De su libro “Territorios
del alma”, Buenos
Aires, Ediciones La Ciudad, pp.21-22
¿Qué nos
quedó de Dios, este milenio?
un opaco
camino, oscurecido
en múltiples
momentos por el odio,
donde nos
celebramos "casi" dioses
danzando en
el desierto que creamos
resecando
los humus y esperanzas.
La oscuridad
cubrió nuestros poblados
y perdimos,
de a poco, la memoria
del
"para qué vivir", con qué sentido...
Time is
gold., consigna
despiadada
fue el nuevo
Leviatán para los sordos,
pequeños
hombrecillos sin mañana.
Es malo
estar sin Dios, sin un abrigo,
sin siquiera
un gabán apolillado
con que
cubrir la nieve del ateo.
Es malo no
subir alguna altura,
una cuesta
interior, insospechada,
un abrazo
fraterno, distendido.
Es triste no
advertir la maravilla
inmersa en
la ternura o las esperas,
en el pasto
otoñal o las auroras,
en el beso
robado o los ensueños,
saltar,
plenos de amor, alguna cerca,
mojarse con las gotas de rocío....
Bajo el
gélido stress que nos recubre
el barco de
la vida va encallando...
¿Con qué
computadoras pulsaremos
teclados
hacia el ser de cada uno?
¿En qué
coche moderno, apoltronados,
encontraremos
sendas hacia el Todo?
Hay un
escape aún, recuerda, Hermano,
una puerta
entreabierta hacia el Futuro.
Es un canto
de fe que nos convoca
con total
amplitud de trascendencia
¡Una espera
sin límites que espera
a los
pródigos Hijos del Retorno!
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