Para
su libro Las Eternas preguntas, diciembre 2014
Todo estaba en suspenso. La
noche silenciosa
aún sin ondas de luz, moraba en el espacio.
Sereno, quietamente,
hilabas, Dios, despacio,
con tus
divinos dedos, la aurora
misteriosa.
Sin hesitar siquiera, tu perfecto prefacio
ya anunciaba la estrella
de gala esplendorosa
y la pulsión del Uno
pujaba vigorosa,
para alumbrar un Todo
recóndito y reacio.
Como un útero inmenso, en el
punto esperado
se desbloqueó lo mudo, se desbordó lo interno
y en colosales giros se disparó lo atado.
El ser humano entonces, volcado hacia lo externo
¿dejó atrás el origen y
olvidó, descuidado,
que Dios puso en nosotros la chispa de lo eterno?
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