Pidió un ramo de fresias. A Elsa
no le gustaban los claveles y mucho menos las rosas que le parecían demasiado
presuntuosas. Pero sí las fresias que desplegaban sus pétalos en una sinfonía
de colores que iban del azafrán al lila. Así que eligió el ramo más grande y
asintió cuando el dueño del puesto le preguntó si eran para la patrona. “Seguro
las está esperando, como cada 21 de Septiembre”, agregó.
El hombre lo
felicitó por su galantería y lamentó que los jóvenes no conservasen esa linda
costumbre de halagar a sus chicas el Día de la Primavera. José le contó que él
no se olvidaba jamás, pero que también le compraba flores a Elsa para su
cumpleaños, el Día del Maestro y también cada 9 de noviembre para celebrar su
santo. En los primeros años del noviazgo y el matrimonio ella jugaba a
mostrarse sorprendida. Después, lo miraba con una sonrisa tierna y le agradecía
no haberse olvidado.
Se alegró al
pensar que ella estaría orgullosa de su hombre. Por eso se había puesto su
mejor traje. No le importaba que mientras caminaba la gente lo mirase con una
mezcla de sorpresa y ternura. Algunos le sonreían. Otros lo alentaban:
"Bien, abuelo".
En un semáforo
un taxista le preguntó con un guiño
cómplice si el ramo era para su novia. Le contestó que, de cierto modo, sí. Al
fin y al cabo, Elsa y él llevaban juntos más de 60 años y él siempre le decía
que ella era su eterna novia.
Cuando se
acercó a la cola del colectivo los que esperaban le cedieron el primer lugar.
Al subir recordó el cuento de Julio Cortázar, en el que un hombre intenta
mantener su individualidad en medio de un ómnibus en el que todos llevan
flores. Pero éste era el caso opuesto. En aquel micro nadie parecía estar
enterado del cambio de estación. Nadie parecía tener a alguien a quién llevarle
un clavel o un paquete de rosas.
Bajo en la
parada de la plaza pasadas las 11. Se alisó las arrugas del traje para que ella
no lo viese desaliñado. Cruzó la verja de hierro y caminó por el sendero entre
lo árboles. Se detuvo delante de una piedra en la que pudo leer “Elsa
Fernández”.
Igual no le
hacía falta identificarla. Allí llegaba cada sábado, cada cumpleaños y cada Día
del Santo de Elsa. Pensó que ella estaría orgullosa. Como cada Primavera él
había recordado las flores.
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