-¿Oye, eres A? -pregunta la voz
enrabietada de un anciano al otro lado del auricular.
-¡El mismo que viste y calza!
–respondo, palpando ya problemas, con vozarrón prusiano.
Se trataba del padre de la anterior,
que llamaremos B y que, cosa mala, se había metido por medio a instancias de la
susodicha y me pedía explicaciones.
-¿Qué le has hecho a mi hija? ¡No para
de llorar! ¡Tú y yo tendremos más que palabras!
-Lo que haga falta.
-¿Qué…?
Silencio al otro lado, una respiración
tensa y poco después me llega el berreo de un llanto femenino desatado.
Me daba grima la situación, con toda
su carga de absurdo y desatino, pero el viejo seguía muy crispado. Me imagine
reventándole la cabeza a patadas y la imagen me pareció repulsiva. Tragué aire,
tratando de paliar mi creciente irritación. Pensé en mandarlo a la mierda
entonces, pero algo torpe siempre nos aferra a lo inoportuno e indeseable.
Tampoco le veía mayores consecuencias.
-¿Cómo que la has dejao?
-¡Normal, no follábamos na!
-Eh… ¿Qué dices? ¿Cómo te atreves?
-Ponte en mi lugar moreno: me pasé
seis meses pajarito, ahora sí, ahora no y más pajas que un sereno. Justo cuando
la mando a freír espárragos le viene todo ese amor y se derrite de deseo.
-¡Esas intimidades…! ¡No riges!
-Lo mismito por ese lado. Nada, aire y
vela.
-¿Cómo…?
- A tomar per vas nefandum.
-Eh…
-¡Qué cuelgues ya y cortes el rollo!
-¡Que nos veremos las caras!
-Mientras no sean las pollas.
Silencio brusco, respiración agitada,
un “este tío esta loco” balbuceado entre disnea. Más lloros histéricos se
desgranan de fondo, luego oigo que se rompen cosas.
-¡Suerte tienes que soy un anciano,
pero arrieros somos! ¡Mañana por la mañana mi hijo te hará una visita, chulo, a
ver qué te cuentas! ¡Es cinturón negro de karate!
-Ya me he cagado encima ¡Que venga,
tengo aquí un nueve largo con el cargador lleno!
-¿Cómo?
-¡A tu hijo le pego dos tiros y
después me voy a tu casa y os dejo a todos como un colador!
-¡Estás trastornado! ¿Te crees muy
fiera?
-¡Me desayuno niños asados cada
mañana!
Hay una maldición y el fulano cuelga
con violencia. Todavía espero la visita del karateka. Independientemente de la
anterior carnavalada, el hecho es que no aprendía de la experiencia, que no
asumía, de una vez por todas, que el amor normativo no era lo mío. Continué
cazando pelos, un par más, hasta que terminé replegándome en mí mismo para
encontrar un poco de felicidad.
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