Esta página intenta ser un espacio multicultural donde todas las personas con inquietudes artísticas, en cualquier terreno que sea puedan publicar sus creaciones en forma libre y sin ningún tipo de censura. Son bienvenidas todas las muestras de las bellas artes que los lectores del blog nos quieran acercar. El único criterio válido es el de la expresividad, y todo aquél que desee mostrar sus aptitudes no tendrá ningún tipo de censura previa, reparos o correcciones. Este espacio pretende solamente ser un canal más donde los artistas de todas las latitudes de nuestra Iberoamérica puedan expresarse. Todas las colaboraciones serán recibidas ya sea en nuestro correo todaslasartes.argentina@gmail.com o bien en nuestra página en facebook denominada "Todas Las Artes Argentina" (Ir a http://www.facebook.com/profile.php?id=100001343757063). Tambièn pueden hacerse amigos de nuestra Página en Facebook yendo a https://www.facebook.com/pages/Todas-Las-Artes-Argentina/249871715069929

jueves, 21 de agosto de 2014

DÍA DEL NIÑO, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina


Cuando la película terminó, pensó que quizás, el cine había sido una buena opción. Franco estaba radiante. Se había olvidado de las peleas entre él y su madre. De la separación, del cambio de escuela y de las cientos de transformaciones que habían sobrevenido en su vida en los últimos meses. Por eso él había querido que pasase su día de un modo especial.  

            Le costó bastante decidir qué hacer el Día del Niño. Odiaba frecuentar los lugares públicos solo, con su hijo de la mano vendiendo el personaje de padre separado. Pero Franco no se merecía pasarse la tarde adentro y menos con el sol radiante que invitaba a un paseo padre e hijo.
            Sin embargo, no hubo manera de hacerlo disfrutar del parque o la plaza. Su hijo prefirió el cine con una película de antihéroes galácticos. Llegaron temprano para asegurarse las entradas. Después comieron hamburguesas con papas fritas y un helado de consistencia nívea y sabor indefinible. El comenzó a añorar el antiácido que estaba en el estante superior del botiquín del baño, pero al chico le pareció exquisito y aplaudió con entusiasmo por la sorpresa que traía la caja en la que venía la comida.
            Creyó que la película lo iba a hacer cabecear pero la historia logró entusiasmarlo. O quizás fue que su hijo lo tomó de la mano en los momentos de emoción y escondió la cabeza en su hombro para dejar escapar alguna lágrima en el momento en el que el héroe encuentra a su padre perdido. Pensó en que la tarde había sido perfecta y se animó a gastar una suma obscena en el peluche que representaba al protagonista de la película para que su hijo tuviese un recuerdo de aquella primera salida de hombres solos.
            Tomaron el ascensor hasta el estacionamiento del shopping. Había dejado su auto en el segundo subsuelo. Al bajar del ascensor le sorprendió el volumen de los bocinazos. El empleado que le cobró hablaba por teléfono a los gritos y no pudo preguntarle si pasaba algo anormal. Después subieron al auto y razonó que su hijo se iba a dormir en el viaje a casa. Se lo entregaría a la madre en brazos. Con un poco de suerte, quizás ella lo dejase cargarlo hasta la cama y taparlo con el cubrecamas de Boca.
            Pero apenas logró subir hasta el siguiente subsuelo. Allí había una cola de autos que cruzaba la planta y se extendía hasta la rampa que iba al  piso principal. Los bocinazos constituían por entonces una sinfonía de variada intensidad que no logró despertar a Franco. Seguramente soñaba con el reencuentro del héroe del dibujo animado con su papá. O con  aquel helado de sabor indefinido.
            A esa altura la serpiente de vehículos caracoleaba por los pasillos del estacionamiento y trepaba a la planta principal. Desde allí venían más bocinas, gritos e insultos varios. Intentó preguntarle a algún empleado del shopping cuál era el problema pero no se veía ninguno en los alrededores. Los conductores de los autos vecinos tenían los vidrios levantados así que no había interacción posible. Intentó prender la radio. Solo se oían palabras aisladas inmersas en un contínuo de zumbidos.
            Puso bajo el volumen para no despertar a su hijo y al cabo de un rato creyó entender que los vecinos de un barrio precario vecino del shopping cortaban la avenida en la que estaba el acceso. El locutor calculaba que la cola para ingresar al centro comercial llegaba hasta la autopista y que los cientos de autos que había adentro no podrían salir por varias horas. El conductor de un Toyota azul que estaba en medio de la hilera compacta habrá oído lo mismo, porque maniobró torpemente y acomodó el auto en medio de un pasillo. Un empleado apareció desde algún lugar en el que estaba invisible, para explicarle que no podía dejarlo ahí porque obstruía la circulación pero el hombre lo empujó de mala manera y se metió en el ascensor para hacer tiempo dentro del centro comercial.
            Pensó en hacer lo mismo pero Franco seguía durmiendo. Se resignó a esperar que  la congestión se resolviese mientras los vidrios del auto apenas lograban atenuar el sonido ensordecedor de los bocinazos. Otros dos conductores sacaron sus vehículos de la fila. Los dejaron bloqueando el acceso de la salida de emergencia. El mismo empleado llegó a increparlos pero uno de los hombres le respondió exasperado. Ambos siguieron discutiendo hasta que el del auto arrojó al otro contra la pared. Lo golpeó en la nariz y en la boca y vio que sangraba pero siguió pegándole hasta que el otro cayó desvanecido.
            El bajó la ventanilla para gritar que lo suelte y conseguir señal para llamar a la Policía, pero desde los otros autos escuchó que un coro de clientes indignados alentaban al conductor violento. No logró comunicarse con el 911 y no se animó a enfrentarse solo con aquel hombre exasperado.  Pero la pelea despertó a Franco que comenzó a llorar a los gritos.
            Intentó calmarlo contándole que aquellos ruidos venían de la filmación de una película. Su hijo lo creyó y preguntó cómo hacían la sangre que tenía aquel hombre en la cara. Le contestó que con temperas rojas y el chico se entretuvo un buen rato planeando asustarla a su madre con algunas manchas de tempera en el cuerpo. Quizás podía usar la espada de la guerra de las galaxias que le había traído el padrino de Disney para fingir que había luchado con Dark Vader.
            El subió las ventanillas e intentó poner música en la radio para aislar a su hijo de aquel caos. Volvió de a ratos el locutor y contó que las autoridades de la Nación y de la Ciudad discutían sobre a quién le correspondía intervenir en aquel corte que trastornaba el centro comercial. Unos decían que había que reprimir a los manifestantes con el rigor de la ley y permitir que los ciudadanos puedan desplazarse según sus deseos. Otros, respondían que era preferible hablar con aquella gente del barrio para resolver sus necesidades inmediatas antes de obligarlos a hacer algo contra su voluntad.
            Mientras tanto, nuevos vehículos tomaban el lugar de los que desertaban en la fila. No se ponían al final, sino que ocupaban el lugar del que se iba a fuerza de meter la trompa y tocar bocina. En ese proceso rozaban el auto que estaba adelante o atrás  y ambos conductores llegaban a increparlos golpeando los vidrios. En cada ocasión ambos hombres o mujeres, según correspondiese, terminaban rodando entre los autos enlazados en una pelea.
            Una mujer entró en pánico sobre la rampa. El motor de su auto se apagó y el vehículo comenzó a descender, empujando a los que tenía atrás. Sus conductores le gritaban y la insultaba. Franco no entendía nada y volvió a llorar. Ya no creyó posible que se tratase de una película.
            Presa del pánico, la mujer logró reencender el vehículo, dio vuelta en U y decidió volver al primer subsuelo. Chocó al auto de atrás y bajó vertiginosamente con media rueda fuera de la rampa. Luego tomó el pasillo en contramano. Se llevó por delante a una mujer mayor que empujaba un carrito lleno de cajas de cereales y envases de leche adicionada con vitaminas. La atropelló y siguió de largo sin que ninguno de los conductores se molestase en bajarse para saber cómo estaba la anciana.  
            Su pánico se contagió a los demás conductores, quienes comenzaron a chocar entre sí y empujar a diestra y siniestra para llegar a la salida. Algunos transitaban por los pasillos sin cuidarse de los peatones. Otros, maniobraban contra los autos estacionados y las columnas de sostén del techo, sin preocuparse por la pérdida de un espejo retrovisor. El intentó mantener la calma. Insistía a su hijo que se trataba de una película filmada con cámaras ocultas y que luego él podría reírse contándole la aventura a su mamá.  Pero también entró en pánico. Puso la marcha atrás y no se cuidó de llevarse varios carritos por delante. Golpeó al auto de adelante y obligó a una mujer a subirse sobre una camioneta para que no la atropellase. Tomó la rampa en doble fila con un ímpetu tal que arrasó con espejos retrovisores, guardabarros y la pintura lateral de varios de los coches de la fila. Después alcanzó la calle y se perdió por la vereda, de contramano hasta la siguiente avenida. En el asiento de atrás, Franco entendía y lloraba. 

2 comentarios:

  1. Que manera de complicarse lo que era un buen día compartido entre padre e hijo. Pero el padre demostró tener una valentía notable y la capacidad de salir de problema, junto con su hijo. Incluso salvar a una mujer de ser atropellada.

    ResponderEliminar
  2. La realidad se impone a las mejores intenciones

    ResponderEliminar