Desde el comienzo se ensayó con
vestuario. La sirvienta, con cofia. El doctor Rank, con piyama de invierno y
chinelas doradas. Krogstad, el procurador, con extenuado sobretodo oscuro y gorra.
La señora Linde, normal, de ciudadana contemporánea y argentina. Torbaldo, con
smoking. Y Nora Helmer (Casandra) de vedette, con altísimos tacos, brillos,
plumas y sostén de estrella glamorosa.
Casandra había
trajinado en teleteatros y programas cómicos. Krogstad participaba en concursos
nacionales de físico-culturismo. El doctor Rank estudiaba escribanía y la
sirvienta, el profesorado de historia. La señora Linde estaba casada y Torbaldo
(Randolfo) vivía de rentas.
Desde las primeras
improvisaciones, incluyéndose en el espacio dramático, el director instaba y
compelía en voz baja, turnándose, a cada actor. Sus alumnos concurrían a los
ensayos y, a su pedido, intervenían en papeles movilizadores, extemporáneos,
patoteando, ridiculizando, invadiendo con contundencia el hogar de los Helmer.
Nora siempre
desesperadamente quería coger con su esposo cuando no estaban solos. Él debía,
entonces, sacarse a la pegajosa Nora de encima, disuadirla y cuidar las formas,
la compostura, justificarla ante los invitados y atenderlos, instruir a la
servidumbre. Torbaldo se resistía mientras la apelante y descomedida lengua de
Nora lo acicateaba en los labios o en las orejas, desabrochado, hurgueteado,
por esa lúbrica cónyuge. Caricaturesco tirabombas Krogstad; la señora Linde,
fina y solícita; el doctor Rank, achacoso y descalabrado médico, al pie de la
tumba; impertinente y jaranera la sirvienta. Krogstad y Torbaldo conformaban un
dúo rememorativo a lo Carlitos Gardel y Tito Lusiardo (“Por una cabeza”,
“Buenos Aires, cuando yo te vuelva a ver”), y juntos cantaban amistosísimos y
engolados, machos y sensibles. Nora y Krogstad se enfrentaban en un duelo, Nora
sin sostén, a teta limpia, armada con sus tetas, y el procurador, estilo
Hormiga Negra, con una prótesis fálica. El enamoradizo Rank se procuraba
erecciones (indicios de vida) auscultando, palpando y frotando al plantel
femenino, el que consultaba al facultativo a raíz de malestares imaginarios.
Durante el tramo final, Torbaldo intercalaba textos de Nora a otros inventados
por él, parecidos y diferentes en cada ensayo, y aun en cada función, con Nora
atornillada en el piso, escupiéndolo y emitiendo rugidos y gruñidos crispados o
estertóreos, trastornado de dicha Torbaldo posibilitando el surgimiento de
tantas voces y discursos: Michelángelo Antonioni, Pepe Arias, Adolfo Hitler, el
indio Patoruzú, Lily Pons, “las lolas yéndose a los puertos”, un chanchullero,
una contorsionista, un falangista y un republicano, la recitadora Berta
Singerman, y otros, y Mecha Ortiz y Roberto Escalada, y otros más, encarnando
Torbaldo en una cierta realidad a una Nora Helmer triunfante, Torbaldo
inmisericorde, omnímodo, agradeciendo a los revolucionarios de la escena, sin
saltear a Vsevolod Meyerhold, Edward Gordon Craig y Vakhtangov, que facilitaban
ese despliegue desaforado, ese Ibsen: “Sí, tuve que sostener una lucha atroz”. Los
actores accedían, en ocasiones, a un completo éxtasis, al nirvana
(epopéyicamente despersonalizados), a lo inefable, a lo divino. Sin arredrarse,
de sus roles se embriagaban y se dejaban traspasar.
Randolfo, mientras,
intima, entre otras, con dos mellizas, alumnas del director; y Casandra se casa
in artículo mortis con el tío de su madrastra, de quien hereda, una pequeña
fábrica de maniquíes, una casa-quinta en Loma Hermosa y un camión. La
sirvienta, faltando poco para dejar de hacer funciones frente a un público que
envidia el furioso goce histriónico del elenco, se instala en la vivienda del
director. El doctor Rank mantiene relaciones esporádicas con la señora Linde,
quien, después, se separa del marido y se radica en Lima. El director, a los
dos años de convivencia con la sirvienta, liquida a sus alumnos y al teatro,
vuela a Lima y se instala en la vivienda de la señora Linde. El doctor Rank es,
desde entonces, alguien también alejado del espectáculo. Krogstad padece una
afección severa en la musculatura. Casandra vuelve a la tevé y Randolfo produce
recitales poéticos que presenta en entidades culturales.
La sirvienta va ya
redondeando esta redacción y aguarda los efectos de una droga aborigen
centroamericana que potenciada con un litro de vino tinto, la hará disfrutar de
intensidades emotivas con lágrimas y sonrisas y secreciones que la incrustarán
raudamente en la magia y en los abismos, como con la rotundez congregada de
aquellos personajes de la versión delirante y genial de la más bien
strindbergiana Casa de Muñecas.
Que versión tan extravagante. Todo un ejemplo de intertextualidad, con respecto a una obra de teatro que leí.
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