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jueves, 11 de abril de 2013

PALABRA DE CRACK, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina



¿Qué hacés, aca? ¡No puedo creer encontrarte y justo en esta parrilla de morondanga! Me habían dicho que estabas de parrillero acá en la Costanera pero yo nunca les creí. Se me hace raro verte acá, pibe, después de todas las emociones que nos diste. Lo tuyo siempre me resultó muy raro, ¿sabés? Como si hubiese sido parte de una confabulación para que los argentinos perdamos la alegría, perdamos la magia del fútbol.

            Todavía me acuerdo cuando empezaste a jugar. Fue en Rosario, ¿no? Los noticieros de televisión y los diarios hablaban de un pibe flaquito y petiso que movía la pelota como nadie. Te llamaban “La Pulga” y te corrían a sol y a sombra porque te tenían una fe enorme. ¿Me creés si te digo que tengo guardadas algunas de las notas que te hicieron en la revista del domingo? Ahí estás con tu familia sentados a la mesa, o el potrero gambeteando a los rivales, y festejando con los brazos en alto. Claro que a los noticieros les resultaba más complicado. Ellos querían declaraciones emotivas, buscaban un pibe de sonrisa inocente y mirada perdida diciendo como el Diego cuando era Cebollita  que soñaba jugar en Boca y en la Selección Nacional. 

            Pero a voz no te salían esas cosas. Te quedabas mudo ante el micrófono o contestabas con monosílabos y por más que repreguntasen no conseguían sacarte más que frases intrascendentes y naderías que hacían cabecear a los televidentes. Claro que siempre estaba tu papá a tu lado para contestar por vos y ponerle onda a tus paparruchadas.

            Sin embargo, tus pies pudieron más que las gansadas que decías. Al menos para los gallegos que vinieron a buscarte desesperados apostando a tu pasta de crack. Todavía eras un nene y encima con problemas de crecimiento. Ellos te pagaron los tratamientos, casa y comida para la familia y un contrato más que tentador. A cambio se llevaron tu entusiasmo juvenil, tu hambre de gol y un agradecimiento eterno. ¡Lástima que cada vez que te entrevistaba la Televisión española lo expresabas de la misma manera, simple y rudimentaria! Pero creo que ellos no se daban cuenta. Pensaban que en el Río de la Plata hablamos distinto, casi como indios, y que la magia hay que dejarla para la cancha.

            Cierto que no los defraudaste y les pagaste con goles todo lo que invirtieron en vos. Mantuviste al equipo en lo más alto de la tabla, a fuerza de trabajo, esfuerzo y una infrecuente suerte para esquivar lesiones. En unos pocos años, cansados de ganar campeonatos y dar la vuelta olímpica, los tipos te endiosaron y te jugaron amor eterno. Vos les devolviste el cariño, con gestos torpes y palabras anodinas.

            Y te llegó la Selección que asumiste con el mismo entusiasmo juvenil, idéntica magia de potrero. Doblegaste a grandes arqueros, le pintaste la cara a equipos de fuste y nosotros moríamos por vos. Comprábamos tus pósters, leíamos tu biografía, coleccionábamos tus figuritas y matábamos por usar las remeras que llevabas en la cancha. Daba lo mismo la celeste y blanca que la azul y roja de los catalanes.

            Ahí fue cuando los señores del marketing vieron que eras el más indicado para vendernos cualquier cosa. Para hacer que consumiésemos zapatos, yogures o una prepaga de salud. Y empezaron a meterte en montones de publicidades. Con la gráfica no había problema. En las fotos dabas canchero y pibe de barrio, así que te hacíamos caso sin dudarlo.

El problema llegó con la radio y la televisión. Vamos a ser sinceros, tenías menos carisma que un zapato y jamás te creímos que  te gustaba el yogur con frutas o te sentías bien cuidado por la empresa médica. Tu tono monocorde y tus gestos torpes causaban risa y las propagandas resultaron un fiasco.  Después de varios meses de testeos los publicistas descubrieron que la gente compraba menos los productos que promocionabas, ya que no les resultaban creíbles.

            Un análisis semejante hicieron los programadores de televisión. Aunque la gente te amaba, cambiaba de canal cuando los noticieros le dedicaban más de 30 segundos a tus declaraciones. Las conferencias de prensa en las que participabas no medían en absoluto y cuando intentaron armar programas especiales e “íntimos” con tus confesiones, lograban menos encendido que el canal Rural.

            Cierto que no era tu culpa. Vos hablabas con tus gambetas, con la eficacia de tus botines. Pero fuiste ídolo en la era de las comunicaciones, cuando cualquier pibe de la primaria tiene su propio canal de videos en Youtube. Además, caminabas tras los pasos del Diego, el maestro de las sentencias mordaces. Aún sin quererlo, todos esperábamos de vos una frase certera, una declaración que nos hiciese emocionarnos o soñar.

            Se fue dando de modo imperceptible. Primero se acabaron las publicidades. Al fin y al cabo, nadie podía creerte. Después el cambio llegó a la cancha, allá en España. No perdiste potencia en los tiros ni velocidad para alcanzar el arco rival, pero el técnico dejó de convocarte a las conferencias de prensa. Los diarios y los noticieros de televisión le daban más despliegue si los que participaban eran pibes más fogueados a la hora de hablar con los periodistas. Y como el fútbol no dejaba de ser un espectáculo, ante cualquier resfrío o dolor menor, prefería dejarte en el banco para poner a un tipo menos habilidoso, pero más ducho a la hora del festejo o de las dedicatorias de los goles.

            Y llegó un día que ni siquiera te pusieron en el banco.  Fue cuando el equipo fichó a un delantero con ínfulas de cantante de rock y otro que había salido con una actriz de moda. La gente quería verlos gambetear en la cancha, pero también escucharlos hablar de sus amores, sus odios después del partido. Y vos no podías darles más que paparruchadas.

            Con la falta de continuidad en España, dejaron de convocarte a la Selección nacional. Los medios que no te perdonaban la falta de carisma, empezaron a acusarte de quitarle el cuerpo a la situación y en las canchas te colgaron el mote de “pecho frío”.

            Después no supimos más nada. Dijeron que te habías retirado pero nadie pensó en hacerte un partido de despedida. Sin frases como la famosa “la pelota no se mancha”, el ocaso de un ídolo no parece un espectáculo digno.
            Me alegra encontrarte acá, y saber que estás bien. Un día, por ahí, los traigo a los pibes para que te conozcan. Eso sí, creeme que no te voy a hacer hablar. Palabra.

4 comentarios:

  1. Eva, Eva, Eva siempre tentándome !!
    Tus escritos son tan para la palabra narrada!

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  2. Un texto con una fuerte crítica social, así lo pienso pues, tal como podría sucederle a Messi, bien sabemos que esto ocurre a menudo con grandes figuras que alguna vez fueron ídolos y sufren la indiferencia. Muy bueno, Eva, y como dice Belu, la narrativa es tuya.

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  3. Gracias a ambas. Belén, sabés que mis textos necesitan una voz. Son tuyos para lo que quieras. Un abrazo enorme!!

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  4. Gracias, chicas. Belén, sabés que mis textos necesitan una voz. Son tuyos para lo que quieras. Un abrazo a ambas...

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