Portada: Monumento 11-M
(cortesía José Luís Ayuso)
(cortesía José Luís Ayuso)
V
« A veces pienso que es imposible predicar después del Imam Chafie[1]». Expresión de un pesimismo lapidario del f’quih[2] Layachi.
— Los eruditos tienen raramente el talento de sus discípulos.
— ¿Qué quieres decir? Que Yussef era discípulo de f’quih Layachi quien conoce la historia de esta mujer, la de su hijo y la del marido.
— Probablemente pero discípulo...francamente no lo creo. Todo el mundo aquí sabe que Yussef se fue a buscar las ideas en otros derroteros.
[1] Ilustre Imam musulmán para quien “el que insiste en su criterio comete una injusticia y el que impone su criterio, blasfema”.
[2] Docto en jurisprudencia islámica que suele saber el Corán de memoria.
— Mira. Nosotros somos así. Cuando hay alguien como Yussef lo consideramos como excepción y cuando comete alguna barbaridad como él, nos ponemos a gritar de que son ideas importadas ¿Por qué no miras a tu alrededor? Que esto parece Kandahar. Si desde aquí exportamos ideologías a Afganistán a Irak y al quinto coño.
— Quería decir que…
— No. f’quih Layachi es otra cosa. No tiene nada que ver con las esferas nebulosas y Yussef, que Dios le perdone...
— ¿Por encima, que Dios le perdone?
— Si. Que Dios le perdone porque un buen musulmán nunca debe olvidar aquello de que « citad a vuestros muertos de manera digna ». Dios es el único que juzga.
— ¡Ah si!
— …Aunque sé que era... que Dios le perdone, más cáustico que jovial. Exactamente lo contrario de f’quih Layachi.
— Escrupuloso respeto de una tradición de simpatía hacia la mitificación en una sociedad, en la que, sin ser matriarcal, los padres nunca crecen, dejando que sus esposas e incluso hijos encargarse de lo más duro y en la que el autoritarismo y la autosugestión masculina son géneros nobles.
— Inconsolable, F’quih Layachi, que solía hablar siempre en presente, no ignoraba que sus sermones atraían más elogios que adeptos. Pero a él no le importaba ser una pequeña isla de clarividencia en un océano de integrismo. « A quien guía Dios en el buen camino nadie podrá desencaminar »[1]repetía, sin dejar de pasar las bolitas de su legendario rosario en torno al cual mil leyendas se han tejido. Sabía también que su religiosidad tórrida era de motivo de discusión lo que le proporcionaba cierta inmunidad aunque no pocos sentían una fuerte tentación de preguntarse si alguna promesa lúbrica pudo algún día resquebrajar la tenaz resistencia moral de este controvertido santo.
— La honestidad, predicaba, es relativa.
— ¿Cómo va a ser relativa?
— Porque los que se inmolan matando a inocentes no son honestos o por lo menos erróneamente honestos aunque ellos mueren creyendo lo contrario.
Su moderación y su valentía de llamar al pan, pan y a las cosas lo que son[2]le ha valido el peyorativo apodo de « El f’quih americano » lo que, lejos de causarle un disgusto, consolaba su vertiginosa apuesta de que « desgraciadamente, aquí, los auténticos valores del Islam se han jubilado ».
— Nos hemos confrontado a la modernidad decadente con convicciones destructoras.
— Los años no parecen tener el mismo peso en el reino de la tenebrosidad.
— La Jelaba[3] no hace el devoto.
— Personalmente no comprendo, f’quih, de dónde nos ha venido tan volátil ideología…
— Tienes razón porque es ideología. Otra cosa no es ni podría ser. Pura ideología. Una mezcla centesimal de ideología y demagogia.
Para su desgracia, f’quih Layachi estaba dotado de la razón. Sus singulares análisis de lo que estaba pasando en F’nideq y en parte del mundo musulmán le valieron más de una tristeza.
A veces, cuando no convencía, presentaba la imagen de un condenado a pocos minutos de su ejecución... de quien haya traicionado su adhesión tribal. « Que Dios les perdone...».
— La verdad es que soy incapaz de catalogar a este hombre.
— ¡Admirable!
— ... y al mismo tiempo desconcertante. Tienes que verlo con su larga barba, su chilaba, su taquía y sus babuchas[4]exaltando lo que él llama la dictadura de la belleza.
- ¡No me digas!
Cuando no habla de religión f’quih Layachi parece tener 20 años menos. «A mis hijas siempre aconsejo pensarlo dos veces antes de casarse con un hombre con quien no le gustaría ser su ex esposa » haraganeaba cuando le preguntaban sobre su, celosamente cultivado, jardín familiar. « Inútil de precisar que soy y me moriré un buen musulmán » se precipitaba a puntualizar que hablaba donde los rencores son tan sólidos como su convicción en Dios y donde la inmensa mayoría de sus congéneres son atrozmente tradicionales.
Iconoclasta sin exceso o sólo en lo que consideraba intruso en la religión y de una curiosidad sin contornos, f’quih Layachi juraba que F’nideq no había existido lo suficiente como para tener una historia que contar. «Como si no teníamos lo suficiente con la exclusión, ahora nos meten la historia del terrorismo ».
— Desgraciadamente no es ninguna fantasía. Hay parte de la verdad.
— A mi me gustaría saber quién fue el listillo que nos identificó como terroristas o con vocación terrorista.
— Muchos. Entre ellos José Maria Aznar y su himno a la intolerancia.
— Y hablan de cultura de violencia, de...
De incomprendido pasó a ser confidencial. Toda una crónica de la osadía en medio de una avalancha de extremismo y oscuridad en la que perdió todo o casi todo su sentido. Pero él no se cansaba de denunciar a los que, prisioneros de una lógica perversa, trataban de imponer su inquisición. Su combate de memoria acabó por seducir a quien afirmaba que merecía de lejos sus mitos.
— Espero vivir para ver que nadie puede ni debe traicionar su origen, solía desear casi predicar y en su mirada fija hacia el cielo no había la menor duda de que Dios y sólo Él se lo podía realizar.
Sus irónicas muecas y sus enigmáticas sonrisas de otros tiempos, traducían su firme convicción de que, ni los que comprenden mal Al Jihad[5]ni los que, aprovechando su ignorancia y su situación precaria, les introducen en el error...mortal, llegarán a la antecámara de la gloria... póstuma.
— Hijos de este F’nideq que aprendieron a admirar, comenzaron, como todos, prudentes y acabaron contradictorios, acusaba triste, medio histórico, medio predicativo aquello de que « aquí pocas cosas…muy pocas se dicen expresamente ».
Una mirada, un gesto y un recuerdo. F’quih Layachi tenía su estilo, su método y sus convicciones que por nada del mundo quería pisotear.
Cuando hablaba de Yussef se limitaba a recordar que « de padre conocido por sus actividades ilícitas y venerado por una madre que...», declinando inteligentemente terminar la frase para no incurrir en la ultranza verbal, deporte favorito y vocación nacional de la mayoría de los analfabetos de la ciudad y del país, convertidos en referencias religiosas, gracias a su apoyo a las tesis violentas. « Esbozad a vuestros muertos de manera digna »[6]enlazaba rápidamente.
— En un F’nideq durante lustros excluido, el descubrimiento del fenómeno religioso se ha convertido en algo más que un reto.
— No se trata de F’nideq específicamente sino también del resto del país en donde nunca se conoció la exclusión ni el olvido.
— ¿Qué quieres decir?
— Pues...nada. Bueno… que, como dicen los nigerianos el Estado es inmensamente rico y el país incomprensiblemente pobre.
Falsos mendigos, traficantes y orgullosos de serlo y contrabandistas que hacían continuamente gala de sus relaciones con altos cargos...
Una tendencia exacerbada de la anecdótica configuración de un alter-mundialismo islamista nacido en Kandahar y propagado al resto del mundo.
« Hasta hace poco, estas cosas nos hacían reír porque aquí habían dos categorías de ciudadanos: los que piensan con la cabeza grande y los que piensan con la cabeza pequeña »[7]enfatizaba en un alarde de desafío al buen gusto, Bachir, el hijo mayor de F’quih Layachi, reconvertido al contrabando, después de enterrar sus tres años de agronomía en Valencia. Atascado entre un humor extravertido y el escalofrío intimista, en F’Nideq era una dirección obligada. Todo el mundo comentaba sus confirmadas cualidades de predicador de todos los instantes y sobre todo, para todos los humores. Sin ningún prejuicio estético, Bachir no desdeñaba litros de Whisky a buen precio sin dejar de desafiar con su atuendo afgano, eternamente limpio y planchado y su larga y cuidadosamente ordenada barba a los detractores de su padre. Lo admiraba y consideraba como « el único, en esta localidad que se niega a revelar su edad, que tiene una concepción clara y actualizada de los valores religiosos. No ocultaba su admiración por el Islam moderado que le enseñó « a comprender, cuando estaba perdido en España, el valor de la dulzura y de la vulnerabilidad ». Afirmaba con una intensidad emotiva que, contrariamente a muchos otros jóvenes de su generación y de su confesión, la religión le inculcó el arte de cavar más íntimamente en sí mismo « acusar no es ninguna terapia », respondía a los que, como los calificaba él, confundían entre contrabajo y contrabando y consejero y conserje. Pero la provocación inteligente y audaz no era la única cualidad de este noble e inspirado que decidió recurrir inversamente el camino « para esta gente no me sorprendería que reclamaran públicamente como bien saben hacerlo en este país el derecho de muslo[8]». Embadurnado con un aspecto fundamentalista y presumido por su impecable acento español, Bachir se sentía orgulloso de « ser un moro ».
[1] Corán.
[2] Por ser musulmán para quien las bebidas alcohólicas son proscritas, el refrán fue “remodelado”.
[3]Atuendo tradicional marroquí.
[4] Gorra y sandalias tradicionales.
[5] Guerra santa.
[7] Referencia en el léxico popular marroquí al pene.
[8] “Droit de cuissage”, derecho sobre todas las mujeres que se poseía en los siglos anteriores en Francia.
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