(continuación del
jueves pasado)
Al menos para los
porteños Don Luis pasó a la historia por su legado edilicio: un edificio que
homenajea en su estructura a Dante Alighieri y a la Divina Comedia. Dicen los
estudiosos que la construcción tiene tres partes que se corresponden con el
Infierno, el Purgatorio y el Cielo de la obra del toscano y que el número de
pisos: 22, equivale a los versos de cada
estrofa que tiene el canto. Incluso hay quien recordó que el arquitecto Palanti
pertenecía a la Fede Santa, una logia medieval que integró el mismo Dante. Para
sus devotos el autor de la Comedia era una especie de “obispo” que logró contar
en versos la moral del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Y el palacio no es
más que la traducción en piedra de las ideas del poema. Según cuenta la página
del palacio, el visitante puede descubrir aquí y allá, en italiano y en latín,
talladas en la piedra, frases del poema y otras del poeta Virgilio que oficia
de guía en la historia. Un turista me cuenta que la visita guiada cuesta $ 20,
apenas dos dólares al cambio paralelo, y que las comanda un joven médico copropietario del edificio
decidido a darle difusión a las bellezas del lugar en el que vive.
Además del interés
turístico, el edificio tiene un interés inmobiliario. “Se alquilan oficinas”
dice, desde tiempos inmemoriales, un cartel de hierro forjado colocado en el frente. Y el anuncio tiene en estos
días más sentido que nunca ya que sólo unos 260 de los 400 departamentos que
tiene el palacio están ocupadas. El resto esperan pymes, estudios jurídicos,
fundaciones o diseñadores y artistas, dispuestos a pagar un precio módico.
Aunque los copropietarios gestionan ellos mismos los alquileres desde el
edificio dantesco, algunos portales de Internet ofrecen oficinas de un promedio
de 20 metros cuadrados con precios que van entre los 1.500 y los 2.500 pesos
más expensas que rondan los 300 pesos. Una ganga teniendo en cuenta que a lo
largo de la avenida, los departamentos destinados a oficinas se alquilan por
precios que están por encima de los $ 3 mil y trepan a los $ 99 mil mensuales
para un edificio corporativo de cinco pisos con azotea y cúpula restaurada.
Sin embargo, al
suntuoso palacio no le va mejor que al resto de la avenida. En mi paseo entre
Congreso y Plaza de Mayo cuento dos locales vacíos por cuadra. Pertenecieron a
zapaterías, librerías, restoranes al paso y negocios de venta de insumos
informáticos. Otros tantos anuncian “Liquidación final" o “Nos vamos” pero
sus vidrieras no atraen demasiado a los paseantes de domingo. “El mercado no se
mueve nada y la gente tiene miedo de invertir. No sabés la cantidad de
inmobiliarias que cierran porque no pueden subsistir con la gestión de unos
pocos alquileres”, me dice una amiga que trabaja en el rubro.
En una esquina del
lado Sur, tapias de madera y andamios esconden lo que alguna vez fue una
confitería con el sugestivo nombre de La Moncloa. No hay cartel de obra ni
señas que indiquen si el lugar que se convirtió en un hito de la presencia
hispana en la Avenida de Mayo, desapareció en la noche de los tiempos o sólo
está remozándose para recibir con nuevos bríos a su distinguida clientela. Lo
acompañan en la misma vereda o en la de enfrente, el café Iberia, en el que una
placa recuerda que era el punto de reunión de los exiliados republicanos. Los
memoriosos del barrio aún recuerdan que en aquellas épocas álgidas para los
inmigrantes españoles los partidarios de la República ocupaban los cafés de la
vereda Sur y los franquistas los de la del Norte. Entonces volaban piedras y
sillas y los criollos preferían mantenerse alejados de las bataholas
peninsulares.
Durante la caminata
gimnástico-cultural que me he propuesto por la avenida que algunos españoles
quieren ver como un versión vernácula de La Gran Vía, entiendo que los lazos que unen a los hijos de España y a
los argentinos van más allá de la admiración por Fernando Gago, una de las
estrellas que presenta Boca en el clásico de hoy y brilló en el Real Madrid y
el Valencia. En cada vereda hay un nombre, una placa, un recuerdo de una
historia compartida. Y sino que lo diga el cartel de bronce que recuerda el en
hotel Castelar a Federico García Lorca, quien lo convirtió en su hogar una de
sus habitaciones un día de octubre, hace exactamente 80 años. La estadía de
Federico en estas tierras fructificó no solo en un coqueto restorán de tapas
que de vez en cuando también ofrece flamenco y lleva su nombre. También en el
reestreno de su obra “Bodas de sangre”, protagonizada por la argentina Lola
Membrives, y en la inmensa popularidad que los poemas y los dramas de Lorca
lograron en el ambiente porteño. Alguna vez Federico aseguró que la popularidad
lo hizo sentirse en Buenos Aires “como un torero”.
En estos días el
Gobierno porteño organizó un acto en el que la locutora Betty Elizalde recitó
poemas del Romancero Gitano para rememorar los seis meses de estancia en Buenos
Aires del granadino. El Castelar también se sumó al homenaje y reinauguró la
habitación 704 ambientada como en la época en que se hospedó Federico allá por
1933 decorada con murales que recuerdan
a los personajes de sus obras.
Junto a Federico unos
2 millones de españoles emigraron a la Argentina entre 1857 y 1955. La mayoría
provenía de Galicia, el País Vasco, Asturias, Cantabria, Cataluña y Andalucía.
Sembraron la avenida de anécdotas y sabores. Por eso aún sobreviven en los
menúes de cafés y restoranes el chocolate con churros, las natillas, la cazuela
de mariscos y el puchero. Afrontan con dignidad la competencia de los locales
de comida rápida y sándwiches al paso y el aluvión de negocios de comida china
vendida al peso a muy bajo costo. “Mirá, acá podés comer sano y rico y no te
cuesta más que $ 5.99 los 100 gramos”, comenta una señora elegante a un joven
de inmenso tamaño en la vidriera de un comedero chino. “Esta es comida de
pájaro. Yo como otra cosa”, contesta él, señalando los carteles que en la
vereda opuesta ofrecen paella y variedad de mariscos.
Dejó atrás el
Castelar mientras trato de recuperar el ritmo siguiendo el consejo de una amiga
que pontifica que en las caminatas uno nunca debe detenerse. A lo sumo cambiar
de vereda si el semáforo no está en verde para que el ejercicio sea constante.
Pero la señal peatonal está a mi favor y corro gran parte de la avenida, emulando
lo que a esta hora hace el Burrito Martínez allá en Núñez. Sin embargo, no
tengo suerte y el aliento (y la luz a favor) no me alcanzan para atravesar los
140 metros que tiene la calle a esa altura. Me toca permanecer unos cuantos
minutos contemplando las líneas de colectivos que circulan por el Metrobús, un
paisaje de las Cataratas que oculta un obrador hacia el Norte, y el estilizado
monumento al Quijote, que eterniza el romance entre argentinos y españoles.
En la cuadra
siguiente la hispanidad encuentra otro de sus grandes hitos: el teatro Avenida,
inaugurado en 1908 por la compañía de María Guerrero con el estreno de “El
castigo sin venganza” de Lope de Vega. El espacio que frecuentaron la mayoría
de las compañías españolas surgió en un momento en que el género teatral tenía
su auge en la ciudad. En poco más de una década abrieron el Teatro Mayo (en el
cruce con Lima), el de la Comedia (sobre Carlos Pellegrini), el Victoria (en
Yrigoyen y San José) y el Rivadavia (hoy Liceo) que aún funciona en el cruce
con Paraná para cobijar la obra de Juan José Campanella.
La impronta hispana
del Avenida llegó a ser tan grande que
los diarios de la época registraron que el 23 de mayo de 1910 la Asociación
Patriótica Española organizó, con motivo de las fiestas del centenario de la
Revolución de Mayo, una velada musical en la que estuvo presente la infanta
Isabel de Borbón. El programa incluyó la representación de “la verbena de la
Paloma” interpretada por Florencio Parravicini y los hermanos Podestá, entre
otros. Suele contar un amigo, apasionado de la lírica y entusiasta de la
zarzuela que por el Avenida desfilaron las grandes compañías y los mejores
artistas del género y de la canción española y que Miguel de Molina y Lolita
Torres jugaron de locales en su escenario. Pero la historia va más allá porque
fue aquí donde Federico vio el estreno de “Bodas de Sangre” y tras su regreso a
España llegaron “Mariana Pineda” y “La zapatera prodigiosa” por la misma Lola
Membrives y “La casa de Bernarda Alba” por la compañía de Margarita Xirgú.
.Después, según las
modas, la zarzuela alternó en el teatro con la ópera y las comedias musicales.
De hecho cuentan que cuando un incendio destruyó las instalaciones en 1979 la
marquesina anunciaba el musical “El diluvio que viene”. Desde entonces la sala
permaneció cerrada casi 10 años hasta que un grupo de españoles y argentinos
decidió rescatarla. Se reinauguró en 1994 con el concierto del tenor español
(¿cómo iba a ser de otra manera?) Plácido Domingo.
Hoy el Avenida es la
sede donde juega de local Juventus Lyrica, una asociación civil creada para
difundir la ópera en Buenos Aires. En su comisión directiva figuran un ex
Ministro de Defensa alfonsinista: Horacio Jaunarena; un ex funcionario del área
y socio del Club del Progreso, José María Lladós y de un hábil operador
político y funcionario del gobierno de Jorge Rafael Videla, Ricardo Yofré. Desde 1999 la “Juventus” presenta un programa
de óperas clásica y otras más modernas que suelen convocar a buena parte de los
melómanos porteños. Este año la compañía ofreció puestas de “Nabuco”, “Aída” y
“la Boheme” y para el próximo, en el que cumplirá 15 años, anuncia “Medea”,
“Rigoletto” y “Los cuentos de Hoffman”. “En algún punto creo que el Colón está
demasiado experimental y uno quiere volver a los clásicos. Necesitás que los
nietos vean a Verdi”, justifica Luis, un abogado de Congreso que llegó a
interesarse por la cartelera para el final del año.
Mientras Teo
Gutiérrez con la camiseta roja y blanca intenta llegar, pero queda lejos del
arco de Agustín Orión, llego hacia el final del trayecto que me he plateado: la
Plaza de Mayo. Sin embargo, la última cuadra de la avenida está tomada por otra
gran fiesta de la inmigración: el ciclo Buenos Aires celebra que hoy homenajea
a la colectividad italiana. En 100 metros se acumulan puestos embanderados con
estandartes y escudos de las distintas regiones de Italia: Sicilia, Terranova,
el Firuli, Calabria, Piamonte, Bacilicata. Desde algunas de ellas llegaron a la
Argentina unas 6 millones de personas entre 1814 y 1970. Sus descendientes hoy
atienden los quioscos en los que venden artesanías, promocionan cursos de
italiano y tientan a los visitantes con salames, quesos saborizados y una gran
variedad de dulces. “No soy italiano sino hijo de padres llegados de
Basilicata. Quise estar para dar testimonio acá en la Argentina de las
tradiciones de la tierra de mis padres que los recibió tan bien”, cuenta un
hombre que ofrece a los paseantes una delicia que disfrutaron sus ancestros:
pita, una especie de pan con aceitunas o salchichas asadas. Pienso de nuevo la
trasmisión de costumbres y ritos, de fe y de sabores, de padres a hijos, como
al comienzo del recorrido. Pienso en mis
hijos fanáticos por igual del keppe árabe y las pastas italianas. De nuevo, una
fiesta que rememora los orígenes, queden a unos miles de kilómetros, en Lima, o
del otro lado del Atlántico, en alguna de las regiones italianas.
El cierre del festejo
italiano se da, como era de esperarse a toda ópera. En un escenario embanderado
de amarillo, los colores de la gestión macrista, ubicado en diagonal al
Cabildo, el Coral Metropolitano de la Asociación Calabresa interpreta un
homenaje a Giuseppe Verdi, en el mes en el que se celebra el bicentenario de su
nacimiento. Acomodados en sillas de plástico, acodados en las barandas que
protegen el comienzo de la Avenida de Mayo o sentados en e cordón de la vereda
viejos y jóvenes escuchan las arias más famosas de “Nabuco”, “Aída”,
“Rigoletto” y el gran final de “Libiamo”, el brindis de La Traviata, en el que
el tenor y la soprano se sacan chispas. Una madre y su hija bailan tomadas de
la mano. Un matrimonio mayor escucha extasiado, las manos juntas, los ojos
empañados de lágrimas. Me gustaría compartir ese momento con ellos.
Preguntarles de dónde vienen, qué recuerdan, dónde escucharon esa aria por
primera vez. Pero no quiero interrumpir un momento sublime.
Encuentro en los
últimos acordes de Verdi el final adecuado para mi paseo y vuelvo a casa, mientras los italianos desarman sus
puestos, y los bomberos voluntarios de la Boca que han traído autobombas de
distintas épocas para desfilar en la fiesta, se van tocando bocina y vivando a
Boca, el equipo de sus amores. Recibo un mensaje de mi familia que me reclama
para festejar. Parece ser que el árbitro Delfino le puso final al superclásico.
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