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martes, 9 de abril de 2013

SOBRE LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España

Y así, según mi opinión, la juventud, en las escuelas, se vuelve tonta de remate por no ver ni oír en las aulas nada de lo que realmente es la vida.
Petronio, El satiricón.

Nuestra voluntad nos hace las costumbres, por nosotros mismos somos buenos o malos.
Juan de Zabaleta, Día de fiesta por la mañana y por la tarde.

Hace algún tiempo me pareció interesante el viejo problema, ya planteado por Sócrates, de si la virtud, en el sentido griego del término, se hereda, o si cada uno de nosotros tenemos que conquistar nuestra propia e intransferible areté. Siempre, en esta discusión, me he decantado por el eclecticismo: es muy probable que de un padre virtuoso salga un hijo de las mismas características; pero de muy poco le valdrá esa herencia si no la trabaja, la desarrolla y la potencia. Y eso sin duda comienza a realizarse a través la educación. Entendamos, antes que nada, y en un primer momento, que una persona virtuosa es aquella que cumple con su trabajo y sus cometidos de una forma impecable. Sea este el que fuere.
No dejaba de llamarme la atención, ante las discusiones de Sócrates, que el problema se planteara en estos términos, los de la herencia de padres a hijos, y que no se hiciera al revés, de hijos a padres. A lo largo de mi vida de profesor he conocido a muchos hijos que me han dejado perplejo cuando me he enfrentado con sus progenitores: no sólo estos hijos no han heredado de sus mayores lo que estos no tenían, sino que lo que tenían, lo contrario a la areté, lo han expulsado de sus almas y de sus mentes. ¿Cómo lo han hecho? No lo sé. Lo ignoro.
Está claro que el medio influye o puede influir en la educación de una persona; pero parece ser que nunca es determinante. A este respecto también me llevé una enorme sorpresa al leer las grandes novelas del Naturalismo: Zola fue, a parte de un excelente novelista, lo suficientemente inteligente como para no creerse la teoría sobre el determinismo. Es esta una visión un tanto reduccionista que, como se sabe, utilizó Zola a fin de “explicar” sus novelas. Y que fue, creo, pura propaganda; un reclamo para vender sus obras. Me parece que la única que se creyó los incompletos planteamientos del determinismo fue doña Emilia Pardo Bazán. Zola, como el excelente novelista que era, a la hora de crear a sus personajes tuvo en cuenta muchísimas cosas más. También las hay en la educación.
Ignoro si en las bibliotecas de Zola y de doña Emilia, suponiendo que se conserven, están las obras de Plutarco. Hay en la obra de este último un breve ensayo, Sobre la educación de los hijos, donde cuenta una anécdota muy esclarecedora sobre la importancia del linaje. Licurgo, legislador de los lacedemonios, les dijo a estos que para la adquisición de la virtud tienen una gran influencia las costumbres, la educación, la enseñanza y la conducta en la vida.[1] Y a fin de ilustrarlo cuenta Plutarco que Licurgo crió a dos cachorros, hijos de los mismos padres. De uno de los perros hizo un animal goloso y voraz, mientras que del otro logró un animal capaz de rastrear y cazar diversas piezas. Después, estando en una asamblea, Licurgo puso frente a los cachorros una fuente con carne y una liebre, y los soltó. El goloso se fue directamente a la fuente de carne en tanto que el otro se dedicó a perseguir a la liebre. Estos dos cachorros son de los mismos padres, pero habiendo recibido una educación diferente, el uno salió un goloso y el otro un cazador[2] -les explicó a los lacedemonios-. No es suficiente, pues, el linaje, la herencia. Así lo demostró Licurgo hace ya varios siglos.
No obstante, Plutarco no desdeña, ni mucho menos, esa herencia; pero hace falta algo más para llegar a la verdadera areté: Para decirlo en líneas generales: lo que se suele decir acerca de las artes y de las ciencias, lo mismo se ha de decir de la virtud: para producir una actuación completamente justa es necesario que concurran tres cosas: naturaleza, razón y costumbre.[3]
Plutarco llama razón a la instrucción, y costumbre a la práctica. Y añade: Pues la naturaleza sin instrucción es ciega.[4] El problema que se planteará a partir de este momento es si la instrucción es capaz de variar la naturaleza, de generar virtud donde no la hay. El razonamiento no puede ser más claro y transparente: Una tierra es buena por naturaleza, pero si se la abandona, se vuelve estéril, y cuanto mejor es por naturaleza, tanto más se pierde por abandono, al ser descuidada. En cambio, un terreno estéril y más áspero de lo necesario, si se cultiva produce al punto excelentes frutos.[5]
Y aquí Plutarco nos pone en bandeja la pregunta: ¿qué tipo de frutos le vamos a exigir a la tierra? O dicho de otra forma, ¿a todo terreno le vamos a exigir la misma producción? En un primer momento, en los albores de nuestra civilización, parece que así era: a la paideia, a la educación, se le exigía que diera buenos ciudadanos, potenciando el conocimiento que tenemos todos de la justicia y de la razón, gracias a Zeus: en un principio los hombres ya intentaban reunirse y ponerse a salvo con la fundación de ciudades. Pero, cuando se reunían se atacaban unos a otros, al no poseer la ciencia política; de modo que de nuevo se dispersaban y perecían.[6] Algo había que hacer, pues, por los hombres a fin de que pudieran vivir en sociedad sin atacarse ni matarse. Y fue así como Zeus ordenó a Hermes que les llevara a los hombres el sentido moral y la justicia. Hermes le plantea a Zeus si debe repartir esos dones tal y como están repartidos los conocimientos: el médico ignora cómo se hace un zapato, y el zapatero cómo se levanta una casa, etc. “¿También ahora la justicia y el sentido moral los infundiré así a los humanos, o los reparto a todos?” “A todos, dijo Zeus, y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades, si sólo algunos de ellos participaran, como de los otros conocimientos. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad.”[7]
Todo el mundo, por lo tanto, está capacitado para intervenir en política, pues todos hemos recibido el sentido moral y de la justicia. Y será la paideia la encargada de potenciar estos dones convirtiendo al joven en un excelente guerrero, legislador o habitante de la polis. La educación griega, al menos en manos de Homero, Sócrates y Platón, va encaminada a la consecución de inmejorables ciudadanos. A ello van a dedicar una buena parte de su filosofía y de su literatura. Y por eso mismo no aceptarán que su voto tenga el mismo valor que el de un carnicero, tierra sin cultivar, que no se ocupa sino de sus ganancias y de su provecho.
Cuando escribe Plutarco, en el siglo I de nuestra era, Grecia ha caído bajo el domino romano. Y son otras las exigencias de la educación del momento. La sociedad de Sócrates y Platón ya no existía. Plutarco, resuelto el problema del parentesco: no engendrar hijos estando bebido, ni engendrarlos con cortesanas o concubinas para evitar burlas a nuestros descendientes,[8] comienza por plantearse la necesidad y la importancia de la educación. Para él esta no tiene precio. A fin de ilustrarlo cuenta una breve anécdota. Un padre, vacío de inteligencia y sentido, buscando una ignorancia barata, le preguntó a Aristipo cuánto le cobraría por la educación de su hijo. Al decirle este el precio, se quejó el hombre aduciendo que con ese dinero podía tener un esclavo. Y así, le dijo Aristipo, tendrás dos esclavos, tu hijo y el que compres”.[9]
No menos importante que los padres son las compañías. Para dejarlo claro, Plutarco echa mano de un viejo refrán: si habitas con un cojo, aprenderás a cojear.[10] Y, por fin, llegado el niño a la edad de ser puesto bajo la dirección del pedagogo, Plutarco se ocupa de este. Conviene recordar antes que lo que se busca con la paideia actual, la de la época de Plutarco, es saber con qué métodos pueden llegar a ser [los hijos nacidos libres] buenos en sus costumbres.[11]
Plutarco va tras una enseñanza de tipo moral, suponiendo que haya alguna que no sea moral, amoral o inmoral. No obstante, y a diferencia de otras educaciones, o sistemas educativos, Plutarco no habla de materias de estudio, salvo de la filosofía, quizás porque estas estaban entonces muy claras, mientras que hacía falta, por lo que se ve, insistir en la parte ética de la educación. El pedagogo, a tal fin, no será un elemento pasivo que se limita a dominar unas materias sino un espejo donde mirarse. Y así se debe buscar para los hijos unos maestros que sean irreprochables por su género de vida, irreprensibles en sus costumbres y los mejores por su experiencia, pues la fuente y raíz de una conducta intachable es casualmente una buena educación.[12]
Ni en la misma Grecia era esto tan fácil de lograr como pueda parecer. Ya en la Antigüedad había problemas entre maestros y alumnos, y maestros y padres. Corromper esas relaciones, negando la autoridad de unos sobre otros, es estar sometidos a la tiranía. Y así como en una nación hay microclimas, también hay, o puede haber, microtiranías dentro de una aparente democracia. Platón advirtió en contra de ello:
En semejante Estado [en la Tiranía] el maestro teme y adula a los alumnos y los alumnos hacen caso omiso de los maestros, así como de sus preceptores; y en general los jóvenes hacen lo mismo que los adultos y rivalizan con ellos en palabras y acciones; y los mayores, para complacerlos, rebosan de jocosidad y afán de hacer bromas, imitando a los jóvenes, para no parecer antipáticos y mandones.[13]
Algo similar nos ha sucedido a nosotros. La educación y la justicia se han olvidado de que deben ser las guías que marquen el camino al arbolito que se está desarrollando[14], y han permitido que este crezca y se extienda por donde quiera y como le plazca. Son tantos, en la sociedad actual, los derechos que tienen los adolescentes que educarlos resulta prácticamente imposible. Máxime cuando hay por el medio unos padres condescendientes y permisivos, dado que es más fácil reír las salidas de tono que corregirlas. El resultado de no invertir en educación, o de halagar al joven en demasía, de despreocuparse de él porque educar es muy pesado, y de darle siempre a este la razón, es la depravación, la corrupción y el vicio. Los padres se dan cuenta de sus errores, si lo hacen, cuando ya no sirve de nada. Plutarco afirma que el único punto capital de la vida, primero, medio y último, es una buena educación y una instrucción apropiada, y afirmo que estas cosas son las que conducen y cooperan a la virtud y a la felicidad. El resto de los bienes son humanos y pequeños y no son dignos de ser buscados con gran trabajo.[15]
Es la filosofía la primera arma que se debe utilizar para obtener buenos frutos de la juventud. No hay que descuidar, desde luego, la medicina y la gimnasia en relación con el cuerpo. Pero sólo la filosofía es remedio de las debilidades y sufrimientos del alma, ya que por medio de ella y con ella, es posible conocer qué es lo bello y qué lo vergonzoso, qué lo justo y qué lo injusto, qué cosa, en resumen, hay que buscar y de qué cosa hay que huir.[16] Y lo que se debe buscar siempre, y por encima de todo, es el justo medio y el dominio de las pasiones, sobre todo de la ira.[17]
Recordemos que Plutarco busca métodos para que los jóvenes sean buenos en sus costumbres. Y un papel fundamental en esto lo van a jugar los padres. Ante todo es necesario que los padres con su conducta intachable y haciendo todo lo que deben se ofrezcan a sí mismos como ejemplo claro para sus hijos, para que mirándose en la vida de éstos como en un espejo, se aparten de las obras y palabras vergonzosas.[18]
El problema, sin embargo, no reside únicamente en los padres y en la absurda libertad que les dan a sus hijos. Platón va un poco más allá: Cuando un Estado democrático sediento de libertad llega a tener como jefes malos escanciadores, y se embriaga más de la cuenta con ese vino puro entonces, pienso, castiga a los gobernantes que no son muy flexibles ni proporcionan libertad en abundancia, y los acusa de criminales y oligárquicos.[19]
Y es de esa condescendencia del Estado de donde, según Platón, derivan todos los males: Y así ese mismo Estado a los que son sumisos con los gobernantes los injuria como a esclavos voluntarios y gente sin valor; a los gobernantes que son similares a los gobernados, y a los gobernados que son similares a los gobernantes es a quienes alaba y rinde honores en público y en privado.[20] No se puede ser más claro ni contundente: un Estado corrupto generará una sociedad de corruptos, y será con ellos con los que se encuentre a sus anchas. Y ahí nada tienen que hacer ni la virtud ni la filosofía, ni, por supuesto, la educación.
Todo lo dicho hasta ahora, tanto por Plutarco como por Platón, nos parece muy adecuado y útil para los fines de aquellas lejanas paideias, y curioso cuanto menos. Sin embargo, y pese a todo ello, no tarda nada en surgir la inevitable pregunta: ¿Sirven estas teorías, esta paideia de la vieja Grecia, para el mundo actual o son pura arqueología? O dicho de otro modo: si lo que se deseaba en aquella época era conseguir buenos ciudadanos, o ciudadanos buenos en sus costumbres, y a ello iba dirigida la paideia, deberíamos preguntarnos cuál es la finalidad de la educación en el mundo de hoy. ¿Qué se pretende conseguir en aulas y en las universidades actuales? ¿Y hasta qué punto los padres y los gobiernos están implicados en el sistema educativo y los profesores son virtuosos? Los gobiernos, ciertamente, a menos que velen por los buenos intereses de los ciudadanos, es mejor, si no lo hacen, que no se inmiscuyan, pues viene siendo ya habitual utilizar, o tratar de hacerlo, el sistema educativo como un arma política que cambia cada cuatro años sin moverse del sitio. O hacer planes y más planes sin contar más que con sus réditos electorales: de ahí que cada vez la educación esté más vacía de educación y de materias. La filosofía, por supuesto, ha pasado a mejor vida. Y en su lugar se ha instalado la televisión, Internet y toda una serie de herramientas que, muy a menudo, son desconocidas por los padres y hasta por los profesores. No es que estemos en contra de las nuevas tecnologías, es que ha quedado como norma de adaptación de la escuela al medio, el impartir clases para enseñar utilizar estas herramientas (?), que manejan los supuestos alumnos mejor que nadie. Lo que habría que hacer, actualizando a Plutarco, un buen discípulo de Platón, es explicar filosofía a fin de lograr que los jóvenes pudieran criticar o apartarse de muchas de las páginas que caen en sus manos, y ante las cuales están indefensos. Muy a menudo lo más viejo es lo más moderno, y lo más moderno no es sino un barniz para ocultar la impotencia. Dicho con palabras de Plutarco es como si uno se preocupara del calzado, pero tuviera poco cuidado del pie.[21]
Vivimos en un mundo desestructurado en el que, a menudo, falta un referente, cuando no los dos. Y demasiadas veces estos son sustituidos por actores y héroes creados para mover dinero y hacer negocio. Tal vez sería interesante buscar una escuela donde el alumno participara un poco más, y que las enseñanzas fueran más dinámicas, y no a través de máquinas y aparatos sino haciendo debates, dando protagonismo a los jóvenes, dirigiendo sin dejarse ver, y educándoles el sentido artístico y filosófico. Es posible que, de este forma, obtuviéramos buenas personas hasta de los que prometen poco y excelentes ciudadanos. Esto, por supuesto, nunca lo va a permitir ningún Estado, porque los alumnos, no lo olvidemos, tienen que aprobar la PAU, la reválida o como lo quieran llamar; pero tal vez, en un futuro no muy lejano, también haya tiempo para ocuparse del pie, del medio en el que mueven. No se pierde nada con intentarlo. Y muchos padres, antes de ir a protestar por las notas de sus hijos, amonestaciones o llamadas de atención, deberían leerse el libro de Plutarco. Tal vez no fuera mala idea hacer ediciones de bolsillo y regalarlo estas Navidades. Seguramente muchos de ellos no lo leerán, pero la esperanza es lo último que se pierde. Dicen. Y en educación es muy importante. La esperanza.


[1]    Plutarco, Sobre la educación de los hijos, en Obras morales y de costumbres, I. Introducción, traducción y notas de Concepción Morales Otal y José García López, Editorial Gredos, Madrid, 2008, 4 3A
[2]    Plutarco, Ibidem, 4 B
[3]    Plutarco, Ibidem, 4 B
[4]    Plutarco, Ibidem, 4 B
[5]    Plutarco, Ibidem, 4 E F
[6]    Platón, Diálogos, Protágoras, Traducción de Carlos García Gual, Editorial Gredos, Madrid, 2003, 322 b.
[7]    Platón, Ibidem, 322c, d.
[8]    Plutarco, Ibídem, 2 B, 3
[9]    Plutarco, Ibidem, 7 F
[10] Plutarco, Ibidem,6 4A. La versión española es; el que va con un cojo al año cojea y sino renquea.
[11] Plutarco, Ibidem,1
[12] Plutarco, Ibidem, 7 B
[13] Platón, República, Traducción de Conrado Eggers Lan, Ed. Gredos, Madrid, 2006, VIII 563b
[14] Plutarco, Ibidem, 7 B
[15] Plutarco, Ibidem, 8 D
[16] Plutarco, Ibidem, 10 D
[17] Plutarco, Ibidem, 10 F
[18] Plutarco, Ibidem, 20
[19] Platón, República, VIII 562 d
[20] Platón, Ibidem, VIII, 562 e
[21] Plutarco, Ibidem, 7 E

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