Dedicado especialmente a mi gran amigo Cacho Mamonne, que supo ser infinitamente más sutil que yo, y que se debe estar riendo desde el cielo a carcajadas
Hoy voy a conceder un ratito la prosa al ensayo. No es mi costumbre, pero hay una serie de descargos que tengo que hacer con la sociedad toda.
Hace un tiempo ya me tildan “los otros” de descomedido, de “políticamente incorrecto”, de saltar como “leche hervida” a la más mínima provocación. Y argumentan que otros no lo hacen, que otros callan, que otros conceden, que otros silencian. Hasta se me ha comparado con un alcohólico que no modera sus conductas y en total estado de ebriedad hacer pasar a su familia completas vergüenzas en cuanto evento social se presente.
Pues bien. En primera instancia debo conceder que soy de muy pocas pulgas. Si no es por cuestiones estrictamente profesionales, donde me va el pan en juego, trato de no callarme nada. A veces sale “como lo quieren escuchar los otros”, a veces me sale en forma descomedida. Y ahí se arman los desaguisados. Tengo una personalidad exuberante, espontánea, despojada de toda inhibición. Soy histriónico, simpático, y cuando me lo propongo – que es la más de las veces – termino siendo el alma de la fiesta.
Pero me jode, realmente me jode, que me toquen el culo. Me jode tener que lidiar con los complejos ajenos, ya bastantes tengo yo encima para tener que omitir una frase, jugar al “perfil bajo”, o callar cuando se hace necesario, diría indispensable poner un “pero” en algo. Puedo tolerar la mediocridad. Me aguanto la chabacanería. Soporto la medianía estoicamente. En tren de elegir prefiero pasarme dos horas hablando de óperas o de neorrealismo italiano antes que de la última telenovela. Pero es bien sabido que en el mundo de hoy se confunde a “Tosca” con la jugada fuerte del 6 de Boca y que si mencionas “Milagro en Milán” se piensan que están hablando de un video de “youtube”. Entonces me amoldo, me adapto, callo, concedo, escucho, asiento con cara vacuna mientras los demás despliegan su total ignorancia con vacua vanidad. Los integrantes de la sociedad de hoy no solamente son ignaros sino que encima se enorgullecen de ello. Pues bien, a aguantarla con impavidez.
Retomo pues. Pero me jode. Y me recontrajode que a la vuelta de la esquina tenga que soportar insultos velados, desprecios mal construidos, miradas de soslayo. Me jode que tenga que bajarme para poder ser enano. Sin embargo hasta eso hago. Me bajo. Me hago enano. Me paso por el culo miles de libros leídos, miles de películas miradas, cientos de operas vistas, centenas de cuadros y esculturas admiradas. Me hago nadie, trato de hacerme invisible. Paso reuniones enteras callado la boca. Hablando de fútbol, de televisión, de modelos y otras fruslerías.
Pero no. A ellos no les basta. Les molesta tu cultura. Les molesta porque no se compra a la vuelta de la esquina. Les molesta porque está hecha de madrugadas de desvelo. Porque está hecha de sacrificio y termos de café. Mientras ellos iban al gimnasio o al boliche, yo estaba dando materias. Mientras ellos estaban en alguna bailante yo salía de algún cine club. Y me desmerecen, me desprecian, me menoscaban. Y quieren que oculte lo poco – muy poco en realidad, porque cuanto uno más sabe, más ignorante se reconoce – que he aprendido en la vida, para que me ponga a la altura de ellos, me convierta en una sierpe que repta y así estar a la altura de Tinelli, de Fort, de Barbieri… y de ellos.
Entonces me sublevo. Porque todo eso no sería nada si ellos no fueran por más. Ellos no pueden comprar lo que yo logré con años de desvelos. Toda la plata del mundo no compra saber la diferencia que existe entre un coro “boca chiussa” y un coro “andante”. Eso se logra con los años, con paciencia, con desvelos. Y el tema no pasa por los títulos y honores. Tenía a la vuelta de mi casa, en mi infancia, un almacenero que tenía primaria incompleta, italiano. Y todas las mañanas despertaba al barrio con sus excelsas óperas. Y sus conversaciones eran de una cultura y una grandeza magníficas. Y no tenía absolutamente ninguna educación formal o académica. Se trata de querer salir del fango o chapotear alegremente en él pensando que es agua cristalina. O directamente no tener la menor idea de que se está en el fango.
Entonces, viene un tipo como yo, jodón, extrovertido, simpático. Y se le escapa un Bioy por acá, un Beatles por allá, un Machado por acullá y entonces te sentencian a la ignominia, al oprobio, al destierro. Y ya nada nunca vuelve a ser igual. Y te sientes un paria en tierra de memos, justamente por no ser un memo más.
Todo eso me lo aguanto. Lo que no me aguanto es que para ser un mostrenco traten de quebrarte, traten de doblarte, traten de encorvarte. Y te insulten, te desprecien. En definitiva, te jodan la vida. En ese momento – y si son cientos de veces serán – saltaré, mostraré mis uñas afiladas, seré mordaz y discutiré. Yo sé que es al pedo porque nadie pudo jamás enseñarle a un chimpancé a apreciar a Verdi. Pero una cosa es morir intentándolo, y otra muy diferente es convertirse uno mismo en chimpancé. Son dos cosas bien diferente.
Termino. No soy alcohólico. No hago pasar vergüenza a mis seres queridos en reuniones sociales. En – casi – todas soy el alma de la fiesta. Pero cuando me tocan el culo, salto. Salto porque es mi deber hacerlo. Porque no hacerlo es tirar por la borda los talentos que Dios me dio, o que me gané yo con todo el esfuerzo de mi alma. Salto porque no soy pedante. Soy el que soy y no puedo ocultarlo. En una sociedad normal a los viejos se los respeta y los escucha, por sabios. No se los tira en un geriátrico de mala muerte. En una sociedad normal, cuando alguien sabe de algo se lo escucha, no se lo trata de hacer callar con sandeces para que la propia ignorancia no se haga tan patente. En una sociedad justa, los médicos, abogados e ingenieros no deberían andar manejando taxímetros y los obreros metalúrgicos no deberían ganar más que los ingenieros agrónomos.
Sin embargo, las cosas son así. Lo que es yo, este es el primer y último ensayo que escribo. Me cansaron. Pero sépanlo bien: No me quebraron. Jamás lo lograrán. Tal vez sea aún más conciliador. Tal vez de ahora en adelante imite más a mi gran amigo Cacho Mamonne y sea un poco más vil, más sutil y me divierta infinitamente más. Pero seguiré siendo yo. Y así seré hasta el día de mi tumba.
Decían los estoicos: aquello contra lo que nada puedes tú, que nada pueda contra ti. ¿Para qué discutir con gente que es feliz con su ignorancia, que no quiere renunciar a ella? Para manejar un ordenador, lo primero es aprender a desconectarlo. Y en las reuniones sociales siempre hay que saber dónde está la salida. Y sí, la ignorancia nos podrá privar de algunas cosas, pero hay algo que nunca le quitará a nadie: el dolorido sentir, y la paideia. Y no nos hagamos ilusiones: el mundo no va a cambiar. No hay más que conocer un poco de historia.
ResponderEliminarSantas verdades Vicente!!! Y así sigue girando este bendito mundo!!
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