Despertó
el Cancerbero
-que
en realidad nunca anduvo muy dormido-.
Al
sacudir su cabeza,
desparramó
su baba purulenta
Cuando Caribdis dio la orden
bien
precisa, ¡bien de mierda!:
“Quiero
almas que ardan
ardor
eterno, incineradas, chamuscadas entre barro,
olivo,
acacia, ciprés,
granado,
higuera”.
¡Quiero
que ardan las almas,
en
su propia tierra! Gritó la bestia
y
el odio dibujó desalmado su mejor sonrisa.
Y
se cambió la historia, se volvió calco de otra historia.
El
invasor hostil que un día fuera mártir,
Se
convirtió en caníbal
de
su propia raza, de su propia estirpe,
de
su propia sangre.
¡Presencia
el mundo tamaña delincuencia!
Yacen
los cuerpos siendo
un
revoltijo de arterias, venas,
huesos
rotos, dolor, nudos, torturas.
Espuma,
odio, blanco móvil,
llanto
y espera.
Salpican
la Mafghoussa,
Musakhkhan, la
Mujaddara
con fluidos del cuerpo
de su propia hermana.
¡Tanto el horror y tanta la
desgracia
Programada!
Es
Palestina la víctima,
el
Maldito Sionismo, es su verdugo,
cuenta
con aliados en oriente y occidente
y
un silencio cómplice que rompe
las
entrañas más profundas de la tierra.
El
mundo sigue su giro enloquecido,
¡Si
es para no creer tanta locura brutal
Que
estamos viendo!
¡Maldita
guerra, malditos asesinos!
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