Las razones de quien escribe son múltiples. Algunos lo hacen por ego, otros como distracción, otros para comer. Existen millones de causas a la hora de ponerse sobre la computadora y comenzar a hilvanar una palabra tras otra.
Las mías, son distintas. Yo escribo porque dudo. Y dudo porque escribo. Así de simple. No tengo certezas aunque creo. Creo que nos depara un mundo maravilloso cuando no estemos más entre quienes nos quieren. Creo que este es sólo un mero paso, una simple contingencia del destino, que nos puso en un cuerpo para recorrer el hiato que nos separa de la nada y del todo. Y en el medio, nosotros.
Pero yo escribo porque dudo. Soy humano, razono. Y a veces las voces del corazón se patean con las de la razón. Y pregunto y me cuestiono. Y me digo qué quedaría de mí si todo lo anterior fuera una mera ilusión que nos creamos para sabernos el ombligo del mundo. Y pongo en tela de juicio todo lo aprendido y lo por aprender. ¿Y qué me queda? Unas simples líneas, escritas al azar que atestiguaron mi paso por la terrenal cáscara.
Entonces pienso. Y justifico. Y enumero.
Escribo por “Un Vestido y Un Amor”, por la copita de cristal que fuiste, sos, y serás. Por ir caminando juntos al cine a ver una argentina. Por tus chocolates y mis flores. Por tus caricias en mis momentos de tristeza. Por la parca de gamuza y el llanto frente al monumento a Cervantes. Por tus cajones, tus libros, tus apuntes siempre deliciosamente desordenados. Por tu falta de tiempo, tus corridas y la plancha. Por los mariscos a las once. Por tus sueños y los míos.
Escribo por hacerte ver a los doce años “2001” y que no entendieras nada. Por verte bajar de esa escalera una y mil veces y llorar a mares. Por “naricita con naricita”. Porque a quién se le puede ocurrir en un libro donde hay que buscar a Wally, marcar a Wally en todas las páginas. Por tu sensibilidad e inteligencia exquisita. Por tu dulzura. Por hacerme creer – realmente - por vez primera en Dios.
Escribo por tus rulos que fueron y no están. Por tus bailes bellos como el sol. Por escuchar una de rock en el garaje y bailarla a las diez de la noche sin vergüenza. Por tu sable, el de baile y en tu mirada. Por tus cafés, tus tostadas. Por tener el corazón más grande de la tierra. Por tu gracias eternas. Por tu vidrio. Por hacer de casa un conservatorio musical y dejar que entre el arte en nuestras paredes. Por hacerme sentir cada día más cerca de Dios.
Escribo porque me marcaste como zaguero central varias veces y en más de un partido. Y lo hiciste muy bien. Por tus lágrimas frente al Corinthians y a Alemania. Porque resignaste tus sueños de “Play” no se cuánto y recibiste la brazuca como un tesoro de amor. Por tu ronquera, tus exploradores, tus silencios cómplices. Por dejarte tapar en las noches y en los días ser mi compañero, mi compinche, mi amigo fiel e incondicional. Por tus preguntas y tus razones. Por hacerme creer que Dios es inteligente, que la inteligencia existe, y sos vos.
Escribo por mis padres y mis amigos. Los primeros porque sin saberlo fueron los mejores viejos que se puede pedir en el mundo. Perfectos hasta en sus imperfecciones. Los segundos por estar. En una noche de baile o en un simple café. Por escucharme, por hablarme. Por madrugadas de vino, por asados de antología, por consejos dados, por omisiones conscientes, porque tengo muchas casas y cada una de ellas es la de ellos.
Escribo porque cuando pienso lo que escribo, caminando por las calles de mi Buenos Aires, construyo las formas del relato, imagino cuentos, prosas rantifusas, historias delirantes, y en ese imaginar, me olvido del pucho – lo que no es poca cosa -. Y vivo así, y gracias a cuartillas mediocres, tal vez un par de horas más.
Alguna vez alguna de las personas que nombré y no nombré, que cómplice en las líneas se deslizó, como se deslizaron ellos en mi vida, me leerá. Y comprenderá. Que fui, soy y seré del material de los sueños. Y permaneceré en el corazón de ellos y de los que vengan atrás cuando quieran. Les bastará tan sólo leerme. Allí estaré.
Y escribo por los atardeceres pálidos, el rocío en la mañana, el aroma de las violetas, el sonido del mar y su furia. Ellos estarán cuando yo haya partido. Y así será hasta el fin de los tiempos.
Ya no bailo como antes, hasta las seis de la mañana. Ya no juego a cualquier deporte tres horas sin cansarme. Ya no bebo hasta el vómito y el llanto. Muchas cosas he dejado de hacer. No soy desde hace mucho un pibe. No.
Sin embargo, cuando alguien de acá a doscientos años me “googlee” y yo aparezca, tal vez lea esto. Y en ese mismo instante, mágico y misterioso a la vez, estaré vivo nuevamente. En sus pupilas, en el recuerdos de los nietos de mis nietos. Y volveré a ser joven y vital.
Y yo. Me habré ido a dormir con la conciencia en paz. No pasé en vano por estas tierras, algo – una pizca tal vez – he dejado. Y me dormiré de nuevo.
Y no sabría decir por que escribo. Pero es inevitable que lo intente, que me amargue cuando no tengo inspiración, cuando me quedo trabado un relato, que tenga guardados comienzos que no logro desarrollar.
ResponderEliminarAsí que es valioso escribir sobre esto.
Bien hecho.
Muchas gracias, querido Demiurgo. Tus comentarios siempre son atinados. A ver cuando nos mandas alguna colaboración para que te publiquemos!!!
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