Imagen de Inti Maleywa “Atahualpa semilla de dignidad”
“¿Lograremos
exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible
repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios
asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y
Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de
progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe
exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo
al hombre civilizado”. Domingo Faustino
Sarmiento. El Nacional 25 –nov – 1876
Así pensaba el presidente de Argentina durante el período 1868-1874, Domingo
Faustino Sarmiento, docente, político, escritor y considerado, además,
estadista, quien a la vez fuera homenajeado en 1947 por la Conferencia Interamericana
de Educación que estableció como Día Panamericano del Maestro el 11 de septiembre (1888), fecha de su
fallecimiento.
Este político defensor a ultranza de la pureza racial, fue uno de los
tantos reproductores de una ideología perversa, estigmatizadora de nuestros
aborígenes reproduciendo desde la subjetividad explícita las más repugnantes
teorías que aún en la actualidad muchos mantienen pero de la que otros pudimos
ir zafando basados en la objetividad y el respeto por los primeros habitantes
de Nuestr América.
Año 1492 o más o
menos: No había Internet ni correo, tampoco periodistas ni escritores que
relataran los horrores que comenzarían a ejecutar en nombre de la fe, la
evangelización, el desarrollo, la ¡civilización!
A sangre
y fuego, como corresponde actuar cuando se invade, unificando a la cruz con la
espada criminal como símbolos innegables del espanto.
Con el
correr del tiempo, de las naves y de la vergüenza, comenzaron a mutar hasta las
palabras, accediéndose a otras definiciones, por ejemplo, comenzaron a hablar
de descubrimiento cuando debía hablarse de invasión. In-va-sión, directamente,
sin vueltas ni tapujos.
Al
arribar los colonizadores empujados por el crimen, encontraron hombres,
mujeres, niños, animales y riquezas sobre la superficie de estas tierras
prósperas que habrían de ser saqueadas impunemente.
El
desembarco hecho a filo de espada lo primero que causó fue el desangre de la
vida, de la esperanza, de la razón, dividiendo la historia futura en dos
posicionamientos: uno inclinado hacia la justificación, el otro hacia el
análisis concreto que obliga al más firme repudio a los métodos empleados. Este
último demoró muchos años en hacerse efectivo. Yo, por ejemplo, soy hija de una
generación que celebraba cada 12 de Octubre como el “Día de la Raza” o “Día del Descubrimiento
de América” como si fuera el día de la liberación de los pueblos.
De solo
recordarlo a uno le corre un frío por la espalda, porque lo que se celebraba y
en algunas instituciones de mi tierra, generalmente españolas todavía se
celebra fue y es el día en que la teoría de la “civilización” comenzó a devorar
vida, costumbres y cultura ancestral.
Los
entonces llamados “salvajes” aquel 12 de Octubre vieron rodar los cuerpos
ensangrentados de su gente. Nuestra gente, y no lo hicieron enredados en la
resignación sino todo lo contrario, tanto escarnio generó la Resistencia tan
heroica como lo son todas las resistencias aunque no siempre se las reivindique
así.
A lo
lejos, el símbolo de lo más bajo que puede representar recuerdo humano, una mujer
conocida como Su Majestad, Reina de España, fiel católica practicante, desde su
trono de excrementos se frotaba las manos solo de imaginar si la
arriesgada travesía y la tremenda inversión mercantilista, llegara a dar sus
frutos.
¡Y vaya si lo logró! Así se reprodujo el oro y
la riqueza de España, sin pecado concebido, sin temores a la “justicia divina”
porque la santa iglesia fue cómplice de tanto dolor, de tanta enajenación.
Diseminado
el horror, pasada la sorpresa, mientras los esclavizadores descansaban los
instintos satisfechos, agotados por los esfuerzos de las violaciones a que los
recién llegados sometían hasta a las niñas indígenas, había que empezar a
hablar de un dios que castigaba a los que no se postraran ante la cruz de
madera clavada en las entrañas de la Pacha Mama.
Cruz, que
por otra parte, tiene la propiedad del castigo aunque se mantenga indolente
frente las masacres y el espanto que aún hoy tienen vigencia.
Se
trataba de hacerles entender a nuestros indígenas que alguien “murió por ti”, y
que muchos debían entregar forzadamente su sangre para evitar la ira en caso de
desobediencia.
Había que
domesticar al hombre de piel cobriza y a la mujer con pechos acariciados por la
naturaleza que tampoco comprendía las razones del genocidio.
Les
hablaron de un dios que esperaba en el cielo a los “buenos” siempre y cuando lo
veneraran antes. Ya no había perdón si se optaba por seguir siendo “salvajes”.
En ese
caso, derechito al infierno.
Derechito…
tan derecho como las teorías reivindicadoras que siguen hablando de
“descubrimiento”.
Hoy se
conmemora un nuevo año de la llegada del primer monopolio español al que
sucederían otros en la historia capitalista de América, introducido gracias a
la mano de obra barata de presos liberados para la travesía y enfermos
reproductores de pestes.
Se conmemora un nuevo aniversario de la
llegada de los primeros sicarios que pisaron tierra Nuestramericana.
Y siguen
llegando conquistadores a esta América morena.
Y siguen
matando indígenas y a sus descendientes: los pobres.
Ya no
asustan con cruz de madera, ahora es suficiente con lanzar un documento que
asegure que otros “incivilizados” tienen armas químicas y ponen en vilo al
mundo.
O decir,
simplemente, son “terroristas”.
El
objetivo es el mismo: la riqueza que pese a tanto dolor y tristeza nuestra
Madre tierra sigue pariendo.
Hoy, como
todos los 12 de Octubre la humanidad debe sentir vergüenza. Por eso digo, en
esta fecha no hay nada que festejar sino todo lo contrario. Y es obligación
visceral elevar nuestro repudio a todos
esos engendros que celebraron y celebran esta fecha.
Al menos
siento que es el deber que tenemos para con nuestra historia pasada, presente y
futura.
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