La tarde se dibujaba en un ocre naranja. El pavimento
soltaba los vapores de la caldera en que se convirtió durante la mañana llena
de estiaje.
Pero a Fermín no le preocupaba el
calor para nada. Sentado en la banca del parque “Niños Héroes” daba fe
testimonial de los efectos de los inclementes rayos solares de un junio en
extinción. -50 grados a la sombra-recordó el reporte del tiempo en la radio.
Levantó la vista y observó las hojas
del nogal apenas en un movimiento leve. – lo bueno que esta esté arbolito- y
pensó en las personas que no tienen su suerte.
Se quedó viendo a un par de pichones
guarecidos en la iglesia de enfrente.
Entonces se acordó. ¿Dónde estará
Antógenes? Esa era su real preocupación.
Volteó a ver a su compañero de
banca. ¿Crees que venga Antógenes?
-Quien sabe, eso es muy raro ya
que siempre nos acompaña-. No te preocupes Fermín a de andar por ahí
husmeando o escondiéndose del calor.
Fermín escuchó a su compañero mientras
miraba a una pareja de novios prodigarse caricias.- A estos sí que les afecta
el calor- .
¿Crees que venga Antógenes?
Quién sabe.
Un silencio los envolvió tanto que
se escuchaba como el calor se evaporaba al caer la noche.
Su compañero terminaba de leer el
periódico cuando llamó su atención un recuadro textual.
-Mira Fermín, “Un sexagenario murió
la noche anterior víctima de insolación ya que se expusó mucho
tiempo a los rayos solares, según relatan familiares de la víctima que se
llamaba Antógenes Garza”-terminó la lectura del periódico.
-Ahh, mira por eso no vino- dijo con
asombro Fermín.
¿Crees que venga por nosotros como
lo prometió?
-Quien sabe, pero mejor nos vamos ya
vez que Antógenes siempre cumplía sus promesas-.
Los dos se pararon de la banca y
apenas dieron unos pasos cuando Antógenes venia hacia ellos saludando con la
mano levantada.
Y la noche cayó como plomo.
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