El mundo celebra el 21 de marzo el día de la Poesía
establecido así por la Unesco, Organización de las Naciones Unidas para la
Educación.
Que lo haya decidido ese máximo organismo que busca la
paz y la armonía de todas las naciones, es un reconocimiento a un oficio del
ser humano que hace al planeta más vivible.
Es una invitación a honrar ese don que la naturaleza
imprime en mujeres y hombres, niños, niñas, jóvenes y ancianos por medio de la
palabra hablada o escrita que exalta el humor, el amor, la naturaleza, la vida
o la muerte.
Al decir poesía saltan las neuronas, la lengua se
eriza de fonemas y cantos. De inmediato recordamos a Homero, el ciego de Quíos,
a Safo de Lesbos, a Virgilio, Horacio, Ovidio, Petrarca,
Dante, Cervantes, Jorge Manrique, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila,
Shakespeare, Goethe, Quevedo, Keats, Dickinson, Gabriela, Vallejo, Borges, Neruda,
Alejandra, Silva, García Márquez, Wislawa y millares más. La tierra y el
subsuelo están llenos de ellos. Unos andan junto a nosotros y otros ya danzan
en el polvo y en el éter, αἰθήρ, “el aire más puro de
las montañas”.
Cada país y provincias tienen sus luminarias que
hallan joyas entre las palabras. Las reúnen en versos, como subidas en un
trono, para que al oírlas sus conciudadanos se alegren por tener la noche
serena, el río que muge y besa las flores, porque alguien sabe de amores y
lágrimas y del poder que llevan consigo unas palabras tejidas con saliva, romero
y pimienta.
Que viva la poesía, mujer de piel de nácar o ébano,
maja y diva con veste o desnuda, con olor a lirio y jazmín, volcán Vesubio
cuando ama o turbión de tsunami cuando lucha por sus hijos. Que viva la poesía,
viento y huracán, cierzo y rocío, armiño y terciopelo, sueño y utopía. Que viva
la poesía, música y trueno, paz y guerra, noche con estrellas y mar extensa,
hada y hechicera, diosa, ángel, náyade de las aguas y Euterpe con flauta,
Eurídice capaz de regresar del infierno a estar con Orfeo y tañir la lira.
Sí. Alegrémonos de que haya un día para poner a la
poesía en el pedestal del mundo. Para gritar con ella la palabra Paz, para
flamear la bandera de la hermandad de los pueblos y de quienes estamos juntos
en una ciudad. Si amamos la palabra de color azul, de sabor a dátil, de vena
roja, con ojos de radar con alas y corazón de delfín que salta en el agua,
tendremos el secreto de fluir por caminos sin trampas, sin temer enemigos
ocultos o piedras que hieran el paso descalzo.
La poesía es sello de garantía de un ser que utiliza
la palabra para cardar y peinar, es el hilo que ayuda a Teseo a salir del
laberinto, es luz en la cueva y sal en la comida diaria. La poesía no es laberinto,
ni minotauro, ni cuerno que mata. Es risa que desbarata miedos y compuerta que
permite al agua desfogar su fuerza presa.
Oh, poesía: Vive para siempre. Duerme en nuestro
lecho, sé parte de la mesa, alcanza el carcaj para cazar el lobo que ronda y
muéstranos tu cara de rosa temprana en la desesperanza que asome en la
esquina.
20-03-13
11:30 a.m.
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