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jueves, 7 de agosto de 2014

CARCOMA, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina


Cuando la carcoma llegó Juan estaba solo. Matilde había viajado por trabajo e iba a volver de un momento a otro. Pero imprevistamente, la ciudad y la gente se volvieron otras. El primer paciente fue un viejo que pedía monedas en el subte. Lo encontraron muerto en un andén, con el rostro desfigurado. Nadie se animaba a tocarlo por temor al contagio hasta que alguien propuso pagarle a un indigente para que se llevase el cuerpo. Aquel hombre apareció tirado en la puerta de una galería comercial abandonada. No respiraba y tenía las facciones carcomidas por un mal que nadie pudo identificar. Lo reconocieron por las ropas que llevaba y por la bolsa de color chillón en la que había guardado el dinero que le dieron. Eran sus únicas pertenencias.

            La tercera fue una mujer que trabajaba en un local de comidas rápidas. Murió en su casa después de haber dado parte de enferma por una gripe que se complicó con catarro. Su cara era una masa informe pero su cuerpo estaba intacto. En la clínica que le correspondía por su medicina prepaga no supieron nombrar al mal. No había registro de algo semejante. Juan intentó comunicarse con su mujer, para pedirle que no volviese, que se mantuviese lejos. Pero en el hotel le dijeron que ya había salido para no perder el tren.
         La noticia trascendió las fronteras de la ciudad y aquella urbe se instaló en los medios como el lugar de la peste. El Gobierno dispuso que nadie podía entrar ni salir para no expandir aquel extraño mal. Por eso, llegó un batallón de soldados equipados con trajes esterilizados y armas sofisticadas que bloquearon los accesos y reprimieron a los que intentaban escapar. Para entonces Matilde no había vuelto ni contestaba su teléfono celular. Juan llamó a su oficina pero allí no tenían noticias de ella.
           Entonces el contagio se aceleró. En cada familia hubo una persona infectada. Al comienzo era una gripe y un catarro leve. Después, el paciente desmejoraba y los rasgos de su rostro comenzaban a desdibujarse. No era lepra ni viruela. Tampoco peste negra. No había pústulas ni ronchas, solo una nada que uniformaba piel, huesos, pelo y carne en un amasijo muy diferente de las facciones originales. Juan no tenía familia y él mismo no manifestó ningún síntoma de aquel mal. Pero prefirió quedarse en casa esperando el regreso de Matilde.
            La televisión apenas trasmitía dos o tres canales. La radio repetía noticias alarmantes sobre el crecimiento exponencial de los muertos de aquella enfermedad amorfa. El bloqueo sanitario se había extendió a toda la región y para reforzarlo habían dejado de circular los medios de transporte y se prohibió la venta de combustible. Juan pensó que Matilde solo podría llegar caminando y se sentó en la ventana para ver si la veía venir.
            En la calle la gente corría sin saber adonde ir. En cada cuadra había seres agonizando con los rostros vagos de los que salían sonidos ininteligibles. Quizás pedían ayuda. Quizás gritaban sus nombres, una dirección o un número de teléfono pero ninguno de los que los escuchaba era capaz de comprender las palabras. Sonó el teléfono pero Juan no oyó más que los ruidos de la calle. Gritó el nombre de Matilde pero nadie contestó del otro lado.

            La última emisora de radio que seguía trasmitiendo solo pasaba música. Los canales de televisión también habían suspendido sus trasmisiones. Ya no había gente en las calles. Ni siquiera se escuchaban los ruidos habituales de la vida cotidiana en el edificio. De pronto, se oyó el ascensor y pocos segundos después una llave giró en la cerradura. Juan se acercó a la puerta. Ella no tenía rostro. Llevaba el anillo con una piedra verde que él le había regalado a Matilde.

3 comentarios:

  1. Y a este magnifico relato mi mente de lectora le pone el final: en el que ambos perdieron su identidad física y su vida unidos.

    Muy bueno¡

    Besos muchos

    tRamos

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  2. El contagio parece sugerir la incorporación a una mente colectiva. Que puede haber fallado en los primeros intentos, llevando a la muerte.
    Parece haber sido perfeccionada.
    No necesariamente pase lo que sugiere el comentario anterior. Tal vez Juan resulte inmune.

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  3. Uhh. No lo pensé. Creo que podría reescribirse con ambos finales posibles. Mi historia se detiene en el momento en el que Juan tiene que optar por recibir a su mujer y contagiarse o preservar su identidad...

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