo y Riquelme.
El siguiente convite del Chueco llegó para un partido raro. Contagiados por sus colegas europeos los jugadores habían organizado un paro de actividades a tres fechas del final del campeonato. Reivindicaban mejores sueldos, campeonatos más cortos y un porcentaje de los derechos que la televisión estatal pagaba por trasmitir los partidos. La AFA no logró convencerlos de volver a calzarse los botines y los clubes recurrieron a los pibes de las inferiores y su hambre de gol.
Los hinchas se alejaron de las canchas porque sin los titulares el espectáculo perdía calidad. A Carlitos eso no le importó. Boca iba puntero y si mantenía la diferencia con el segundo podía salir campeón sin ninguna de sus estrellas en la cancha. Enfiló para el estadio con Juan Manuel dispuesto a disfrutar, sino de la magia de Riquelme de la fiesta de la hinchada.
Lo encontró al Chueco preocupado. Las estrellas del equipo habían hecho un trabajo fino para convencer a los más jóvenes de que tenían que hacerse valer y sumarse a la huelga. El resultado era que ni siquiera convocando en las inferiores habían conseguido sumar los once reglamentarios.
La dirigencia había reclutado algunos muchachos de la hinchada y a sus propios parientes, pero sabían que si los adversarios reconocían los nombres que tenían enfrente, el equipo la iba a pasar mal. Al final del primer tiempo quedó claro que los de enfrente tenían bien claro que jugaban con gente de la 12. Una patada acá, un insulto allá, habían conseguido hacer echar a tres jugadores y el equipo no tenía recambio.
Entonces llegó el pedido desesperado del Chueco: “Turco, ¿te aguantás un tiempo en la cancha? El dudó. Pensó en el faso que no lo dejaba correr, en la pierna que de vez en cuando le tiraba ahí abajo. Pero también pensó en que era capaz de correr el colectivo cada tanto y con bastante decoro y que era el único de sus amigos que no había tenido que desterrar sus viejos cinturones para comprarse otros, varios centímetros más grandes. Además, estaba la hinchada que parecía no haberse dado cuenta de que las estrellas estaban de paro. Habían llevado bombos, banderas, y los cantos más pintorescos.
Así que le dio para adelante. Entró al vestuario y se puso la azul y oro. Le tocó un 5 en la espalda en un equipo formado por un montón de treintañeros reclutados de la tribuna con más voluntad que talento. De inmediato reconocieron su veteranía y lo nombraron capitán. Les explicó que sólo era cuestión de aguantar 45 minutos para quedar en la gloria.
Los paró bien atrás, no era cuestión de arriesgarse demasiado, y decidió que era preferible una amarilla a dejar pasar a un rival. Y entré grescas y fulles aguantaron gran parte del partido, aunque a uno de los delanteros se la caían los pantalones. Cierto que en el medio lamentaron el tinto con el que acompañaron los ravioles antes de salir para la cancha y que a él mismo le faltaba el aire cada vez que subía para alcanzar una pelota.
Pero los once disfrutaron el partido como colegiales. Sin conocerse se llamaban “Gordo”, “Negro”, “Colorado” y otros apelativos que hubiese puesto hecho una furia al interventor del INADI pero que hicieron las delicias de la hinchada, que encontraba agudas rimas para alentarlos a todos y cada uno. Por suerte el Chueco estaba en la tribuna y sopló de entrada que él era el Turco. Y a la 12 le cayó simpático el veterano que arremetía con todo.
Cuando el reloj se acercaba a los 90 minutos, el marcador seguía cero a cero. Los muchachos de la 12 ya preparaban los fuegos artificiales. En eso el Gordo se inspira y corre media cancha, pero le falta el aire y lo encuentra a Carlitos que venía en sentido contrario tras un delantero que era una flecha. Se la tiró a los pies y el otro arremetió con fuerza, con la inspiración del Chicho Serna, el Huevo Giunta o el mismísimo Chapa Suñé. Por un momento la hinchada juró que los mejores cinco de Boca se le metieron en la piel a ese Turco abogado y peronista que corrió hacia el arco como si estuviese en el potrero de Barracas.
Lo agarró desprevenido al arquero y se la clavó al ángulo. Se abrazó al Negro, al Gordo, al Colorado, al referí y a un contrario que encontró en el camino. Se colgó del alambrado y le gritó a la 12 el gol que le respondió en un estruendo: "Turcooooo, Turcooo".
Como me gusta como escribís! Tan a flor de boca, que las palabras están listas para despegarse del papel.
ResponderEliminarGracias, Bel! Valoro muchísimo tu comentario como lectora y cuentacuentos!!!
ResponderEliminarEL FÚTBOL ARGENTINO... ASÍ ES... APASIONADO Y VITAL, COMO LOS ARGENTINOS...
ResponderEliminarla tuya es una definición muy certera, querido Jorge.
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