Dura tarea la ser mujer, madre y hermana en
la Argentina un día de octubre en el que se juega el clásico del fútbol local
entre River y Boca. Máxime si más de la
mitad de la familia adscribe sin concesiones a la parcialidad boquense y en un
domicilio de Balvanera quedan esposo, hija del medio e hijo menor frente la
televisor esperando algún gol de Juan Román Riquelme. En cambio, en las
tribunas de la cancha de Núñez, dos hermanos alientan al equipo de la camiseta
roja y blanca. Difícil situación en la que hacer ruido es un pecado, caminar
frente al televisor un crimen y
mostrarse a la vista en el momento de cualquier gol de los contrarios puede
ganarte el mote de "traidora" o "mufa" ya que las cábalas
no conocen de lazos parentales ni de afectos.
Resulta
más sano desaparecer y recuerdo entonces los consejos de amigos sobre la
necesidad de caminar y despejarse para bajar tensiones propias y ajenas. Por
eso el mejor camino para una huida decorosa en un atardecer despejado de
domingo resulta la Avenida de Mayo en el trayecto que se extiende como un canto
a la democracia entre el Congreso y la Casa Rosada.
La
elección no es caprichosa y tampoco responde a la cercanía geográfica. La
primera avenida que tuvo Buenos Aires, diseñada al modo de los bulevares
parisinos, pero convertida en un ícono de la hispanidad por los mismos
inmigrantes españoles parece un eje adecuado para hacer ejercicio y, a la vez,
sopesar con una curiosidad casi antropológica los efectos que un partido de
fútbol entre los dos equipos más seguidos de la Argentina, puede generar en la
ciudad. Esencialmente pesa su condición de columna vertebral de la ciudad. Pero
una columna un tanto disfuncional ya que las dos porciones del cuerpo porteño que
separa la avenida son harto distintas. Deformes, me atrevería a decir. Mientras
que el Norte, donde queda la cancha de River reúne barrios coquetos y
shoppings, en el Sur, donde Boca hace de local, hay urbanizaciones más humildes
y unos cuantos asentamientos. El precio de las propiedades del lado
riverplatense o millonario” puede alcanzar los 2.160 dólares el metro cuadrado
en algunas manzanas de Recoleta. En cambio, en la porción xeneixe desciende a
1.340 en Barracas. La mortalidad infantil invierte la ecuación. Los guarismos
de algunos sectores del Sur pueden ser diez veces superiores a los del Norte.
El
paseo sobre la delgada línea que divide a Buenos Aires arranca cuando los
jugadores allá en Núñez entran a la cancha
en la que se acomodan sólo los hinchas locales para evitar desmanes y
enfrentamientos entre las parcialidades. A la altura del Congreso, la Avenida
de Mayo serpentea junto a al Plaza Lorea y les da cobijo a una enorme cantidad
de micros y combis que realizan servicios desde distintos puntos del interior
de la Argentina y de los países vecinos. "Los estacionamientos no aceptan
combis ni micros por la altura que suelen tener. Así que los que hacemos viajes frecuentes
desde el interior nos acostumbramos a estacionar acá", cuenta un chofer a
punto de iniciar el recorrido hacia el Norte desde alguna vereda de Once donde
lo esperan los pasajeros cargados de niños, bártulos envueltos con mantas de
colores y changos improvisados con cajas
de cartón. "Richard Tour", "Costa viajes", "Virgen de
Luján" y "Calamuchita Tours" son algunos de los nombres de
escasa prosapia en el terreno turístico de
las compañías que prestan "servicios especiales" y realizan
trayectos a pedido hasta Jujuy, Catamarca, Mendoza, Neuquén,
Huerta Grande y allende las fronteras, a ciudades de Paraguay, Bolivia y
quizás Perú.
Ahí
nomás la Avenida ofrece su primera sorpresa: por las veredas del Congreso
camina gente vestida con toga morada y escapularios con imágenes de Cristo
crucificado. Los distraídos se asombran ante una escena surgida de una película
de Harry Potter, el niño mago o de un extraño relato medieval. Pero los
transeúntes ataviados de violeta no son estudiantes de magia ni integrantes de
una secta, sino niños y adolescentes integrantes de la sección infantil de la
Hermandad del Señor del Milagro. Corren hacia la Iglesia de la Piedad sobre la
calle Bartolomé Mitre donde comienza una procesión que engalana durante toda la
tarde el extremo oeste de la Avenida de Mayo.
La
fiesta del Cristo Morado, protector de los inmigrantes peruanos, llegó a la
Argentina desde Lima para recordar la que se realiza cada año en el mes de
octubre, en la iglesia de las Nazarenas de aquella ciudad. Suele reunir unas 40
mil personas, aunque en Buenos Aires y en día de clásico del fútbol apenas
supera las 400.Son algunos de los 180
mil inmigrantes que llegaron al país después de la década del 80, en busca de una prosperidad económica que
su patria les negaba. A la hora del
fútbol, cuando los capitanes de ambos equipos se saludan con cortesía, los
peregrinos se acomodan en la Plaza Mariano Moreno donde una familia sin hogar
extiende sus colchones junto al monumento enrejado del secretario de la Primera
Junta de Gobierno.
A
su alrededor se amontonan los chicos vestidos de morado con su corbata al tono
y las nenas con mantillas en la cabeza, munidas de una suerte de lámpara de
Aladino de la que sale incienso para "ahumar" el camino de la
procesión. Los siguen una multitud de padres, felices de ver a sus hijos
continuar con las tradiciones de su tierra natal. "Mi papá me enseñó a
venir. Es una alegría cargar el Cristo en andas como se hace en Perú",
cuenta un muchacho moreno que lleva el palio en el que va una imagen de un
Jesús Crucificado. A su lado, un hombre que no va de violáceo sino de rojo y
blanco, con la camiseta de la selección peruana, explica que aquella es la
versión infantil de una fiesta que también recrearán los mayores el 20 de
octubre.
El
devoto aquel también hace declaraciones para la televisión peruana que sigue la
celebración de cerca. Mira de reojo a los vendedores ambulantes que ofrecen sus
canastas con dulces y comestibles para la ocasión. Me pregunto de dónde habrán
salido tantos expertos en gastronomía limeña, pero deduzco enseguida que son
los que se vende diariamente su
mercancía en Pueyrredón y Sarmiento,
frente a los andamios de la escuela shopping que alguna vez quiso vender
un intendente porteño. Allí acuden los peruanos que viven en el Abasto, Almagro
y Balvanera en busca de los sobres de polvo para preparar Chica Morada, las
papas rellenas, los tamales, el ají de gallina, el cebiche o la parihuela. Hoy
las variantes gastronómicas están más acotadas y se reducen a algunas
bandejitas de comida envueltas en papel film y mal conservadas en heladeras de
telgopor y unos cuantos dulces como pan de yemas y budín de pan. "Para mí
es emocionante y un honor llevar esta imagen", completa un chico que
mordisquea un pan de yemas parado frente a las marquesinas del teatro Liceo.
La
sala está vacía un domingo por la tarde. Allí el cómico Enrique Pinti supo
contar con acidez la historia argentina en clave de comedia con su eterna
"Salsa Criolla". Hoy, el actor protagoniza un musical sobre la calle Corrientes y el teatro que lo
cobijó durante décadas ahora presenta el debut como director teatral del
cineasta premiado con el Oscar Juan José Campanella. Una crítica publicada en
uno de los accesos explica que la obra cuenta la improbable amistad entre un
militante comunista y un cultor del no te metás.
Este último personaje
poco tiene que ver con el director de la pieza. En los últimos meses Campanella
se enfrentó con la empresa Disney que se negaba a publicitar en sus canales
para niños su film de animación “Metegol”, con la porción de la crítica que
describió su salto al cine infantil como una estrategia comercial, y con la
plana mayor del Gobierno Nacional, por su visión pesimista de la gestión de la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner. ”Se castiga al que piensa distinto”,
acusó en cineasta de “El secreto de sus ojos” después de varios informes que lo
ridiculizaban en un programa de la televisión oficial.
Pero allí esté la
obra, instalada en un eje central de la ciudad, a pocas cuadras de un local de
la Federación de Profesionales y Técnicos Peronistas, epicentro de la campaña
del FPV en Avenida de Mayo. Allí los jóvenes militantes reparten folletos con
las imágenes de los candidatos: Daniel Filmus, Jorge Taiana y Juan Cabandie.
“¿En serio se vuelve a votar el 27 de
Octubre? No sabía nada. Y bue., voy a tener que ponerme a pensar por quién,
porque, en esencia, todos los políticos mienten”, reflexiona Lautaro, 17 años,
alumno de una escuela privada de Almagro, después de recibir la boleta
kirchnerista para las elecciones legislativas.
Este domingo de
superclásico los muchachos de Filmus y Taiana no tienen oposición visible en la
Avenida de Mayo. Los militantes opositores e incluso los del PRO que gobierna
en la ciudad se han tomado el día libre. Apenas unos carteles rojo con la
eterna sonrisa de Jorge Altamira, el candidato de la Izquierda, engalanan los
refugios de colectivos y alguno que otro contenedor de basura en el trayecto
que va desde el Congreso a la Casa Rosada. Me entusiasma ver que el trotskismo
vernáculo no desdeña ningún espacio para exhibir su plataforma política, ni
siquiera los destinados a los desperdicios. Lo curioso es que del mismo modo
que un artista de cine o de televisión el candidato usa un nombre de fantasía
“Jorge Altamira” en lugar del auténtico “José Saúl Wermus”. El cambio no tiene
razones publicitarias sino de seguridad. Don Jorge comenzó a usar el seudónimo
para escribir sin temor a represalias durante las dictaduras de Roberto
Levingston, Alejandro Lanusse y Jorge Rafael Videla.
Sobre la misma vereda
de la mesa del FPV, pero unos metros más allá o más acá, quién podría decirlo,
un espacio en el edificio del Sindicato de Obreros Gastronómicos se
autodenomina “Museo del Pueblo“ y exhibe la Muestra permanente dedicada a Eva
Perón. La imagen de la mujer rubia de rodete con las manos extendidas hacia la
multitud repite la que puede verse en algún rincón del local K. Pero desde un
territorio político diferente al del kirchnerismo. El líder de los
gastronómicos Luis Barrionuevo y su mujer Graciela Camaño, creadora de la
muestra, se encolumnaron para las elecciones legislativas en el Frente
Renovador que lidera el intendente de Tigre Sergio Massa. Hoy por hoy, Massa es
el principal contrincante que tiene el oficialismo con la vista puesta en las
elecciones legislativas que serán en poco más de 20 días.
La muestra, que nació
como una exposición itinerante, reúne objetos que atesoraron en sus casas
viejos peronistas durante la Resistencia, tras la Revolución Libertadora de
1955. Hay cuadros que evocan a la segunda mujer de Juan Perón, una silla en la
que se sentaba en la Fundación que llevaba su nombre y se dedicaba ala acción social, y uno de sus famosos
trajecitos a cuadros...
Pero me quedo con las ganas de que mi paseo
deportivo se convierta en una recorrida política ya que el museo está cerrado y
solo puede visitarse de lunes a viernes. A mi lado María Elena comparte mi
desilusión. Viene paseando desde el Cabildo para disfrutar la arquitectura de
la avenida. Visitó la Catedral, recorrió la Plaza de Mayo y recordó los
bombardeos que ocurrieron allí cuando se preparaba el golpe que derrocó a
Perón. Ella era adolescente pero ese episodio la marcó. A su modo se considera
peronista desde aquel día en el que Eva detuvo su auto en una esquina de
Banfield y le preguntó a su padre si tenía hijos. La señora linda y rubia mandó
una muñeca para la única nena de la familia y una colección de pelotas y autos
para los varones. Desde entonces aquella familia de Avellaneda fue
incondicional de la señora y su esposo. Aunque eso se tradujo en algún momento
en que algunos creyeran oportuno votar a Carlos Menem, otras a Eduardo Duhalde,
otras a Francisco De Narváez y hoy la mitad de los hermanos se encolumnen tras
Cristina Kirchner y los otros defiendan con idéntico ardor al tigrense Sergio
Massa.
De
pronto, se escucha un grito de gol y el eco se extiende hacia la Plaza de Mayo
y también hacia el Oeste. Dejo de preocuparme por la muestra y me pregunto de
qué equipo será. Unos pocos feligreses se retuercen intrigados hasta que un
hombre que toma un vino tan violáceo como los atuendos de los niños confirma
que fue de Boca. Vuelve a sonar la pirotecnia pero cuesta definir si esta vez
homenajea al Crucificado o a Emmanuel Gigliotti, el delantero xeneixe que puso
en ventaja a la parcialidad azul y oro, en el clásico de un torneo que a la
usanza nacional lleva un nombre de fantasía "Nietos recuperados", en
honor a la cruzada de las Abuelas de
Plaza de Mayo y el calificativo de "Inicial", a pesar de que se
desarrolla durante la segunda mitad del año.
El
estruendo se mezcla con el de la celebración peruana. Allí no hay fuegos de
artificio, solo los ruidos con que en las barriadas pobres de Buenos Aires se
festejan los goles o la llegada del Año Nuevo. Tras cada estallido los fieles
gritan "Qué viva el Señor de los milagros. Qué viva nuestro Cristo
Morado", como si el rezo los llevase más cerca de casa.
Pienso
que en casa hay tres personas felices gracias a Gigliotti y sigo adelante con temor de que un regreso
anticipado tuerza la fortuna de Boca Juniors. En la zona cercana al Congreso el
piso y los frentes son una vidriera codiciada para las demandas sociales. Una
vuelta a la manzana permite enterarse de cuáles son los temas que preocupan a
los argentinos. “No a los agrotóxicos. Fuera Monsanto”, “Por la marihuana
libre, no más cárcel al que cultiva”, “Todo animal tiene algo de humano”. En
cambio, a los pies de los feligreses del Cristo, una agrupación que se
autodenomina “las Rojas” pide “aborto legal para no morir”.
Pero hoy son pocos
los que reparan en las demandas sociales. La avenida, tan ajetreada los días de
semana, con el caminar incesante de turistas, empleados públicos y oficinistas
que van y vienen, está sumida en la somnolencia del domingo a la tarde. La
mayoría de los negocios están cerrados y apenas algunos turistas caminan observando
la arquitectura de los edificios de ambas veredas.
Al tope del ranking
de lo más visitado, según surge de un estudio informal que encaro mientras
camino, está el Palacio Barolo, un edificio de 22 pisos con una impresionante
vista del microcentro y la zona de Monserrat. La construcción tiene unos 100
metros de altura y un faro que aún se enciende de vez en cuando y solía verse
desde las costas del Uruguay. Cuenta la historia que lo proyectó el arquitecto
Mario Palanti, a pedido de Luis Barolo, un italiano que instaló las primeras
hilanderías de lana peinada del país e inició el cultivo del algodón en el
Chaco.
(sigue
el próximo jueves)
Excelente! Un placer leerlo. Buenos Aires merece este tipo de obras. Y en cuanto al fútbol en casa... cuánta verdad! Es difícil ser mujer en esas ocasiones.
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