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jueves, 11 de diciembre de 2014

SEÑORA MARIPOSA, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina


Me preguntás por qué le decían “Mariposa” y es porque nunca la viste. Era etérea y delicada. Parecía una muñequita de porcelana de esas que adornan las vitrinas. No caminaba, volaba. Sería porque apenas tenía quince años cuando llegó al barrio. Venía de un pueblo de la provincia con ganas de progresar en Buenos Aires pero abandonar el pueblo le había ganado el desprecio de su familia y la condena de las vecinas del barrio. Para ellos era poco más que una perdida.

 Empezó a trabajar como vendedora en un negocio de corbatas del centro. Sabía que la habían elegido por su belleza ya que sus manos suaves y sus ojos lánguidos le daban un encanto distinto a los productos del local. Se instaló en un conventillo del Abasto y enseguida se hizo amiga de una chica que planchaba para afuera, que era mayor que ella y la protegía siempre.
Creo que se llamaba Carmen o algo así pero los muchachos del barrio la llamábamos “Mariposa” y nos desvivíamos por hablar con ella y ganarnos su simpatía, o, al menos una sonrisa. Era imposible. Cualquier insinuación la hacía sonrojarse de un modo que daba pena. Así que nos contentábamos con admirar su fragilidad desde lejos. Como a una muñequita de porcelana.
      Un día llegó un gallego que era marino mercante. Venía a montar un negocio de importaciones o algo así y se mudó a una casa de dos plantas muy cerca del conventillo. Quedó prendado de la belleza de “Mariposa” y empezó a cortejarla. Ella no se dejó, pero pudieron más los galanteos y las “z” zalameras de él y terminó aceptando sus convites. Se casaron en la iglesia de Jesús Sacramentado con apenas un puñado de invitados porque él no tenía  a nadie en Argentina y a la familia de ella no le hizo gracia el vértigo de la relación y juraron no volverle a hablar.
     Después de unos cuantos días de disfrutar las mieses del amor a “Mariposa” se le instaló en la cara el arrebol. Vivía subyugada por su hombre y volaba en torno de él, como si fuese una fogata que la atrajese sin remedio. Con la libreta en la mano, él se enfrascó en una serie de trámites para su negocio de comercio exterior.
    Antes del mes pretextó asuntos del otro lado del mar. Aseguró que serían pocos meses y se fue en un barco parecido al que lo había traído. Ella fue al puerto a despedirlo y dejó su vida en suspenso para esperarlo. Como él no le había dejado más que unos pocos pesos no pudo dejar el negocio de corbatas. Su patrón fue el primero que notó que el vientre de “Mariposa” empezaba a crecer y a redondearse.
    Su amiga la planchadora la cuidó durante nueve meses. La familia allá en el pueblo no acusó recibo de la noticia y el gallego no respondió las cartas que volvieron rechazadas por dirección incorrecta. Para entonces la nena ya había nacido. Se empecinó en llamarla “Angustias” y la crió con la ayuda de los vecinos del conventillo y el madrinazgo de su amiga la de la plancha.
     Madre era más frágil todavía. Por eso los muchachos redoblamos los esfuerzos por conquistarla. Queríamos protegerla, darle abrigo para ella y su hija. Pero ella esperaba con una certeza infantil que volviese su hombre.
    Y mirá que tuvo indicios. Durante meses llegaron al conventillo preguntando por el gallego montones de clientes a los que les había prometido productos de ultramar. Les había cobrado por adelantado y ellos venían reclamando lo suyo a la esposa del delincuente. Al principio ella les repartía los pocos pesos de su sueldo prometiéndoles el saldo para más adelante. Después tuvo que admitir que no podía pagarles y aguantar sus gritos y sus amenazas.
       El patrón, en tren de ayudarla, le ofreció ponerle un departamento. Una compañera de trabajo le habló de algunos boliches del puerto donde podía hacer buena plata. Pero ella seguía esperando al gallego con un empecinamiento rayano en la locura.
         Volvió varios años después, con su mujer, morena e imponente. Con la plata de la estafa había prosperado y tenía un muy buen pasar. El suficiente como para tomar vacaciones del otro lado del océano. Paseó por el barrio y en el bar de la esquina se enteró de que “Mariposa” había parido una hija suya.
        Me gustaría contarte otro final. Decirte que el tipo se arrepintió y fue a buscarla. Que le juró amor y se la llevó a España. Pero te estaría mintiendo. La esperó a la planchadora en el umbral del conventillo y le contó que había rehecho su vida. Su mujer no podía tener hijos así que ofreció llevarse a Angustias a vivir con ellos, del otro lado del mar.
          No quiso ver a “Mariposa” y ella entendió lo que tenía que hacer. Preparó una valija de cartón con los pocos trapos que tenía su hija y se acostó a dormir después de tragarse un frasco entero de pastillas. Se las había conseguido la de la plancha, segura de que ya no tenía otro modo de ayudarla.
      La encontró el gallego cuando llegó a buscar a Angustias. La nena jugaba con una muñeca de trapo sin entender lo que pasaba. Dicen que no se quedó al entierro pero mandó un ramo de flores. El que si estuvo fue un tal Puccini, un hijo de tanos que vivía en la pieza del fondo y quedó tan conmovido que dicen, le dedicó un tango. Creo que lo llamó “Señora Mariposa”.

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