Cenicienta nació en carnaval.
El
augurio no era claro, podría leerse de varias maneras: época de jolgorio antes
del miércoles de ceniza; mascarada, fiesta pagana o, en fin, broma del destino.
La cuestión es que la pequeña no tuvo nada
fácil desde el mismo instante en que se asomó a éste mundo El
Rey, su padre, era como decía el pueblo “Un pan de Dios “, pero vivió pocos años luego de que ella naciera. De
todos modos llegó a trasmitirle valiosas enseñanzas y su concepción elevada e
idealista de la vida.
La Reina madre ya era otra cosa, cuándo el
Rey murió le faltó tiempo para relegarla al fogón de la inmensa cocina del
palacio, ella debía proveer las comidas, limpiar los salones y sobre todo poner
papel higiénico en los baños, ya que si no lo hacía podían llegar a
utilizar duros pergaminos en que la
Reina regente escribía los borradores de sus arbitrarios decretos, con el
consiguiente daño que se producía en la piel de los habitantes del palacio,
que habían sufrido graves laceraciones
antes de que Cenicienta se hiciera cargo.
Cenicienta inició éste periodo de su vida con
admirable resignación, a pesar de que el pueblo, ¡Siempre el pueblo!, hacía
rodar el infundio de que su sumisión era lisa y llanamente estupidez.
Tenía
un hermano, el Delfín del reino y mimado de su madre.
El
pueblo lo quería mucho, era muy bonito, pero lucía un aire lejano y distante y
su trato hacia el mundo era de total desapego.
La niña siempre le tuvo lástima, pensando que
eso se debía a la influencia de la Reina,
por lo cual el pueblo llegó a la conclusión de que realmente Cenicienta era
estúpida.
Así
creció, convirtiéndose en una joven muy atractiva, a pesar de la ceniza de los
fogones que solía cubrirla. Ella se aseaba para quitarse la suciedad, pero
extrañamente nunca logró librarse de una pequeña cruz de ceniza en el medio de
su frente.
Eso
al pueblo lo conmovió. Era una señal misteriosa, ya verían de ponerla a prueba
para dilucidar si, además de estúpida,
era santa o bruja.
La Princesa, solía frecuentar a escondidas la
biblioteca de palacio, su padre la había dejado bien provista, y así adquirió
una voracidad infrecuente en las niñas del reino por aprender, por saber y por
pensar.
Semejante
desatino se hizo público por la infidencia de algunos parientes de la Reina,
que se alarmaron pensando que un exceso de lectura podría menguar su visión,
impidiéndole cumplir con sus trabajos, que eran muy importantes para el
bienestar de todos en palacio.
El
pueblo fue contundente ¡Así nunca se casaría!
¡Es tan veleidoso el pueblo!
Cenicienta
en sus pocos ratos de ocio salía a pasear por la pradera que rodeaba el
palacio, no se alejaba mucho porque alguien podría necesitarla para preparar un
té, cuidar un enfermo o recibir los azotes por alguna picardía cometida por su
hermano el Delfín.
Entonces conoció al Príncipe del reino de
enfrente.
El
reino de enfrente era mucho más importante que el suyo, pero a pesar de su
riqueza y extrema frivolidad, le extrañó verlos tan almidonados y reprimidos en
cuánto a cosas que para ella eran muy naturales, por ejemplo besar a la gente que uno quiere, demostrar
sentimientos, decir la verdad, sentarse en el suelo de una calle, pensar, ser
fiel. Todas cosas que ella hacía, si era posible a escondidas, porque no quería
alborotar más a las pobres gentes de su reino, que ya tenían bastante con su
cruz en la frente.
A escondidas también comenzó a frecuentar el
reino de enfrente, y sobre todo al Príncipe.
Era un Príncipe muy bello, elegante, decidido
a más no poder, y simpático.
Tenían un pueblo raro.
En
el reino de enfrente los hombres eran lo más importante y las mujeres tenían
todo el poder, pero muy oculto.
En cuánto a la vida en palacio Cenicienta
envidió el hecho de que no hubiera papel higiénico, ni de ninguna otra clase en
los baños.
Sucede
que la Reina había abolido las necesidades fisiológicas por decreto, pues las
consideraba algo muy vulgar y propio de la plebe.
La
cuestión es que después de pelear como nunca lo había hecho con su madre la
Reina, con su hermano el Delfín y con la desconfianza de su pueblo que estaba
convencido de que iba a cometer un tremendo error, Cenicienta se casó con el Príncipe
del reino de enfrente.
Al Príncipe del reino de enfrente tampoco le
fue fácil ya que, tenía una hermana por la cuál también recibía azotes
injustificados, y ella hizo lo imposible por boicotear el casamiento.
La Princesita tenía costumbres muy
licenciosas, era sumamente llamativa y provocativa, arreglándoselas para hacer
bailar en las puntitas de sus dedos a todos los jóvenes del reino de enfrente,
hasta que llegó un momento en que su carácter se agrió ya que dichos jóvenes
terminaron acercándose a ella solamente para jaranear y eso que la reputación
de una princesa suele ser impoluta ya que se mantienen esos deslices ocultos al
pueblo, pero ella cruzó los límites de la decencia.
Más adelante diremos como encontró un marido,
inocente de toda inocencia.
En la época de la boda habían llegado de
todas partes y a ambos reinos una especie muy rara de seres, casi todos ellos
jóvenes.
Tenían un culto que celebraba la paz, el
amor, la libertad. Solían bailar y cantar y por donde ellos pasaban quedaba
sembrado el suelo de flores.
No eran muy limpios y a veces olían fuertemente a algo que parecía incienso.
Cenicienta sintió una atolondrada simpatía
hacia ellos, que nunca, nunca se le curó por más denostados que fueran.
Aprovechó las flores que dejaban a su paso
para hacerse una tiara que cubriera la cruz de ceniza que aún persistía en su
frente.
La
boda se realizó a oscuras, pues los pueblos de ambos reinos demostraron su
disconformidad saboteando las fuentes de luz.
A Cenicienta no le importó, ya que su
felicidad era inmensa y se rió de los malos augurios de ambas Reinas madres y
de los Principitos consentidos.
Y fueron felices, por lo menos la niña ya que
el joven Príncipe daba por sentada su felicidad. No tenía mucho tiempo para
pensar, pues había sido acostumbrado por su madre desde la más tierna edad a
pasar las horas frente al espejo en ritos de alabanza a sí mismo, que constituían
la religión de la Reina.
Hay que reconocer que Cenicienta tuvo sus
penas, ¡era un reino tan banal el reino de enfrente!, ¡Eran mentirosos también
por decreto de la reina!, pero siguió adelante contra viento y marea.
Después de un tiempito prudencial, ya que el
pueblo de Cenicienta, desconfiado, podía llegar a pensar en relaciones
pecaminosas antes de la boda, tuvieron un bebé.
¡Un sol, lo más perfecto que ella había visto
o imaginado en sus mejores sueños!
Con la llegada de semejante maravilla su
unión con el Príncipe fue más estrecha, dando un rotundo mentís a los
pronósticos agoreros de ambos reinos.
Lástima
que se dio cuenta con gran tristeza que había cambiado el fogón de su palacio
por la esclavitud ahora conjunta a la que la sometían madres Reinas, marido, y
toda la parentela que podía llegar a aprovechar su inocencia y generosidad,
cosa que su pueblo seguía llamando tenazmente estupidez.
La
Princesita del reino de enfrente, hermana de su marido, terminó casándose con
un ignoto individuo ignorante, por supuesto, de las pícaras correrías de su
novia y además, terriblemente feo.
Pero como a pesar de ser hombre de ese reino,
jamás había conocido mujer, le daban gracias a Dios que su inocencia al respecto, le impediría darse
cuenta de la vasta experiencia de la desposada.
En cuanto a su hermano, el Delfín, casó con
una niña hermosísima, también contra la voluntad de la Reina madre quién, por
medio de infinitas tretas, calumnias y mentiras, logró a los pocos años que el Príncipe
abandonara a su esposa para escaparse con una bruja fea, maligna y peligrosa.
No le salió muy bien a la Reina, porque el
hijo escapó de mujer y de madre para siempre.
La
vida de Cenicienta fue muy dichosa en todos los aspectos, el Príncipe llegó a
acostumbrarse a las extravagancias de ella y hasta adquirió gustos afines con
la niña.
Ella a su vez no pudo dejar de atender las
exigencias de su entorno, pero logró de vez en cuando escapar con sus ensueños.
A veces añoraba su fogón y corría a la gran
chimenea de palacio a cubrirse con las cenizas hasta que sentía que se le
pasaba esa indefinida tristeza.
También sufrieron guerras en los dos reinos,
no entre sí, pero siempre estaban defendiendo las fronteras de pueblos que los
asediaban, especialmente con tentaciones pecaminosas.
El reino de enfrente solía sucumbir rápidamente
Por ejemplo la Reina madre del reino de
enfrente, que había enviudado, tornó a casarse con un joven efebo muchísimos
años menor que ella.
Pero, ¡volvió a enviudar!
La madre de Cenicienta en cambio no quiso
casarse nuevamente a pesar de los requerimientos de dos nobles del reino, con
gran fortuna ambos.
Es
que tenía inquietudes menos mundanas, pero más difíciles de sobrellevar para
sus súbditos y parientes.
El pueblo de Cenicienta logró aceptar sus
rarezas.
Además el Príncipe heredero era tan glorioso
y tenían cifradas en él tantas
esperanzas.
Habían realizado un magnífico trabajo Cenicienta
y el Príncipe del reino de enfrente con su hijo.
Por eso resultó más extraño todavía, ya que
aún tenía mucho trecho por recorrer, y mucha vida por vivir con su hermosa
familia, la noticia de la última extravagancia de Cenicienta.
Ambos pueblos buscaron incontables
explicaciones para su conducta, hablaron
de un rapto de locura, de ceguera emocional.
Trataron y trataron de disculpar y de
entender su acto suicida, arrojado, terminante, pero no lo lograron...
¡Ella, tan abnegada, tan fiel, tan servicial
con su reino, con su pueblo! ¡Como la lloraron!
¡Como extrañaron los sacrificios a que los
tenía acostumbrados!
Solo
dejó una corta nota donde decía que no podía dejar de consumirse en la hoguera.
¡Llamar hoguera a su fuga con un cantante de rock!
Cenicienta corre feliz por el mundo con su
cantante y una vincha de lentejuelas que cubre la cruz de ceniza de su frente,
se baña de vez en cuando y huele a algo que parece incienso.
Finalmente se liberó, para ser una estrella de rock.
ResponderEliminarOriginal desenlace para esta alocada y creativa historia.