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jueves, 9 de octubre de 2014

LUCY IN THE SKY WITH DIAMONDS, por Carlos Alejandro Nahas, de Buenos Aires, Argentina

Los chicos jugaban hasta bien entrada la tarde. A algunos, los pantalones ya les dejaba ver los incipientes pelos de las piernas. Sin embargo eran niños. Oscilaban entre los seis y los trece años. Los más grandes eran el Rubén y la Lucía. Ellos encabezaban todas y cada una de las jugarretas de los purretes, allá en los perdidos andurriales de Paraná. A Lucía se le asomaban unos pequeños senos bajo su blusita de poplín, pese a que aún no era “señorita”. Tampoco Rubén había desarrollado su masculinidad, contrariando el inmenso tamaño de su espalda.

  El juego favorito de todos era “la escondida”. Y así entre quince o veinte chiquilines salían todos corriendo a la cuenta de “uno, dos….”. Se metían en los sitios más inverosímiles. Hubo noches que el juego duró hasta bien entradas las ocho, porque el Ñato se había metido en el hueco de un árbol y no había Cristo que le metiese en la cabeza que ya habían terminado. En aquellos tiempos, las casas humildes, el barrio bajo, el trompo, las figuritas de lata y ese potrero tan ansiado era todo lo que tenían los chicos y hacía años que formaban una barra inocente y divertida. Cuando había chicas, la escondida. Y cuando no había o eran dos o tres, se pateaba lo que fuera, una pelota hecha de trapos, de medias o una número cinco flamante. Lo mismo daba. ¡¡Y qué bien que jugaban las pibas esos días!!
   Sin embargo, esa vez la cosa se puso pesada. Las diez y Lucía sin asomo de aparecer. Al principio todos pensaron que se había tomado la escondida demasiado en serio. Luego, ya preocupados, se sumaron en la búsqueda padres y vecinos. Hasta que a las doce de la noche la mayoría se dio cuenta que algo fulero había pasado. Desde entonces van tres años que la buscan por todas partes, y Lucía sin dejar huellas, ni un rastro. Tan sólo el hálito de su ausencia que pesa y mucho en la muchachada.
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Juntaron peso sobre peso. Mucho no les costaba a ellos, que eran hijos bien de familias acomodadas de San Isidro. Pero por las dudas hubo quienes llevaron hasta dólares y libras. “El Baldosón” fue conocido en todos los círculos acomodados de la época. Era uno de los prostíbulos más legendarios e ilegales que había parido la decadencia criolla. Allí iban los chicos de clase muy alta a debutar y sus padres a degustar las mieses del placer, que hacía años se les negaba en la casa.
  A Rodolfo le recomendaron una. Se lo anotaron en un papelito y apenas entró se lo dio a la Madama. La mujer mayor lo agarró y asintió con la cabeza, como en una muestra de reconocimiento al buen gusto y a la vez a la mercadería cara. Con la palma de soslayo le dijo algo a otra más joven.
   En diez minutos bajó por la escalera una chica que parecía tener no más de quince años. Bella como pocas. La tristeza y desazón se le notaban a mil kilómetros de allí. Cuando terminó de bajar la Señora le dijo:

“Es lo más caro de la casa. Pero la Lucy, lo vale. Creeme que lo vale”.

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