Cuando
la película terminó, pensó que quizás, el cine había sido una buena opción.
Franco estaba radiante. Se había olvidado de las peleas entre él y su madre. De
la separación, del cambio de escuela y de las cientos de transformaciones que
habían sobrevenido en su vida en los últimos meses. Por eso él había querido
que pasase su día de un modo especial.
Le costó bastante decidir qué hacer
el Día del Niño. Odiaba frecuentar los lugares públicos solo, con su hijo de la
mano vendiendo el personaje de padre separado. Pero Franco no se merecía
pasarse la tarde adentro y menos con el sol radiante que invitaba a un paseo
padre e hijo.
Sin embargo, no hubo manera de
hacerlo disfrutar del parque o la plaza. Su hijo prefirió el cine con una
película de antihéroes galácticos. Llegaron temprano para asegurarse las
entradas. Después comieron hamburguesas con papas fritas y un helado de
consistencia nívea y sabor indefinible. El comenzó a añorar el antiácido que
estaba en el estante superior del botiquín del
baño, pero al chico le pareció exquisito y aplaudió con entusiasmo por la sorpresa que traía la caja en la que venía la comida.
Creyó que la película lo iba a hacer
cabecear pero la historia logró entusiasmarlo. O quizás fue que su hijo lo tomó
de la mano en los momentos de emoción y escondió la cabeza en su hombro para
dejar escapar alguna lágrima en el momento en el que el héroe encuentra a su
padre perdido. Pensó en que la tarde había sido perfecta y se animó a gastar
una suma obscena en el peluche que representaba al protagonista de la película
para que su hijo tuviese un recuerdo de aquella primera salida de hombres
solos.
Tomaron el ascensor hasta el
estacionamiento del shopping. Había dejado su auto en el segundo subsuelo. Al
bajar del ascensor le sorprendió el volumen de los bocinazos. El empleado que
le cobró hablaba por teléfono a los gritos y no pudo preguntarle si pasaba algo
anormal. Después subieron al auto y razonó que su hijo se iba a dormir en el
viaje a casa. Se lo entregaría a la madre en brazos. Con un poco de suerte,
quizás ella lo dejase cargarlo hasta la cama y taparlo con el cubrecamas de
Boca.
Pero apenas logró subir hasta el
siguiente subsuelo. Allí había una cola de autos que cruzaba la planta y se
extendía hasta la rampa que iba al piso
principal. Los bocinazos constituían por entonces una sinfonía de variada
intensidad que no logró despertar a Franco. Seguramente soñaba con el reencuentro
del héroe del dibujo animado con su papá. O con
aquel helado de sabor indefinido.
A esa altura la serpiente de
vehículos caracoleaba por los pasillos del estacionamiento y trepaba a la
planta principal. Desde allí venían más bocinas, gritos e insultos varios.
Intentó preguntarle a algún empleado del shopping cuál era el problema pero no
se veía ninguno en los alrededores. Los conductores de los autos vecinos tenían
los vidrios levantados así que no había interacción posible. Intentó prender la
radio. Solo se oían palabras aisladas inmersas en un contínuo de zumbidos.
Puso bajo el volumen para no
despertar a su hijo y al cabo de un rato creyó entender que los vecinos de un
barrio precario vecino del shopping cortaban la avenida en la que estaba el
acceso. El locutor calculaba que la cola para ingresar al centro comercial
llegaba hasta la autopista y que los cientos de autos que había adentro no
podrían salir por varias horas. El conductor de un Toyota azul que estaba en
medio de la hilera compacta habrá oído lo mismo, porque maniobró torpemente y
acomodó el auto en medio de un pasillo. Un empleado apareció desde algún lugar
en el que estaba invisible, para explicarle que no podía dejarlo ahí porque
obstruía la circulación pero el hombre lo empujó de mala manera y se metió en
el ascensor para hacer tiempo dentro del centro comercial.
Pensó en hacer lo mismo pero Franco
seguía durmiendo. Se resignó a esperar que
la congestión se resolviese mientras los vidrios del auto apenas
lograban atenuar el sonido ensordecedor de los bocinazos. Otros dos conductores
sacaron sus vehículos de la fila. Los dejaron bloqueando el acceso de la salida
de emergencia. El mismo empleado llegó a increparlos pero uno de los hombres le
respondió exasperado. Ambos siguieron discutiendo hasta que el del auto arrojó
al otro contra la pared. Lo golpeó en la nariz y en la boca y vio que sangraba
pero siguió pegándole hasta que el otro cayó desvanecido.
El bajó la ventanilla para gritar
que lo suelte y conseguir señal para llamar a la Policía, pero desde los otros
autos escuchó que un coro de clientes indignados alentaban al conductor
violento. No logró comunicarse con el 911 y no se animó a enfrentarse solo con
aquel hombre exasperado. Pero la pelea
despertó a Franco que comenzó a llorar a los gritos.
Intentó calmarlo contándole que
aquellos ruidos venían de la filmación de una película. Su hijo lo creyó y
preguntó cómo hacían la sangre que tenía aquel hombre en la cara. Le contestó
que con temperas rojas y el chico se entretuvo un buen rato planeando asustarla
a su madre con algunas manchas de tempera en el cuerpo. Quizás podía usar la
espada de la guerra de las galaxias que le había traído el padrino de Disney
para fingir que había luchado con Dark Vader.
El
subió las ventanillas e intentó poner música en la radio para aislar a su hijo
de aquel caos. Volvió de a ratos el locutor y contó que las autoridades
de la Nación y de la Ciudad discutían sobre a quién le correspondía intervenir
en aquel corte que trastornaba el centro comercial. Unos decían que había que
reprimir a los manifestantes con el rigor de la ley y permitir que los
ciudadanos puedan desplazarse según sus deseos. Otros, respondían que era
preferible hablar con aquella gente del barrio para resolver sus necesidades
inmediatas antes de obligarlos a hacer algo contra su voluntad.
Mientras tanto, nuevos vehículos
tomaban el lugar de los que desertaban en la fila. No se ponían al final, sino
que ocupaban el lugar del que se iba a fuerza de meter la trompa y tocar
bocina. En ese proceso rozaban el auto que estaba adelante o atrás y ambos conductores llegaban a increparlos
golpeando los vidrios. En cada ocasión ambos hombres o mujeres, según
correspondiese, terminaban rodando entre los autos enlazados en una pelea.
Una mujer entró en pánico sobre la
rampa. El motor de su auto se apagó y el vehículo comenzó a descender,
empujando a los que tenía atrás. Sus conductores le gritaban y la insultaba.
Franco no entendía nada y volvió a llorar. Ya no creyó posible que se tratase
de una película.
Presa del pánico, la mujer logró
reencender el vehículo, dio vuelta en U y decidió volver al primer subsuelo.
Chocó al auto de atrás y bajó vertiginosamente con media rueda fuera de la
rampa. Luego tomó el pasillo en contramano. Se llevó por delante a una mujer
mayor que empujaba un carrito lleno de cajas de cereales y envases de leche
adicionada con vitaminas. La atropelló y siguió de largo sin que ninguno de los
conductores se molestase en bajarse para saber cómo estaba la anciana.
Su pánico se contagió a los demás
conductores, quienes comenzaron a chocar entre sí y empujar a diestra y
siniestra para llegar a la salida. Algunos transitaban por los pasillos sin
cuidarse de los peatones. Otros, maniobraban contra los autos estacionados y
las columnas de sostén del techo, sin preocuparse por la pérdida de un espejo
retrovisor. El intentó mantener la calma. Insistía a su hijo que se trataba de
una película filmada con cámaras ocultas y que luego él podría reírse contándole la aventura a su mamá. Pero
también entró en pánico. Puso la marcha atrás y no se cuidó de llevarse varios
carritos por delante. Golpeó al auto de adelante y obligó a una mujer a subirse
sobre una camioneta para que no la atropellase. Tomó la rampa en doble fila con
un ímpetu tal que arrasó con espejos retrovisores, guardabarros y la pintura
lateral de varios de los coches de la fila. Después alcanzó la calle y se
perdió por la vereda, de contramano hasta la siguiente avenida. En el asiento
de atrás, Franco entendía y lloraba.
Que manera de complicarse lo que era un buen día compartido entre padre e hijo. Pero el padre demostró tener una valentía notable y la capacidad de salir de problema, junto con su hijo. Incluso salvar a una mujer de ser atropellada.
ResponderEliminarLa realidad se impone a las mejores intenciones
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