“La
noche no es no ver, es ver la noche”
Hugo
Mujica. Vislumbre.
Los siguientes dos días transcurrieron
sin sorpresas, pero sin alegría. En mi imaginación se desarrollaban todo tipo
de posibles escenarios para la relación. En algunos le confesaba a Mariel cómo
me sentía y le proponía llegar a algún acuerdo que nos permitiese recuperar
algo de la libertad que habíamos perdido, o que al menos yo sentía que había
perdido. Tal vez suspender por el momento la convivencia. Podía conseguir otro
departamento y mudarme, para que lo nuestro volviera a parecerse más a un
noviazgo. No pude evitar pensar que algo así
sería prácticamente lo mismo que decir que la relación se había
terminado. Es fácil avanzar, pero decirle a la otra persona que es necesario
retroceder es darle el tiro de gracia a lo poco que queda.
Otra de las posibilidades era la de
terminar la relación directamente; sabía que en ese caso, lo que viniera
después sería enormemente doloroso para ambos. Ya antes habíamos tenido algunas
peleas, incluso alguna que había durado unos meses en la que ni siquiera nos
habíamos saludado, pero el destino, o aquella suma de razones y causas que, por
la complejidad que llevaría la enumeración y análisis de las mismas terminamos
por llamar destino, nos había reunido en un lugar inesperado. No hizo falta
mucho para que volviéramos a estar juntos, apenas una simple enumeración de las
cosas que cada uno extrañaba del otro. Volvimos por otros dos años.
Una tercera posibilidad era que ella,
al igual que yo, sintiese también el desgaste; de ese modo sería posible
acordar una ruptura fundada en la razón y mantener una buena amistad.
De lo que estaba seguro era de que no
podría decirle sobre Andrea. Las dudas con respecto a nosotros ya existían
desde antes que volviese a Córber, no podía negarme a mí mismo que conocer a la
abogada había contribuido, al menos, a profundizar esa herida que ya existía.
Sin embargo, Mariel no tenía por qué saber esto, después de todo ni siquiera yo
sabía bien lo que sentía por esa joven.
Me había quedado sin excusas para
permanecer en el pueblo, y la noche anterior, mientras hablaba con Mariel, no
le había dado ninguna. Tampoco ella me las pidió. Nuestra conversación se
limitó a una serie de preguntas y respuestas sobre la rutina de todos los días.
Me contó algunos problemas con respecto a su trabajo; al parecer, los socios de
la empresa no se estaban llevando muy bien últimamente y algunos tenían ciertas
dudas sobre el futuro de sus puestos laborales. Lo cierto es que a medida que
avanzaba esa charla yo sólo quería que acabara pronto. Siempre me había
preocupado mucho por sus cosas, o al menos lo había intentado. Pero en esa
ocasión, cada vez que formulaba una pregunta me arrepentía casi
instantáneamente, sabiendo que supondrían algunos minutos más de explicaciones
que no me interesaban. Ella apenas preguntó cómo me estaba yendo con mi libro y
nada más.
Hasta el momento, cada vez que terminaba
un primer borrador, Mariel había sido el tamiz por el que pasaba la obra y a
través del cual juzgaba oportuno emplear determinadas correcciones, recortar
algunas páginas o agregar datos que ella creía necesarios para que terminara de
quedar claro todo el asunto. Eso es imprescindible, a veces ocurre que en mi
cabeza una historia está tan definida, junto con los sentimientos de sus
protagonistas, que simplemente olvido que fue escrita para ser leída por
alguien más, alguien para quien el mundo que escribimos y creamos es ajeno, y
que necesita que lo introduzcamos en él, o por lo menos, que le demos a nuestro
mundo unas reglas de funcionamiento que lo hagan creíble.
No preguntó por mi regreso. Yo mismo
dudaba sobre cuándo se iba a realizar. Por ahora mi cabeza quería descansar y
no pensar en nada. Los días anteriores me los había pasado casi todo el tiempo
durmiendo. El sueño no había vuelto a repetirse una tercera vez, así es que con
un ansiado alivio, mi cuerpo se había entregado a no hacer mucho más que
reponerse de la vida en la ciudad. Era en cierta forma como hibernar.
Esos días tuve en cuenta la idea de
arreglar un poco la casa de mis abuelos, de pedir ayuda para que alguien
pusiera un poco de orden, incluso me atreví a pedirle a la recepcionista de la
pensión algunos nombres. Hacía falta lavar, al menos, toda la ropa de cama para
que pudiera quedarme allí. También, pensé, serían necesarios un par de días
ventilando la casa para que fuese habitable, desempolvar cada rincón y hacer
ciertos arreglos. Finalmente había desistido de la idea por el momento. Me
sentía relativamente cómodo en la pensión después de todo.
Ya por la tarde se desató una hermosa
tormenta de verano. Digo hermosa, porque en el campo, libre de edificios, uno
puede apreciar el bello espectáculo que significa ver avanzar la nubes a través
del cielo, desde el horizonte, como si se tratara de materia sólida,
oscureciendo todo lentamente, viendo los relámpagos desde la lejanía, como si
sobre los pueblos vecinos se estuviera llevando a cabo, en ese mismo momento,
una guerra, cuyas razones permanecerían ajenas y extrañas a los simples
pobladores, como en todas las guerras.
Cuando llegó por fin sobre Córber no
pude menos que sentirme asombrado de su espectacularidad. Una cosa es una tormenta
en la ciudad, pero por alguna razón, las tormentas en el campo siempre me
habían provocado un extraño sentimiento de exaltación, alguna primitiva forma
de alegría ante la fascinación. Tal vez se trate simplemente de la electricidad
en el aire que de alguna forma afecta a los seres vivos, provocando una
inexplicable euforia. Si alguien ha descubierto la razón de por qué esto es
así, yo lo desconozco.
Pero fue simplemente eso, una tormenta
de verano. A la mañana siguiente las nubes eran tan pocas que el sol no
encontró obstáculos para abrirse paso con su luz a través del cielo.
Había descansado muy bien, siempre me
gustó dormir escuchando la lluvia y aunque es mejor hacerlo acompañado, no
había extrañado a Mariel, aunque sí había dedicado algunos minutos a pensar en
Andrea. Imaginé lo fácil que sería acercarme hasta su casa, llamar a su puerta
y estrellar mis labios contra los suyos apenas hubiese salido a recibirme, sin
darle tiempo siquiera a preguntar qué asunto me había llevado hasta allí en
medio de ese temporal. Por supuesto, mi cabeza podía imaginar cosas que en
verdad nunca haría. No sé qué secreta barrera nos impide hacer aquello que más
deseamos y que al menos, en la fantasía, se ve tan bien. Tal vez con un par de
tragos encima no lo hubiese dudado demasiado.
Apenas estuve levantado me asomé por
la ventana, encendí un cigarrillo y permanecí de pie, con el aire que traía
todo ese aroma fantástico y optimista del campo luego de la lluvia, hasta el
primer piso en el que me encontraba. Pensé que tal vez no estaría del todo mal
ver cómo el temporal había afectado a las dos casas de las que era dueño.
Hice primero mi pasada por el bar para
desayunar. Andrea no apareció en el lugar el tiempo que permanecí allí. Luego,
sin esperarla, me dirigí otra vez a la casa de mis abuelos.
Todo se encontraba más o menos en un
orden aceptable, apenas alguna que otra gotera que no revestía ningún tipo de
preocupación verdadera, pues se ubicaban en algunos pasillos y ninguna afectaba
directamente a los amados muebles y a los amados recuerdos. Di un par de
vueltas y salí para dirigirme a la vieja casa de mi padre.
Debajo de mis pies, en las suelas de
mis zapatillas, se iba formando una gruesa capa a causa del barro que se me iba
pegando mientras avanzaba. Me pareció gracioso y hasta lo disfruté, sin dudas,
la visión que representaría también hubiese resultado graciosa para cualquiera
que pudiese verme en ese momento.
Abrí el pesado portón mientras miraba
hacia arriba, al techo de la casa, tratando de analizar desde afuera cuáles
podrían haber sido los problemas, dada la aparente fragilidad del tejado. Había
más barro en ese jardín que en los demás, supuse que se debería a la falta de
plantas saludables y de pasto que absorbieran el agua.
Ingresé, luego de limpiar mis pies lo
mejor que pude en una pequeña y vieja alfombra en la puerta de entrada, la cual
había visto mejores épocas.
Encontré en las paredes de la sala
señales claras de humedad. Luego fui hasta la cocina que se mantenía un poco
mejor, quizás se debiera al sentido en que había caído la lluvia, evitando que
diera con fuerza sobre ese sector. Entonces escuché un leve sonido que venía
desde el primer piso. Parecía que era producido por un grillo o algún tipo de
insecto desconocido. Sólo duró un segundo pero fue lo bastante claro y fuerte
como para llamar mi atención.
Subí las escaleras sin impacientarme.
Cuando llegué arriba me detuve y presté atención unos segundos, pero el sonido
no se volvió a repetir. Caminé hacia el fondo del pasillo al tiempo que
comenzaba a inquietarme la idea de que ese extraño sonido bien podría haber
sido provocado por una pisada en el suelo rechinante de la habitación de mi
padre.
Traté de calmar mi corazón y mis
pensamientos. Los últimos pasos que di para acercarme fueron interminables. Me
detuve frente a la puerta y pegué mi oído a la madera tratando de escuchar.
Nada.
Estaba tan atento a los sonidos que no
me di cuenta del agua que comenzaba a salir por debajo de la puerta en
dirección al pasillo. Cuando la pude ver ya se había esparcido hasta llegar
debajo de mis pies. Di un paso hacia atrás como si el pequeño charco
representara un peligro y entonces pude sentir ese olor… esa fetidez con la que
había soñado días antes, aquella podredumbre en la que en mis sueños me
ahogaba.
No sé cómo describir lo que sentí, fue
como si alguien me hubiese dado un cachetazo directo en el alma.
Mi sangre se volvió helada. Yo sé que
esa expresión es un pobre artilugio literario para describir una sensación
mucho más compleja, pero lo cierto es que si alguien me preguntara qué fue lo
que sentí, diría “mi sangre se volvió helada”. Sentí un escalofrío recorrer mi
espalda, sentí como si miles de agujas se abrieran paso a través de la carne
hasta llegar a médula misma de mi columna vertebral. Sentí un miedo
insoportable, jamás me había desmayado, pero supe que era cuestión de segundos
para que sucediera. Ese olor era el mismo que el de mis sueños, pero ahora era
real.
Con los últimos restos de autocontrol
que me quedaban levanté mi brazo derecho y empujé la puerta. En el suelo de la
habitación de mi padre alcancé a ver una forma confusa, me pareció inmóvil,
hasta que un segundo después comenzó a moverse lentamente. Era como una enorme
bolsa de un material pesado, el agua que había llegado hasta mí por debajo de
la puerta provenía de ella. No pude pensar nada, sólo atiné a observar mientras
la racionalidad me dejaba abandonado al miedo. Lo que parecía una bolsa o una
envoltura comenzó a moverse nuevamente y desde uno de sus pliegues se asomó,
como si intentara alcanzarme, la mano de una mujer.
Apenas tengo un par de imágenes sobre
lo que ocurrió después, no es una memoria completa, sino fragmentada, como si
se tratase de fotografías; sé que me alejé, pero no sé si caminé o corrí, luego
el suelo desapareció debajo de mis pies y caí por las escaleras.
Ha perdido el entusiasmo por su relación con Mariel y necesita un pretexto para quedarse en el pueblo.
ResponderEliminarYo no necesito pretexto para ir al proximo capitulo.
Gracias por tus gentiles apreciaciones. Saludos!
ResponderEliminar