Portada: Monumento 11-M (cortesía José Luís Ayuso)
IV
Nunca había escuchado hablar, ni de los tres besos de Napoleón a Josefina[1], ni de los tres tes sahrauíes[2], sin embargo adoraba contarlos. Lo hacía con entusiasmo y un regocijo infantil. «...dulce como la muerte...», lo solía repetir más de una vez, a menudo con un tono decreciente debido a su prematura decrepitud y a la ausencia de todo signo de impacto o de crédito observados en los rostros de los que la escuchaban.
Muy Malika no se cansaba de las humillaciones gratuitas. Era su manera de alimentar la inercia y de tratar infructuosamente de encontrar argumentos donde no los podía hallar. Difícil cláusula de conciencia en un océano de esquizofrenia para quien, según propios y extraños, nunca tuvo ni necesitó conciencia.
Muchos se preguntaban dónde aprendió tanto.
— Excesivo para una curandera.
— Yo diría incluso enigmático para una mendiga.
— Yo no sé si esta mujer es curandera, pero lo cierto es que su clarividencia no deja indiferente a nadie.
— Es curandera y su historia es conocida.
— Querrás decir su tragedia. Sí. Todos la conocemos. Su historia no tanto.
A medio camino entre sus barrios, natal en Sebta y de adopción en Tetuán, Muy Malika vivía en F’nideq lo que calificaba con su habitual y decapante humor, de abstinencia.
Contrariamente a otros, presumía de ser ignorante y rechazaba los honores y los privilegios.
— No es ignorante.
— Ah, eso no. ¡Ni hablar! Lo finge pero mal…muy mal.
— A lo mejor fue ella quien inculcó tanto horror a nuestros hijos.
— No. Tampoco.
— Pero ¿De dónde trajo esta mujer tanto tacto y tanta sutileza?
A veces... en lapsos de tiempo, entre dos contorsiones de hombros, después de una leve y apagada sonrisa, casi alucinando y con mil y un rodeos admite «que es difícil comprender las fuerzas del destino». Pero volvía inmediatamente con diferentes muecas y con voz agrietada a masticar su ya folklórico «ni mitos ni leyendas, sólo apostatas» lo que desataba las lenguas....pero como de costumbre, en voz baja...casi decomisando el pretexto.
Sabía pero nunca se cansaba de repetir que es imposible apagar la condena de unos ni saciar las impaciencias de otros. «A nadie le interesa exorcizar las mil formas del mal». La culpa la tiene siempre el otro.
Desesperado esfuerzo para desembalsar, según su versión de los hechos, la devastación física y psíquica sufrida por muchos inocentes «y los perjuicios morales y materiales propios sin posible reparación».
Lindaba juiciosamente con sueño y realidad pero siempre encontraba el tono justo o disfrazado. Una irreverencia hacia la lógica y la razón.
¿Delito de opinión o libertad de expresión? «Te lo digo yo: este país es una mierda».
Su tono atento y el derecho de reserva, con cada vez más desenvoltura y perspicacia, indicaban que ahora comenzaba a tener la impresión de que su vida no tiene un precio porque, entre muchas otras paradojas, «las justicias, en plural, nunca reconocerán mi inocencia».
Desde su rincón en la pequeña habitación, con un vago resabio de orina y de sudor, Muy Malika reflexionaba sobre la arrogancia de las instituciones del país, cuyo corporativismo anecdótico ha hecho accesible todo lenguaje extremista, fracturando una sociedad herida mortalmente por las carencias morales y el desarraigo frágil y permeable. Sin que lo dijeran los sondeos, afirmaba y reafirmaba que el dinero es sinónimo de seguridad, de placer, de felicidad, de éxito y hasta de libertad. « Sino que me lo pregunten a mi que he conocido las dos caras de la moneda».
— ¿Conoces a la mujer del velo rojo?
— Pues... no
— Es toda una historia.
— ¿Y qué está haciendo en la puerta de esta mezquita?
— Pues dice que tiene un poder extra-natural para curar
— ...Y
— Su ex marido, un conocido «narco» es actualmente uno de los más ricos de Costa del Sol.
— ¿Es español?
— Sí, pero también marroquí. Él es de todo... de todo, menos...
Todas las narraciones tenían lagunas. Terminaban cuando a penas comenzaban y ninguna relataba fehacientemente lo que realmente había ocurrido. Todo el mundo tenía un nudo en la garganta pero quedaba siempre en el aire la sensación de que, donde estaba antes Muy Malika no era precisamente un lugar de inhumanidad. El tiempo y las circunstancias lo transformaron en un retrovisor en el que sólo se contempla lo de atrás que parece menos grosero y más cierto que el que vendrá.
Se hablaba trascendiendo del tiempo y del espacio. Se barajaban hipótesis a través de ficciones. Se confundían heces y espumas y se desplegaba mecánica y expresamente la misión de distraer sin ir hasta preguntarse si es realmente justo morir por una idea o un ideal.
En F’nideq, a pesar de su humilde condición y su abstracta imagen social, Muy Malika no dejaba indiferente a nadie pero nadie necesitaba al Dr. Freud. Gritos distintos pero no muy distantes. Gritos como metáforas, como un desafío... como una derrota....como un rugido… como balas.
«Los hombres son, necesariamente locos, que sería una locura no enloquecerse», afirmaba.
Como solía decir Muy Malika en sus raros momentos de humor «en F’nideq todos somos millonarios frustrados o desperdiciados».
— Pero si tú no eres de aquí.
— Nadie es de aquí. Todos han venido. Se viene siempre. Se viene y se va cuando, rozando la fortuna fácil, no se obtiene nada[1].
Expresiones inauditas. Ideas peregrinas. Un ejercicio voluntario pero legítimo con perfume de alucinación.
— A veces no la comprendemos.
— Es que... es como si mandara mensajes en botellas arrojadas al mar.
¿Ultrajante o revelador?
Como siempre nadie responderá. En F’nideq muy pocos respondían o tenían derecho (o osadía) de responder. La aritmética impetuosa y extravagante: el origen de las fortunas del más del 99% de los acomodados de la localidad, es inexplicable y deliberadamente desconocido.
— Antes se llamaba Castillejos.
— Pero dicen que era diferente.
Entre montañas de productos de contrabando, las barbas enmarañadas, «dichdachas» [2] de todo color y conversaciones codificadas y en voz alta, los aparentemente militantes de la fe, parecían a mil leguas de la luz predicada.
Allí todo era de contrabando…todo, hasta las ideas, las opciones y concepciones. Toda una trasgresión. Impermeable a la tolerancia, la mayoría de la gente se saltaba todos los semáforos de las leyes y sus sonrisas enérgicas y a veces afables las conservaban exclusivamente a las otras mentes bloqueadas. Muchos reconocen que no han elegido esta vida pero la consumen.
Allí todo debía rimar con lo abstracto...lo incongruente lo absurdo...lo…
Convicciones virtuales.
Allí se puede comprar de todo: desde mensajes de Usama Ben Laden o Aiman Duahri [3] gravados de Al Jazira o Al Arabia [4] hasta compactos y cintas de « La Traviata » de Verdi pirateados de emisiones de otros canales de televisión que proliferan en las incontables pantallas de los vendedores de aparatos electrodomésticos.
Como a menudo, desde que se instaló en aquél rincón, Muy Malika recibía, sin emoción excesiva, todo lo que necesitaba sin saber ni preguntar su procedencia.
— A veces me pregunto a quién debo agradecer, repetía hasta el escándalo cuando se sentía furiosamente luminosa.
— Pues... que más da. A los que debes agradecer no les gustaría que se supiera que...
— Ya sé lo que quieres decir.
Inocente pero odiada y odiosa, Muy Malika no podía ignorar que la utopía es lo propio de los visionarios. Ella no pretendía contemplar el futuro sino el pasado con su fuerte dosis de incertidumbres y la mezcla de sus ebriedades casi siempre inexplicable.
Inquisidora pero tolerada y tolerante, Muy Malika nunca logró descifrar la dimensión épica de una vida dilapidada, como el resto de las mujeres de su generación, entre la servidumbre conyugal y un insondable amor hacia lo propio. Ella aceptaba sus errores pero no los asumía invariablemente. Contumaz cuando se trataba de los que creían en ella sin preguntar, prefería no esbozar nunca el nombre de su marido ni el recuerdo de quién era o pudiera ser.
— Lleno de audacia y de vitalidad, comentaba sin precisar a quién se refería.
Tampoco se pronunciaba sobre la misteriosa relación que algunos afirmaban mantener aún con él.
Un apetito sin fronteras a embarullar los síntomas de la decadencia moral pero una curiosidad sana de no reprochar nada al destino.
— A veces comienzo a creer que esta mujer está en ruptura con la moral religiosa existente.
— ¡Hombre! Ni tanto ni tan calvo. Pero... ¿Qué te lo hace pensar?
— Bueno, la verdad es que, o bien es una falsa pregunta o bien una pregunta mal planteada.
— Lo siento. No era mi intención. Bueno...la verdad es que sé lo que piensas por su «prefiero mil veces allí en guerra que aquí en paz» pues...
— Exactamente.
...Pues todos los que, por una u otra causa, se encuentran en un aprieto como el suyo, lo dicen. Es algo que en este país se ha convertido en, cómo diría yo...en una exclamación de desamparo.
[1] Referencia a la primera actividad de la ciudad: el contrabando de la vecina Sebta.
[2] Larga tónica casi siempre blanca típicamente egipcia o saudita.
[3]- Nº 1 y 2 de la organización Al Qaeda.
[4]- Canales de televisión árabes.
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