Ojeando
mi cuaderno de apuntes, brego por leer la
entrada fechada martes o miércoles, 10 de mayo de 1986, Selva del Urabá,
pero los borrones hacen difícil la lectura. Hay trozos ilegibles. Ni la fecha está clara. El 8 en 1986 parece ser un 6. ¿Estaría yo aquí en 1966? Si es así, sería una diferencia de 20
años. Bueno, podría ser. Yo regreso cada vez que puedo. Aquí me siento como en casa. Ya se me perdió la cuenta de las veces que
vengo.
El
aguacero que cayó aquella noche casi no me dejó escribir y se llevó gran parte
de las frases en mi borrador.
"Es
tan precioso aquí"——dice en el cuaderno—— "a pesar de la lluvia
torrencial y el calor sofocante. Estoy
solo en este barquito de vela, bajo un dosel que me protege del río celestial
que fluye desde las densas nubes del atardecer.
Las copiosas gotas tamborean la nave, haciendo un sonido ensordecedor a
mi alrededor. Algunas gotas se escurren
por debajo a todo lo largo del techo y caen sobre mis notas. En vez de usar mi encabador con su tinta azul
que se esparce por toda la página apenas le cae la lluvia, tendré que usar un
lápiz... tan difícil... no tengo en qué más escribir y ya mi cuaderno está
medio arruinado".
Hasta
allí es más o menos legible, pero las tres páginas siguientes están totalmente
arruinadas. De vez en cuando vislumbro
una que otra palabra.
Me
acuerdo que las tempestades de agua comenzaron durante los últimos días de
mayo. Los aldeanos me dijeron que cuando
tardan tanto son más fuertes.
Sigo
leyendo en mi viejo cuaderno, ya seco pero deshilachado: "El mundo a mi alrededor parece estar
ahora bajo un diluvio. El sudor me baja
por todo el cuerpo, las gotas se deslizan por mis brazos, por mi mano que mueve
este lápiz junto a la luz trémula de una pequeña vela. Es difícil concentrarme en lo que
escribo. La lluvia no me deja pensar
siquiera. ¿O será ella la que no
me deja pensar, la que no me da paz? ¿O
la ausencia de mi amante que está tan lejos?
No sé. Me siento como medio
perdido por los vericuetos del tiempo.
Entro y salgo de mi ensimismamiento sin saber dónde están ni las entrada
ni las salidas".
Estando
aquí de nuevo, se me hace que hoy es ayer.
Me parece que desde la primera vez que vine aquí -no sé cuántos meses o
años serán- (¡no puede ser!) sin verla, envejecí. No soy el mismo que vino aquí la primera vez,
cuando escribí estas notas. Es como si
nunca me hubiera movido de este lugar en la selva. El tiempo de mi ausencia quedó suspendido. Tal vez ni siquiera ocurrió. Tal vez he estado esperándola aquí por toda
una vida y lo que ocurrió más allá del mar con mi amante fue apenas un sueño
feliz.
Sigo
ojeando el cuaderno para ver qué puedo rescatar; para entender mejor quién soy,
cómo soy y por qué. Volteo algunas
páginas hasta llegar a una donde, a pesar de los borrones, puedo leer algo de
lo que escribí: "Aun con los ojos
abiertos veo las imágenes que interrumpen mi labor. No necesito cerrarlos para verla. Aun viéndola una sola vez, no es posible
olvidarla". Leyendo esto pienso que
tal vez hubiera sido mejor que el aguacero hubiera caído sobre mis recuerdos en
vez de haberse desplomado sobre este cuaderno.
Si fuera así no me habría visto obligado a regresar para buscarla. Pero mi recuerdo de ella es claro. Los borrones están apenas en mi
cuaderno. Cuando cierro los ojos los
recuerdos redoblan su nitidez. La pura
verdad es que no quiero deshacerme de ellos.
Las imágenes son mi compañía.
Cuando no estoy aquí, cuando ando por los siete mares, cuando me escondo
en la solitud de mi bosque en Óregon con mi amante, también sigo pensando en
ella. ¿Pienso en las dos a la vez?
Aquí
hay un par de párrafos que vislumbro claramente: "Estás conmigo siempre. A veces te veo, mi adorada amante, desnuda e
invitadora, llamándome desde el otro lado del mar. Otras veces, la veo a ella: se me acerca con
su boca púrpura, sus ojos negros que parecen cambiar de color a la luz de la
luna. Parece ser apenas una niña
inocente. Estas imágenes parecen
confundirse. Ya ni sé si eres tú o ella
la que me mira sonriendo".
Siguen
las manchas azules de la tinta que se regó por todo el cuaderno, pero, ojeando,
veo que aquí hay media página que puedo leer bien: "De vez en cuando, suspendo la escritura
y atisbo por el lado abierto del dosel, refrescando mi cabeza en la lluvia y esforzándome
para ver si ella viene. Miro al otro
lado del canal que separa esta isla de la otra y veo el sendero que lleva a la
choza donde vive con su abuela. Por lo
menos eso me dijo. Ya la noche se acerca
y ella prometió visitarme....esta misma noche.
¿Prometió? me pregunto. En
realidad no sé si lo que dijo fue una promesa o un tal vez. ¿Tal vez?
No, creo que dijo que quería venir a verme. ——Tal vez pueda ir- dijo——. Quisiera y te
prometo...que tal vez...—— ¿eso fue lo
que me dijo? Viéndola me acuerdo de mi
amante que me espera...."
Aquí
hay un borrón de página y media. No
puedo descifrar las palabras. Las letras
entran y salen de la tinta azul que se regó desde la página anterior. Es que escribir con lápiz y con lluvia no es
posible. Debí haber cogido mi pluma de nuevo;
y luego vino la tempestad de agua y los malditos borrones. ¿O será mejor no saber qué fue lo que me
sucedió entonces, cuando escribí este diario?
Pero me quedan los recuerdos. Yo
sé qué pasó. No necesito mi diario para
saber. Las voces repecuten todavía en
mis oídos. Pero tal vez los recuerdos me
traicionen, tal vez no sean exactos.
Miro el papel en el cual escribí mi relato, mi obsesión por ella; pongo
el papel frente a la luz de una vela para ver si la escritura se puede
vislumbrar, pero no veo sino retazos de palabras: "...toda la noche... ¿me
prome... y tu abuela no... si viene la t..pestad..."
Me
acuerdo que me habló de la tempestad diciéndome que no le importaba, que a ella
no la intimidan las tempestades. Que desde
pequeña entraba y salía de las tempestades como si ya fueran parte de su vida.
La
escritura se aclara en las próximas tres páginas porque fue en ese momento
cuando me metí en la cabina de abajo por un rato. Pero el calor me estaba sofocando y tuve que salir
y escribir con ese viento y esa lluvia alrededor echando a perder lo que
escribía al momento de mover mi pluma fuente.
Puedo al menos descifrar el contenido de lo que escribí en la
cabina. Dice: "Aquí, en este lugar
desamparado, quedan apenas unas cuantas personas después de irse los turistas
del litoral en el barco de vapor de los domingos por la tarde. Aquí no hay aldea, no hay más que unas
cuantas chozas junto al mar."
"De
vez en cuando, mi amor, ——sigo leyendo en el cuaderno—— suspendo la escritura y
atisbo por el lado abierto del dosel, refrescando mi cabeza bajo la lluvia y
esforzándome para ver si ella viene".
¿Por
qué escribiría eso dos veces? Había
escrito la frace idéntica unas páginas atrás.
Ojeo el cuaderno hacia atrás y allí está, palabra por palabra, la misma
frase. Comparo las dos frases y descubro
algo que me hace estremecer sin saber por qué.
La segunda vez agregué a la frace las palabras "mi amor". Mi conclusión es que la primera vez que la
escribí no estaba pensando en mi amor sino en ella, en la otra, en la que
quiero ver cada vez que vengo a este lugar solitario.
"Cuando
se van los turistas", leo, "este paraje tropical le pertenece de
nuevo a los aldeanos....hasta el próximo domingo. Creo que hoy ya es jueves y yo aquí todavía
esperándola. Soy el único extraño entre
los que viven aquí. Daría cualquier cosa
por ser uno de ellos, para verla todos los días, para estar cerca de
ella".
Sigo
leyendo a pesar de los borrones: "Los dueños de La Laguna Azul
notaron mi interés por ella en el momento de mi entrada a su
establecimiento. Junto a la playa, a
unos pocos metros de donde estoy anclado, rodeado de palmeras, la
cantina-restaurante es muy pequeña. Con
veinte clientes se llena. Pero si vienen
más, son servidos en la playa o sentados en las rocas lamidas por el mar".
"Aquí
no hay una laguna. El nombre debe
referirse al pedazo de mar entre las islas donde las tormentas del mar nunca
llegan, donde anclan los barcos en aguas calmadas. El establecimiento es como un mirador apenas,
sin paredes, con techumbre de paja, construido sobre el agua, con un puente que
lo une a la tierra firme donde está la cocina en una pequeña choza. La primera vez que la ví, ella iba caminando
sobre aquel puente, de la cocina al mirador, llevando unos platos. Es una de dos meseras que trabajan en La
Laguna Azul. Lleno o vacío La
Laguna Azul tiene un atractivo especial.
Me hace sentir como si ya hubiera venido aquí toda la vida, como si me
perteneciera. Desde aquel mirador se
puede contemplar el mar por tres lados.
Allí me siento cerca de mi amante.
Miro hacia el Norte y casi la puedo tocar, pero la tentación está aquí
en el Sur. El mar es mi único
testigo".
Algunas
páginas de mi cuaderno desaparecieron, pero mi recuerdo de la primera vez que
me encontré con ella es vívido, imborrable.
Poco después de que se fueron los clientes, se quedó a limpiar las mesas
y a barrer. No parecía tener ganas de
terminar sus quehaceres. Cuando pasaba
por mi lado sonría y su vestido vaporoso me rozaba. Parecía tener pereza, y al llegar al puente
comenzó a seguir con sus pasos el ritmo sensual de un bolero que sonaba
repetidamente en un antiguo gramáfono, bailando consigo misma y echándome de
vez en cuando unas miradas oblicuas, secretas, con sus ojos lánguidos, almendrados,
velados como estaban por sus oscuras pestañas y un maquillaje de aceites pardos
que usa profusamente y que combina bien con su piel canela. Parece parte de la noche que la rodea. Es como si quisiera esconderse y al mismo
tiempo exhibirse, sin saber cuál de sus deseos seguir. Una cadena sutilmente bordada en hilo de
cobre cuelga de su cintura descubierta meciéndose sobre su ombligo carnudo que
promete otras delicias. Lo usa como mi
amante usa la cadena de oro que le regalé cuando fuimos a Marruecos. Yo no podía quitarle los ojos de encima, ni a
mi amante ni a ella. Los dueños de La
Laguna Azul me sorprendieron atisbándola.
——¿Te gusta la muchacha, eh?——, me preguntó la dueña. A su pregunta contesté que muy lejos de este
trópico, mi amante, mi querida, me espera ansiosa, y que aquel suspiro que me
alborotó era una reflección de la soledad que sentía al no tenerla cerca. Aún así, se dieron cuenta, sonriendo con una
chispa de malicia en los ojos, viendo que los míos ardían al seguir sus movimientos,
mientras ella se mecía con la música en la penumbra.
——Su
nombre es...——la anfitriona me susurró en el oído, agarrándome del brazo mientras
su marido me regalaba una sornrisa medio burlona...——Denadie.
——¿Qué——
exclamé medio atolondrado. -¿Se llama
cómo?
——Oíste
bien—— se rio, viendo lo sorprendido que había quedado al oír ese nombre.
——¿Denadie?
——Sí
así se llama. Denadie.
No
necesito de mis notas para acordarme palabra por palabra de lo acontecido hace
tantos años. Pero las letras comienzan
de nuevo a aparecer entre los borrones y puedo seguir leyendo: "La anfitriona era una mujer alta y madura,
con una gran fortaleza interior que brillaba en sus ojos. Me miraba insinuante, y al pronunciar la ene
la palabra Denadie, la sostenía por un segundo, apretando su lengua contra el
paladar. Tenía un vestido que llegaba
hasta el cuello pero con un pliegue que se abría de vez en cuando y que dejaba
ver sus piernas desnudas. Su marido,
sentado junto a una de las mesas, seguía mirándome, fumando un cubano. Ahora, los dos me miraron como si estuvieran
conspirando conmigo, sonrientes, maliciosos.
Sin darme cuenta tuve que tomarme una larga y profunda bocanada de
aire. La anfitriona se rio y siguió
susurrándome, -Las mujeres de las islas tenemos nombres extraños. Nos gusta así.
“Me
invitaron a sentarme con ellos. Me senté
sin perder de vista a Denadie, quien seguía bailando como si estuviera soñando.
——Mi nombre es Yamentira, ——me dijo. Y el hombre repitió, después de echar humo
por boca y narices, --Yamentira, Yamentira.
Allí donde la ves, es buena todavía.
Le gusta. ¡Traenos leche de coco
y ron! ——le gritó a Denadie, haciendo un gesto vigoroso con la mano, como quien
está muy acostumbrado a dar órdenes. Una
manada de loros gritones voló en la lejanía y el fondo del sol inmenso tocó el
horizonte. El mar, tranquilo y eterno,
brillaba a nuestro alrededor. Y al otro
lado del magnífico universo las primeras estrellas comenzaron a titilar".
Leyendo
esto recuerdo que en el momento de escribirlo también estaba enamorado de la
tierra que me rodeaba.
"Al
rato," sigo leyendo, "Denadie llegó a servirnos el ron con leche de
coco. Mis anfitriones notaron de nuevo
que no le quitaba el ojo de encima. La
miraba y ella me devolvía su mirada sonriente.
La anfitriona le echó ron a la leche de coco y me pasó el vaso
lleno. Cuando lo tomé, una ola de placer
invadió mi cuerpo. Me sentí a la altura
de las estrellas que ya comenzaban a llenar el cielo. Denadie regresó a su puente, a su música y su
baile consigo misma".
"Sentado
entre su mujer y yo, el dueño de La Laguna Azul comenzó a reírse, como
burlándose, haciendo un sonido gutural muy quedo al principio, que después se
convirtió en una voz profunda y meliflua que comenzó a expanderse,
encaramándose luego por los zarzales para remontarse finalmente en un vuelo
hacia la selva donde centenares de micos contestaron con su propia
algarabía. El hombre se ladeó hacia mí
hasta que su cara quedó próxima a la mía, sonriendo con sus tres dientes de oro
que relucían entre dos blanquísimas hileras de dentadura, alineadas
perfectamente. Olía a sen-sen y a ron y a tabaco. Era un olor placentero. Me miró, y guiñando el ojo, me susurró:——¿Te
provoca Denadie? ¿Sí? ——Sus ojos estaban hundidos, su barba escondía gran parte
de su cara que, sin embargo, reflejaba burlonamente el seguro conocimiento de
que ningún hombre podría fijarse en Denadie sin sentir una invación de deseo
que rayara en el dolor mismo. Los
efectos de la bebida me hicieron sentir como si mi cuerpo estuviera allí, pero
mi espíritu estuviera revoloteando alrededor de las luces con el resto de los
zancudos. Ví que su mano desapareció
despaciosamente entre los pliegues del traje de Yamentira, abriéndose camino
debajo de la mesa. La miré de soslayo
pero con la intención de que me viera.
Su cara estaba rígida. Cerró los
ojos y entreabrió sus gruesos labios. ——¿La deseas? ——insistió el hombre más
seriamente, fijando inmóvil la mirada de sus ojos negros en los míos. Por un segundo no me fue posible discernir a
ciencia cierta si se refería a la beldad morena que seguía bailando a solas
sobre el puente o a su mujer. Le devolví
la mirada directamente sin eludirlo, pero me di cuenta que quería que mirara a
Yamentira, a quien él le acariciaba los muslos.
——Esta te la consigue, si quieres ——dijo. ——Sí, yo te la consigo, si
quieres ——dijo Yamentira débilmente, mientras los músculos de su cara
comenzaron a contraerse con una sutileza casi imperceptible. ——Yo le enseño
todo y Denadie aprende. Espantará la
soledad que llevas por dentro sin tu amor——agregó despaciosamente, apagándosele
la voz. ——Cerró los ojos y toda ella se estremeció".
"Muy
a lo lejos en la bahía, de donde los barcos zarpaban al mar abierto, con sus
luces y banderas festivas, una goleta desplegaba sus velas blancas, hinchadas
por la brisa, moviéndose hacia el sol que ya se hundía en el mar. Sentí las rodillas de Yamentira que tocaban
temblantes las mías debajo de la mesa.
La miré de nuevo. ——¿Quieres a
Denadie? ——preguntó. Me le acerqué a la
pareja sentada frente a mí. ——Yamentira, Yamentira—— susurré, sofocado por el
deseo ——Denadie es idéntica a mi amante que me espera al otro lado del mar.
——Sentí que Denadie me había estado atisbando todo el tiempo y que ahora
escuchaba mi confesión con deleite. Y
sentí las rodillas de Yamentira presionando las mías debajo de la mesa. ——Sí,
Yamentira, sí, deseo a Denadie ——dije en voz alta, sin poder contenerme, como
para que me oyeran todos, mirando hacia el puente, sintiendo también la
convulción que había sobrecogido a Yamentira mientras le hablaba, mientras que
su hombre la acariciaba".
Ya
recuperada de su estremecimiento, Yamentira dijo: --Oye Denadie, como niña
buena, afrécete a bailar con el señor-.
Denadie se acercó y acercó su cara a la mía. Por primera vez vi bien sus ojos. Ahora eran verdes, verdeazules, aunque antes
me habían parecido ser negros; eran del color de la selva vecina que ya se
sumía en la oscuridad".
"——¿Al
señor le provoca...?—— preguntó,
estirándose un poco y tocándose en las caderas con ambas manos. Luego terminó la frase: ——¿...bailar
conmigo?—— Bajó los ojos, como medio
sumisa y medio orgullosa, o pretendiendo quizás, (seguro como se lo había
enseñado Yamentira) porque se movía tan deliberadamente, mirando de vez en
cuando a Yamentira, quien la miraba con aprobación".
Aquí,
algunas de las páginas habían sido arrancadas del cuaderno. No me acuerdo cuándo las destruí pero
recuerdo que bailamos sobre el puente aquel bolero que tanto le gustaba. En la distancia, vi que Yamentira había desaparecido
debajo de la mesita y que su hombre, el de los dientes de oro y risa meliflua,
se deslizaba un poco en su asiento. Nos
miraba con sus ojos encendidos. Pero las
sombras no dejaban ver bien y yo estaba tratando de concentrarme en
Denadie. Sentí como si estuviera en un
sueño, con su cuerpo junto al mío. Se
mueve tal como lo hace mi amante. Es
como si la tuviera aquí conmigo, en mis brazos.
Antes de terminar el bolero le dije: ——Ven a visitarme, Denadie, después
de que salgas del trabajo. Estoy allí
en....——. Denadie me interrumpió: ——Yo
sé dónde encontrar al señor; en el único barco de vela del muelle. Tal vez Yamentira me dé permiso. Ella me enseña todo.
——Yamentira
me dijo que sí ——me apresuré a decir.
——Tengo
que ir primero donde mi abuela en la otra isla donde vivo—— respondió. Luego susurró en mis oídos lo que no pude oír
bien porque la punta de su lengua tocó la piel de mi oreja y sentí como mil
agujitas por todo el cuerpo. Me parece
que dijo que quería venir, que tal vez.
No sé qué más dijo pegada a mi oído, apretándose contra mí, mirando
hacia la mesita donde el hombre se deslizaba aún más. Me sentí embriagado por el hálito de la
belleza, por lo que me había tomado, por los vapores de la noche, por el baile
sensual, por lo que presentía que estaba ocurrinedo debajo de la mesa de mis
anfitriones. Todo parecía conspirar para
removerme hacia un mundo sublime y peligroso pero atractivo. No me importaba estar en peligro con Denadie
al lado. Nada parecía importarme. Oí con claridad el gemido que llegó desde el
mirador, un resuello indomable de la garganta del hombre que se deslizaba bajo
la mesa y a quien ahora solo se le veía su cabeza. Denadie me apretó con sus piernas y sentí que
se estremecía con una suavidad suprema.
Pero se rio y terminó de bailar, dejó de apretarme y regresó a la choza.
Creo
que ahora es que vienen las páginas que escribí en el cuarto de abajo, donde la
lluvia no llegaba: "Acabo de oír un
aullido que proviene de la selva. Me
asomo de nuevo pero la oscuridad es completa, impenetrable, sin ninguna luz de
asomo. Sigue lloviendo a cántaros y ya
casi no tengo en qué escribir. Voy a
hacerlo con letras más menudas para tener espacio. Por un segundo pensé que algo se movía a lo
lejos, tal vez es Denadie, pero el lugar está desierto. Sí, hay un rumor de bestias selváticas que
proviene de la oscuridad; buhos estáticos, pájaros que toman el último vuelo al
nido, gemidos de animales en celo revolcándose en el lodo, un estrujo de ramas,
un chapuzón de peces, un canto cacofónico, pero no son más que parte de la vida
de la naturaleza que nunca descansa".
"¡Cómo
echo de menos a mi amante! ¿Cuándo
escampará? La noche parece ser tan
larga, esperando a Denadie, echando de menos a mi amante que está tan
lejos. Oigo un ruido de aguas, como
remos. Debe ser ella. Miro afuera.
No, es un pescador que regresa tarde de su oficio. Ojalá haya cogido muchos. ¡Todos están tan necesitados! Allá veo como dos sombras que se
acercan. ¿Dos o una? Ya no está lloviendo y la luna se deja ver a
veces, jugando entre las nubes. Pero no
hay estrellas. Sí, entre las sombras del
bosque a mi lado hay dos sombras que parecen acercarse. ¿Serán Denadie y Yamentira? ¡Ojalá!! ¿Esas sombras que veo moviéndose a
lo lejos en el bosque iluminado ya por la luna no son más que árboles cuyas
ramas se agitan al paso del viento? Lo
único que alivia el dolor de la ausencia de mi amante es escribirle poemas de
amor".
"Una
pequeña claridad en el vasto horizonte del Oriente comienza a penetrar en esta
espesura. Dentro de poco las sombras se
desvanecerán y una nueva realidad me rescatará del estupor que siento".
Hasta
aquí puedo leer. No hay más
detalles. No hay más recuerdos. Comienzo a pensar más claramente: tengo un
deseo terrible de olvidar. Voy a arrojar
el cuaderno al mar. Tal vez así Denadie.
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