Era una época de
desesperanza y abulia en la cual florecieron los pastores electrónicos y los
falsos gurúes que prometían todo a cambio de nada. Por entonces ningún Papa
argentino revolucionaba los templos y atraía a propios y ajenos en torno del
altar. Por eso los curas se esmeraban por encontrar un estímulo para las almas
piadosas.
Entre los más tenaces estaba el
padre Osvaldo, un espíritu noble, deseoso de atraer ovejas al rebaño del Señor
a cualquier costo. Por eso fue el primero en organizar campeonatos de fútbol
para los niños de la barriada desangelada donde quedaba su capilla. También
cocinaba locros para las fiestas parroquiales donde corría el vino en damajuana
y había competencias para toda la familia.
Pero indefectiblemente, a la hora de
la misa sólo llegaban las beatas de siempre. Esas que se sabían de memoria el
oficio religioso y lo corregían si se salteaban una sola de las letanías. Y no
es que Osvaldo las despreciase. Esas buenas señoras eran las que lo mimaban. Le
acercaban una bufanda tejida por sus manos, una botella de colonia, un budín
casero y se ocupaban de renovar los manteles y los ornamentos de la iglesia
toda vez que resultaban deslucidos. Pero en su simplicidad de cura de barrio,
el hombre intuía que su misión estaba en atraer a las masas, en sumar más y más
fieles al mensaje de Cristo.
Así que no dudó en comenzar una
investigación para descubrir los secretos del éxito de las iglesias evangélicas
de la barriada. Primero fueron los monaguillos y después algunas de las beatas
más avispadas que trajeron noticias sobre ceremonias con cantos, túnicas
coloridas e imposiciones de manos. Pero al cura no se le daba fácilmente el don
del canto y el baile así que desistió de esas artimañas.
Hasta que un obispo amigo le contó
que en algún lugar de Villa Devoto había un santuario dedicado a La
Desatanudos, una invocación de la Virgen muy en boga. Esta vez Osvaldo no
recurrió a enviados especiales sino que se apersonó él mismo en el templo del
Barrio de Agronomía donde se veneraba una imagen de María rodeada de ángeles en
el acto de desatar cintas que representan los problemas humanos.
La recorrida dejó al cura totalmente
satisfecho. El santuario estaba abarrotado de gente que se afanaba en colocar
sus ofrendas y participar de las celebraciones para que la Virgen la ayudase a
desanudar la trama de sus vidas. Un sacristán eufórico le contó que los días 8 de
cada mes, más de 40 mil almas hacían cola ante el cuadro que mostraba a la
Virgen Desatanudos. Tanto es así que no daban abasto con las estampitas y las
medallas y el arzobispado gestionaba la concesión de un predio para construir
un templo de mayores dimensiones.
El cura no lo dudó. Aquella imagen
mariana era la que necesitaba para posicionar su iglesia y atraer más fieles.
Así que mandó traer un cuadro de Alemania y destinó el altar mayor para venerar
a la Desatanudos. No le importó mudar el santo patrono de la comunidad a un
lugar menos destacado. Ni bien se corrió el rumor en el barrio, empezaron a
llegar hombres y mujeres desesperanzados con sus matrimonios y con sus vidas.
Tenían las más diversas edades y en su mayoría eran protagonistas de historias
de amor desgarradoras en las que había celos, engaños, violencia o el más
profundo desamor.
Venían confiados en que la
virgencita iba a enderezar sus vidas. Encendían velas, rezaban de rodillas y
suplicaban por estampitas. Osvaldo tuvo que pedir un refuerzo para las
confesiones y desdoblar las misas del domingo en la mañana. Viendo la multitud
que hacía cola para rezar empezó a sentir que su misión pastoral estaba
cumplida.
Pero pasados unos años el fervor por
la Virgen de las cintas comenzó a decaer y los pasillos del templo de
despoblaron. Una de las beatas que llevaba años esperando la jubilación le
contó al cura que en la santería le habían vendido una estampita de San
Expedito, el patrono de las causas urgentes, con la promesa de que el santito
resultaba infalible para obtener una respuesta instantánea. Al cura volvió a
tentarlo un santo que diese respuestas inmediatas como si se encontrase siempre
on line y le pareció que era un patrono digno de los tiempos de la Internet y
las redes.
Así que trasladó a la Virgen de los
nudos a un altar del fondo del templo y consiguió una imagen de aquel
legionario romano martirizado por el emperador Diocleciano por profesar la fe
en Jesucristo. Para apoyar su cruzada de reclutamiento de fieles, Osvaldo mandó
crear un sitio web difundiendo el culto de San Expedito y colocó pasacalles por
todo el barrio convocando a las misas por las causas urgentes de los días 19.
Y otra vez volvieron las colas y los
carteles en los colectivos indicando que pasaban por la iglesia de Osvaldo. El
cura se felicitaba a si mismo y paladeaba los elogios que recibiría del obispo.
A veces fantaseaba con los calurosos aplausos que recibiría en la Vida Eterna
por el tesón en mantener y hacer crecer el rebaño que le había sido confiado.
Pero entonces empezaron a sucederse
los episodios extraños. Una imagen que se precipitó desde el altar e hizo
añicos un vitreaux, una novia que cayó enredada en su propia cola, un
monaguillo que enmudeció de pronto, poco antes de interpretar el Gloria.
Casualidades o productos de la fatalidad que hicieron persignarse a las beatas
y redoblar su entusiasmo en el rezo del Rosario. Alguien echó a rodar el rumor
de que aquellos acontecimientos desgraciados eran la venganza de la Desatanudos
que se sentía desplazada.
Cuando la historia llegó a los oídos
del cura él dedicó una homilia completa a negar los infundios y desmentir que
las Vírgenes se dedicasen a intervenir en los asuntos de los hombres por
despecho. Pero no todos le creyeron - máxime cuando, lejos de disminuir - las
desgracias se multiplicaron. Un ministro de la Eucaristía rodó con el caliz
repleto de hostias y su carga redonda y blanca se dispersó por todo el templo.
Una epidemia de varicela dejó al cura sin acólitos durante varias semanas.
Una tarde una comisión de fieles se
apersonó en la sacristía para pedirle al padre Osvaldo un desagravio para la
Desatanudos. Todos confiaban en San Expedito pero pensaban que aquel cambio
había ofendido a la Virgen. Pero él se mostró inflexible y se negó a mover al
santito de su sitial de honor.
Aquella madrugada la pasó el cura
acarrenado baldes de agua y ayudando a los bomberos a apagar un incendio que se
desató en el altar mayor del templo y se extendió inmediatamente por los
bancos, los altares y confesionarios de roble y las imágenes del Via Crucis
talladas en madera. Los peritos aseguraron que el siniestro comenzó por la
caída de una vela y recomendó adquirir una de las modernas máquinas de luces
simulando candelas que se encendían colocando monedas, pero el sacristán
aseguró que aquello era un castigo divino.
Al día siguiente, mientras caminaba
entre las ruinas con las beatas que lo ayudaban a limpiar, Osvaldo encontró el
cuadro de la Virgen de las cintas. Le sorprendió ver que nada le había pasado.
Una de las mujeres se arrodilló gritando que aquello era un milagro. El cura lo
negó pero decidió que cuando lograse reconstruir la iglesia, devolvería a la
Desatanudos su lugar de honor.
Buen relato pero...¿Qué tal si Osvaldo intentaba descubrir a DIOS dentro suyo? Ese fue su error, ha perdido a los feligreses por no dar la misa con la consciencia de que él era la voz de DIOS. No soy de ir a misa, pero nunca falté al SÁBADO DE GLORIA, me gustaba el rito. Un día fui a una iglesia que me quedaba cerca. Era tanta la frialdad del sacerdote que le dije a mi marido al oído "Con las pocas ganas que le pone este cura, a la liturgia, creo que el Espíritu Santo se fue, yo me voy también" Nos persignamos, tal como corresponde y nos fuimos, nunca más volví a misa. Eva, me gustó tu narrativa pero, amiga, habría que avisarle a Osvaldo que ya que ni él cree en los santos (los utiliza que no es lo mismo), sería conveniente que tome clases de canto y baile ¿No te parece?
ResponderEliminarClaro que sí, Myriam pero no a todos les fue dado el carisma de atraer a las ovejas. Y muchos recurren a artilugios rayanos con el marketing. Por suerte, ahora está Francisco y eso ya empezó a verse en los templos.
ResponderEliminarClaro que sí, Myriam! sucede que atodos los pastores no le sfue otorgado el carisma para atraer a las ovejas y recurren a los más diversos artilugios, algunos rayanos con el marketing. Por suerte, ahora está Francisco y su presencia ya empezó a notarse ne los templos.
ResponderEliminarUn buen relato acerca de lo rápido que se "acomodan" los hombres... y de lo fácil que se ofenden las mujeres... Supongo que también es válido verlo así. En todo caso me gustó. Saludos, Eva.
ResponderEliminarAbsolutamente cierto, Malkiel. Antes y después de " La ajorca de oro" de Bécquer las mujeres y eso también vale para las vírgenes somos caprichosas y vengativas. Un abrazo!
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