“Por primera vez, el
pensamiento afloró con claridad a la mente de Paul: Estoy en peligro.”
Stephen
King. Misery
Cuando desperté me encontraba aún en
el suelo de la sala, con el cuerpo insoportablemente adolorido por los golpes.
No alcancé a recordar en ese momento dónde estaba ni por qué estaba allí. Era
como si mi cabeza se hubiese reiniciado y aún buscara los archivos necesarios
para el buen funcionamiento de esa máquina.
El instinto me llevó a comprobar
lentamente que todo estuviera más o menos bien, moviendo apenas los brazos y
las piernas para verificar que tan grave había sido lo que fuera que me hubiese
ocurrido. A medida que mis músculos trabajaban experimentaba un gran dolor,
pero nada demasiado agudo, por lo que imaginé que no había ningún hueso roto.
Pasé los siguientes minutos tendido
boca arriba, tratando de recordar qué era exactamente lo que había pasado y con
creciente inquietud, lentamente, comencé a hacerlo.
Otra vez tenía en mi cabeza la
horrible visión. No estaba seguro de si apenas habían transcurrido unos minutos
o si eran un par de horas. Me puse de pie soportando todo tipo de dolores. Mis
recuerdos parecían irreales, pensé que era probable que sólo hubiese caído
debido a un tropezón y que todo lo demás hubiese sido parte de un sueño.
Quizás, debido a que me sentía en la
peor de las miserias físicas tuve la certeza de que ya no podía ocurrir nada
que empeorase mi condición y me dirigí, trastabillando, otra vez hacia las
escaleras. La subida me costó horrores, por momentos fue necesario que apoyara
mis manos en los escalones, trepando en lugar de caminar, pero en cuanto llegué
al suelo del primer piso me sentí aliviado. Si lo que recordaba hubiese sido
inexplicablemente cierto, el agua que se había deslizado debajo de mis pies aún
estaría allí, o al menos permanecería un rastro de ella.
Me apoyé en la pared para caminar
hasta el final del pasillo y al llegar a la entrada de la habitación de mi
padre la encontré vacía, como imaginaba.
Me acerqué hasta la cama y me dejé
caer en ella. Traté de serenarme y de que mi respiración volviera a ser la
misma de todos los días. Sabía que en mis condiciones y con la gran cantidad de
barro que había afuera, en la calle, me resultaría todo un calvario regresar.
Decidí descansar algunos minutos, pero rápidamente me asaltó una idea
aterradora… ¿Y si los recuerdos eran ciertos?
No quería decir que fueran
sobrenaturales, pero, ¿y si alguien, por alguna extraña razón, era responsable
de ese hecho? No era imposible que después de mi caída esa persona (o esas
personas), al comprobar mi desmayo, hubiesen limpiado todo rastro de que habían
estado allí.
Recordé el ruido que había escuchado
la ocasión anterior, cuando era yo el que se encontraba en esta habitación y
creí que había alguien en la planta baja. No era imposible que en verdad
hubiese sido provocado por alguna presencia.
De ser así, alguien estaba siguiéndome
y era probable que no estuviese feliz con mi regreso a Córber.
Traté de recordar las sensaciones que
había experimentado: el miedo había sido demasiado poderoso como para que fuese
producto del desmayo. Incluso podía recordar perfectamente cómo me había
acercado hasta la habitación de mi padre luego de escuchar ese ruido en el
piso. Debía tener en cuenta que sólo podría haberme caído accidentalmente en el
caso de que no hubiese llegado hasta la puerta de esa habitación, puesto que se
encuentra en el fondo del pasillo, lejos de las escaleras.
No. Por aterrador que me pareciera, no
había sido un sueño. En verdad había visto lo que podía recordar. Estaba
seguro.
¿Pero cuáles serían las razones para
que alguien quisiera darme semejante susto? Había pasado los últimos diez años
lejos de Córber; ahora, al regresar, alguien parecía querer mantenerme alejado
de esa casa, o tal vez, incluso lo más alejado posible del pueblo.
Estuve convencido de que era un
razonamiento bien encaminado hasta que recordé un detalle, el olor. Esa peste
que había percibido mientras el agua se deslizaba fuera de la puerta era la
misma que en mi sueño; no había forma de que alguien la hubiese podido
reproducir, porque era algo secreto. Aun así, tampoco podía descartar que esa
parte sí hubiese estado solamente en mi cabeza….
Me estaba haciendo un nudo con los
pensamientos. Mientras más intentaba razonar más preguntas sin respuestas
encontraba. Lo único que parecía encajar de algún modo, si tal cosa era
posible, fue la hipótesis de alguna explicación sobrenatural. Pero me negaba a tenerlo
en cuenta.
Algo me acababa de suceder y yo no
tenía idea de qué podría haber sido.
Regresé a la posibilidad de que el
libro que había dejado mi padre era un mensaje para mí, pero entonces creía que
también podía ser de interés para alguien más. Sin embargo… ¿qué tal si ese
libro no hubiese sido escrito por mi padre? Después de todo, su editor no había
tenido noticias de él. Alguien, por alguna razón, podría haberlo dejado allí
con posterioridad a su muerte.
Luego de varios minutos comprendí que
me sería imposible sacar alguna conclusión acertada sin tener más información.
Aunque creía que no me faltaban razones, sin duda me estaba dejando llevar por
la paranoia.
Deslicé la ruina que era mi cuerpo,
cuidadosamente, desde la cama al suelo. Me puse de pie con lentitud y me dirigí
hasta el ropero en que había encontrado la bolsa con aquellos documentos,
gracias a los cuales pude ponerme en contacto con Gutiérrez.
Abrí las puertas de par en par y
comencé a arrojar todo lo que encontré hacia el suelo, si había más información
con respecto a lo que sucedía, si es que sucedía algo, debía encontrarse en
algún lugar de la casa. Poco a poco comenzó a formarse en el piso de madera una
pila de ropa: pantalones, camisas, sacos y viejos abrigos.
En uno de los estantes superiores
encontré muchos papeles más: algunos documentos, postales viejas y también
muchas fotografías, sentí como si hubiese dado con un tesoro.
Dejé sobre la cama todo lo que iba
encontrando y que me parecía útil en algún sentido, di con un atado de viejas
cartas, con una cartera de hombre llena de boletos capicúa, con una pila de
discos de vinilo y otro montón de cosas más.
Desenterré un viejo bolso en el que
finalmente metí todo. Me asomé discretamente por la ventana para ver si
alcanzaba a distinguir a alguien. Salí de la habitación caminando despacio y
agarrándome el costado izquierdo del cuerpo, que había comenzado a dolerme un
poco más. Bajé las escaleras con la velocidad de un anciano o de un niño
pequeño (a veces, uno muere tan indefenso como nació). Abrí apenas un poco la
puerta de calle y miré por aquel espacio. No había nadie. Salí al jardín y
luego crucé el portón. No me preocupé por volver a cerrar el candado y sólo me
alejé, tratando de descubrir en vano si mis movimientos eran vigilados.
Atravesar el barro, con el cuerpo
totalmente adolorido fue peor de lo que esperaba. El bolso colgaba del lado
derecho, el dolor me inclinaba hacia el lado izquierdo y mientras trataba de
mantener el equilibrio lo mejor posible, mis pies resbalaban con cada paso. Mis
zapatillas estaban hechas para la ciudad, no para el lodazal en el que parecía
que llevaba patines. Al mismo tiempo, el barro comenzaba a pegárseme otra vez a
las suelas, haciendo mi avance cada vez más pesado. Estaba nervioso, creía que
en caso de caerme ya no podría levantarme. Finalmente conseguí llegar hasta la
seguridad del asfalto. Unos cuantos minutos después atravesaba la entrada de la
pensión, totalmente vacía. Me pareció mejor así, no tenía ganas de dar
explicaciones. Tuve que subir otra vez las escaleras, pero al menos me sentía a
salvo de momento.
Entré a mi habitación y dejé caer el
bolso sobre el piso, lo empujé con mi pie hasta debajo de la cama y me dirigí
al baño.
Quitarme la ropa fue otra tortura, me
costaba muchísimo realizar el más mínimo movimiento, así que mientras extendía
mis brazos y me inclinaba los dolores se hicieron más agudos.
Comencé a llenar la bañera con agua
caliente y me acerqué al espejo para poder verme mejor; mi cuerpo estaba
cubierto de hematomas. Las manchas amarillas y violáceas se extendían por donde
mirara, se mezclaban en manchas más grandes y tomaban formas definidas. Mi cara
milagrosamente parecía estar bien, pero mi cabeza retumbaba. Me pasé las manos
por el cabello y pude sentir, al menos, la inflamación de tres golpes. Comencé
a experimentar náuseas y me incliné sobre el lavatorio. Nunca vomité tan
dolorosamente en toda mi vida.
Lo que más sufrimiento me ocasionaba
era el costado izquierdo del cuerpo, no era imposible que tuviese alguna
costilla comprometida, o más de una. Me enjuagué la boca y me metí en la
bañera. No estaba seguro de si lo mejor en ese momento hubiese sido agua fría,
pero en cuanto comencé a sumergirme en la calidez pude experimentar un
inmediato alivio.
Quizás, lo más acertado hubiese sido
pedir ayuda médica, no sabía qué posibles consecuencias me traería el
accidente.
Luché durante dos horas con el sueño.
A medida que el agua se iba enfriando
tuve que considerar que era momento de salir. Hice el tremendo esfuerzo de
doblarme y quitar el tapón de la bañera, luego abrí nuevamente el agua caliente
y esperé a que volviera a tomar temperatura. Pasé allí acostado una hora más.
Pensé mucho en Mariel mientras estaba
allí, también pensé mucho en Andrea. Quería ver a alguna de las dos, no me
importaba a cuál. Imaginé que si me desmayaba nuevamente me ahogaría y sería
encontrado quién sabe cuánto tiempo después, con el cuerpo tan azul como el
cielo.
Regresó a mí el recuerdo del sueño,
punzante como mis dolores, más precisamente, el momento en que me hundía en el
agua y sentía cómo mi nariz comenzaba a arder. La sola cercanía de la sensación
fue suficiente para sacarme del sopor, me senté en la bañera, no importaba el
dolor. No podía arriesgarme a sufrir otro desmayo. Volví a quitar el tapón y
salí.
Me acerqué al lavatorio todavía sucio
y dejé correr el agua fría, luego de haberlo limpiado un poco junté agua en mis
manos y me la arrojé en la cara. Caminé desnudo hasta la cama, busqué algo de
ropa liviana y luego de vestirme comencé a sacar del bolso las cosas que había
traído de la casa de mi padre.
Aquel atado de cartas fue lo primero a
lo que dirigí mi atención. Todas, excepto una, las había recibido mi padre a lo
largo de muchos años, y eran mayormente novedades sobre amigos del extranjero o
noticias. Algunas eran de admiradores. Dije que todas salvo una habían sido
recibidas, pues entre ellas encontré lo que parecía ser una carta que había
sido escrita por mi padre, pero que por alguna razón jamás había alcanzado a
enviar. Supe que era de él por la letra, la había reconocido por algunos
documentos que me habían entregado cuando recibí la herencia y por los que
había encontrado luego en su casa. En el sobre apenas figuraba el nombre de la
destinataria, pero no había ningún dato sobre la dirección a la que debía ser
entregada ni los datos del lugar en que mi padre la había escrito, pensé que
tal vez hubiese pensado entregarla en mano. El nombre de la mujer era Erminia
Álvarez. Dentro del sobre había un único papel y en él había escrita una sola
palabra:
“Cementerio”.
Me detuve a cavilar unos minutos sobre
ese hallazgo, tal vez se refería al cementerio de Córber, pero no me parecía
que tuviese algún sentido. Eran simplemente un nombre y una palabra, nada más.
Tampoco me resultó familiar el nombre de Erminia Álvarez. Dejé la carta a un
lado, separada de los demás papeles y seguí con mi búsqueda.
Muchas de las fotografías, la gran
mayoría, eran viejas. Por más que revolví no encontré ninguna en la que
apareciera mi madre. No sabía quiénes eran las personas que acompañaban a mi
padre en muchas de ellas. La única en la que aparecían nombres escritos al
reverso era una foto vieja, de cuando mi padre era joven. Era una foto grupal, parecía una
celebración. Cuando la revisé por el reverso un nombre me llamó la atención:
Silvina. Había por lo menos quince nombres más, pero ninguno de ellos era Ariel
o Marco, por lo cual pensé que la concordancia con la protagonista de la novela
era una simple coincidencia; además, era imposible saber cuál de todas las
mujeres presentes en esa foto era Silvina.
Los siguientes papeles no llamaron mi
atención para nada. Llegué a la conclusión de que aquellas piezas sueltas
tendrían perfecto significado para mi padre, incluso la misteriosa carta. El
problema era que yo las estaba mirando sin ningún dato demasiado relevante
sobre el que había sido dueño de esos papeles, por lo cual me resultaba fácil
rellenar la historia de mi padre con unos misterios que no eran tales. Eso era
en cuanto a los papeles, pero en cuanto a la casa… Bueno, allí sí había
ocurrido algo bastante serio, aun sin tener idea de qué había sido.
Me dejé caer lentamente sobre la cama,
entre los papeles, y me fui quedando dormido.
Soñé.
Soñé que Andrea me esperaba en la
puerta de una casa, junto a una fuente. Llegaba yo y ella introducía su mano en
el agua, con dulzura, formaba un cuenco y me arrojaba el agua en la cara, como
yo mismo lo había hecho un rato antes, en el lavatorio. Luego ella cruzaba la
puerta, yo lo hacía detrás de ella y de pronto me encontraba en un salón de
clases, el cual, me di cuenta, era uno de los salones de la escuela secundaria
de Córber. Preguntaba a alguien si la había visto pero sólo recibía respuestas
negativas y frases extrañas que luego no pude recordar. Salí otra vez a la
calle. Era el pueblo, pero estaba cambiado, irreconocible. Me perdí dando
vueltas buscándola, viéndola en ocasiones desde lejos; cada vez que conseguía
llegar hasta ese lugar otra vez se había marchado. Me introduje en una casa con
un horrible empapelado color ocre en las paredes. Miré fijamente la pared
esperando por algo, temiendo, y entonces volvieron a aparecer los puntos, sólo
que ahora podía distinguir su color: eran rojos, pero un rojo oscuro como la
sangre. Comenzaron a crecer, a expandirse. Las manchas se tocaron entre sí y
volví a caer a esa agua putrefacta y fétida, insoportable. Volví a ahogarme. Y
volví a despertar.
El cuerpo me dolía terriblemente, tal
vez estuviese haciendo algunos movimientos bruscos mientras dormía. Cuando
desperté estaba seguro de que había intentado nadar sobre la cama. El
desparramo de papeles, mayor que cuando me había dormido, confirmó mi
sensación.
Permanecí tendido inmóvil otro rato,
como si hubiese vuelto a despertar luego de la caída. Por mi cabeza asomó la angustiosa idea de que ese
misterioso sueño iba a perseguirme el resto de mi vida, a menos que de alguna
forma lograra desenredar su significado.
La noche ya caía sobre Córber y mi
dolor era demasiado para hacer algo en ese momento. Decidí que si iba tomarme
en serio alguna investigación, comenzaría al día siguiente.
No podía faltar Andrea, aunque fuera en un sueño. La posible ausencia de ella le preocupa al protagonista, tanto para que sea tema de una pesadilla. Y eso fue preparado como si fuera una casualidad, para que sugiera algun lector, creyendo que es su ocurrencia.
ResponderEliminarEso es talento para escribir.