El verano agoniza sin que durante su
estancia entre nosotros nos hayan alertado, al contrario de lo que ha sucedido
otros años, con incendios más o menos intencionados, consentidos e impunes. Las
noticias, tal vez porque ya no quedan montañas por quemar, han venido por otra
parte. Por la parte que nunca, sea verano o invierno, deja de atosigarnos, de
castigarnos y de recordarnos que somos mortales: por la de los políticos, sus
querencia por la cosa pública, y sus invenciones lingüísticas. Algunas no
tienen desperdicio.
No recuerdo
si lo leí en algún sitio, o si lo dijo algún profesor en alguna clase de
filosofía o de historia; pero recuerdo, vagamente, haber leído u oído, que el
legislador, el político que se precie, debe ser un hombre ecuánime que hace
leyes, pocas y claras, para gobernar a su país con justicia y equidad.
Evidentemente los recuerdos se transforman con nosotros. Una persona, y he
visto ya muchos casos, puede, intencionadamente, o sin quererlo, trastocar sus
propios recuerdos y vivirlos o tenerlos presentes como si, en realidad,
hubieran sucedido tal y como se presentan ante él. Digo esto porque últimamente
dudo de si eso del político ecuánime lo oí en alguna clase, lo leí en algún
libro, o es la frase de alguna película de ciencia-ficción vista en mi lejana
adolescencia. Por más vueltas que le doy no consigo ver la película ni
contextualizar la marciana sentencia.
Y ya que
hablamos de contextualizar frases, cada vez estoy más contento de haber pasado
por la universidad. No porque mis estudios me hayan servido de mucho, que lo
han hecho, sino porque, además, y no es poco, no tengo ningún complejo de
inferioridad ante estos que hablan en público, y que parece, al menos algunos
de ellos, que son licenciados en derecho u otras materias más arduas y
costosas. Por supuesto que una persona puede tener una carrera, o varias, y ser
un idiota redomado. Y otra no tener estudios y ser una excelente persona,
inteligente además. El concepto de cultura y de sabiduría es algo más que unos
apuntes bien o mal memorizados a lo largo de unos cuantos años. Hay, desde
luego, muchas formas de estudiar y de leer. Y seguramente la mayoría de los
políticos de este país no leyeron el libro que leí yo, o no tuvieron un profesor
como el mío, el que dijo que la misión del político es legislar con justicia,
equidad y pocas palabras. La misión de los políticos en este bendito país, en
este corralón lleno de sol, es la de perpetuarse en el poder sea como fuere, y
a costa de lo que sea. Y como no saben legislar, tal vez ni se lo han
propuesto, cuando le ven las orejas al lobo, cuando temer perder privilegios,
se dedican a atacase unos a otros, es decir los azules a los verdes, los verdes
a los amarillos, y estos a todos. Y así pasamos los días tan ricamente. Ante
tanta repetición de insultos y descalificaciones piensa uno que es una pena que
no estemos en el Renacimiento de Maquiavelo. Allí podrían dedicarse, estos
señores y señoras, a envenenarse unos a otros, o a matarse por las esquinas.
Así a lo mejor nos dejaban tranquilos al resto de los mortales.
Faltaban
luego los periódicos y las televisiones repitiendo hasta la saciedad, una y
otra vez, cualquier memez dicha por cualquier cargo público. Como decía
alguien, oír a Mozart supone voluntad, determinación, claras ganas de hacerlo;
por el contrario oír a cualquiera pegando gritos y saltos es lo normal y
corriente, lo que se ve en cualquier esquina. Lo mismo sucede con la sensatez o
la educación y los políticos.
Volviendo al
tema que nos ocupa, más que legislar, cosa que deben hacer los asesores, de la
misma cuerda que el político de turno, este se dedica a la vida pública. Muchos
políticos se pasan la vida dando charlas, conferencias, y yendo de acá para
allá. Y cuando hablan siempre resultan tan graciosos como patéticos y cansinos.
Por supuesto ya sabemos todos que van a legislar para mantenerse en el poder o
beneficiar a los amigos. Y cualquier cosa que diga el jefe de filas será
repetida por todos los miembros de su gobierno, y de su partido, hasta formar
un gran eco. Es cosa de risa ver en un mismo día a veinte o treinta personas
repitiendo todos idéntica consigna, pero en diversos contextos. Y al día
siguiente, y al otro. Sin cansarse ni aburrirse. La misión es romper las más duras
peñas, es decir convencer a todos con la repetición, o, por decirlo de otra
forma, hacer que una tontería sea real diciéndola una y otra vez, hasta el
aburrimiento. También el pasado, como hemos visto, se pueden cambiar o
modificar. No hay más que ver algunos libros de historia.
En todas las
formaciones políticas siempre hay cráneos privilegiados que tratan de poner la
nota poética, cosa que hacen a las mil maravillas. Bien para ayudar a su líder,
o para desviar la atención de otros graves problemas, el bufón de turno nos
saldrá con alguna perla de cosecha propia. Estos bufones o no piensan lo que
dicen, o, privilegios del poder, piensan que boca y culo todo es uno. Y todo
vale con tal de desprestigiar al otro, o de llamar la atención. Han llegado ya
a tal punto de necedad y estupidez que se acusan de no saber pasar la
aspiradora, cosa harto importante. Sin palabras. Claro que cuando, ante estas
necedades, se les tiran encima periodistas y amas de casa, salen otra vez a la
palestra para decir que sus palabras, cómo no, se han sacado de contexto o se
le ha malinterpretado. Siempre hay, como dicen, interpretaciones torticeras
cuando no interesadas. Algunas de ellas, de verdad, parecen haber sido
concebidas en algún ascensor donde alguna señora se arrancó todo lo arrancable
para concebir semejantes necios descontextualizados. O acusar al padre de la
criatura de violencia y malos modos.
Sinceramente
creo que estos bufones no piden perdón por sus bufonerías porque, en el fondo,
y en la superficie, dicen lo que piensan. Y conocida es la capacidad
intelectual de nuestros políticos, algunos de ellos licenciados universitarios.
A veces me pregunto cómo ciertos necios pueden haber llegado al poder. Y cómo
otros se atreven a salir a la calle después de lo que se sabe de ellos. Y no se
les cae la cara de vergüenza. Ni se suicidan, como se propuso no hace mucho
para los violadores reticentes.
Está claro
que no a todas las personas nos interesa la política como forma de vida; y
otras ven en ella, no una vocación, sino una forma de medrar y de lucrarse. Y a
partir de aquí habría que tener en consideración a Sócrates cuando se mostró en
desacuerdo con la democracia: no le parecía correcto que su voto valiera lo
mismo que el de un vulgar zapatero. Si hubiera dicho eso hoy en día, se le
hubiera tirado encima todo el gremio de zapateros y aledaños. Coger el rábano
por las hojas. Aunque también podía haber nombrado a licenciados y graduados.
Por desgracia
no solamente los políticos de un color o supuesta ideología dicen burradas y necedades.
Esto no es privilegio de unos o de otros. Todos, como de los fondos públicos,
se pueden servir de la necedad a su gusto: sin tasa ni medida. La malo es que
esta no la llevan a paraísos fiscales, la airean. Así tienen la excusa perfecta
para, igual que en el patio de un colegio de niños, tirarse en cara el famoso
“y tú más”. Eso sí, a la hora de la verdad, se pondrán de acuerdo para
intercambiar cromos repetidos, quedar impunes porque ya han legislado a fin de
que así sea, o porque un roto tapa a un descosido. Lo demás es todo malicia,
interpretación torticera, y, por supuesto, descontextualización. O una mala
interpretación de sus palabras, que todo puede ser.
Algo de razón
tienen: los habitantes de este corralón lleno de sol ni sabemos leer ni entendemos
a la gente cuando habla. También, no recuerdo en qué película de
ciencia-ficción, oí decir a un marciano que nadie desprecia tanto su propia
lengua como los sufridos españoles. Por desgracia cuando el río suena agua
lleva, aunque sea en una película de mentiras, pues leer un periódico aquí y
hoy supone tener conocimientos, al menos, de tres o cuatro garrulerías dichas
en árabe, los talibán; en inglés, un selfie, balconing o en lo
que se les ocurra. Nada nuevo bajo el sol. Ya don Francisco de Quevedo denunció
tamaña situación, en su época con el francés, en su desconocido libro Cuento
de cuentos. A él siguió el de su discípulo Torres de Villarroel, Historia
de historias, y la del valenciano Lluís Galiana Rondalla de rondalles. Para
qué abundar en la materia con lo bonito que queda eso de Hemos recogido la
noticia a pie de playa. O Los talibán se subieron a los parabán y se
comieron unos croasán. Ahora lo que deberían hacer los directores de los
Museos de Bellas Artes es cambiar los rótulos de algunos cuadros que cuelgan de
las paredes de dichos museos: Selfie de Velázquez, Selfie de
Goya, etc. A lo mejor así aprendíamos a interpretar a nuestros pintores y
políticos, y a no descontextualizar sus palabras y hechos. Porque tener una
cuadriga ocupando un espacio público durante tres o cuatro arcontados también,
seguramente, es una interpretación torticera de los hechos. Y no hablemos de
los millones de res pública volatilizados. Ni los alquimistas.
Dejemos que
sigan insultándose entre ellos, prometiendo lo que no van a cumplir, y soltando
perlas, porque cada uno, en esta vida, hace lo que sabe. Y si contemplamos el
panorama, educación, sanidad, empleo, etc, este es francamente desolador, tan
desolador que ni su palabrería, como la hojarasca, cubre ya tanta podredumbre y
desánimo.
Y por cierto,
el otro día alguien se reía de la enorme complejidad del castellano y de la
sencillez del inglés. Para él era mucho más lágico utilizar selfie que
autorretrato. Y hablar sin preposiciones, comas ni puntos. Este mismo personaje
nos invitó a unos amigos a su casa. Y se empeñó en llevarnos con su coche. Nos
metió en su garaje porque quería, con disimulo, que leyéramos el cartel que
había redactado para el mismo. Rezaba así: por su propia seguridad esperese (sic)
a que la puerta concluya la maniobra de cierre. Y digo yo, ¿no sería más
sencillo decir espere hasta que la puerta se cierre? ¿Y, en otro orden
de cosas, no sería mucho más económico decir me he equivocado, los he
despreciado a ustedes, presento la dimisión y me voy? Películas de
ciencia-ficción. Los cráneos privilegiados nunca piensan eso. No hay más que
leer algún que otro escrito de algún que otro fiscal.
Y no me
resisto, para acabar, a contar una pequeña e ilustrativa anécdota. Poco antes
de finalizar el curso, un alumno, algo ingenuo, le decía a un compañero que si
él fuera el rey, renunciaría a la corona y se iría de este país. ¿Y qué va a
hacer? Le contestó el otro. Y de ahí ampliaron la pregunta: ¿Qué van a hacer
muchos de estos cráneos privilegiados si presentan su dimisión, si abandonan
ayuntamientos y partidos políticos? Más heridas de asta da el hambre, que lo de
cornadas queda un poco vulgar. En el fondo son tan conscientes de su nulidad,
de su vaciedad, que se arreglan el futuro a través de amigos y concesiones,
favores y regalos a unas empresas y otras cambio de un puesto en el consejo de
administración para cuando dejen la política. ¡Dioses inmortales! -como diría
Cicerón, Ubinam gentium sumus? ¿Entre qué gente vivimos? Nunca, además,
ni se sonrojan ni se les cae la cara de vergüenza. ¿Los habrá petrificado la
Medusa?
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