Portada: Monumento 11-M (cortesía José Luis Ayuso)
II
Por haber perdido el arma de la información y de la comunicación, algunos países perdieron progresivamente su alma.
Desde su salida del norte y del sur, los españoles nunca devolvieron la cara ni para despedirse de los más de tres millones de hispanohablantes de su ex protectorado.
No quería saber nada y nada supo.
En cambio Francia y posteriormente Estados Unidos lograron utilizar a fondo el arma de la información, diseminando fácilmente la intoxicación y la realidad.
En ausencia de su antigua socia en la colonización de Marruecos e imperando sin rival sobre sus acciones de «cooperación» nunca desinteresadas, Francia transformaba tranquilamente el « prèt-à-porter» en un «prèt-à- penser» en dirección de una élite o bien formada en Francia, según determinados cartabones, o bien reconvertida y readaptada al modelo galo.
Sólo la TVE y algunas estaciones de radio como Cadena SER, COPE o RNE seguían constituyendo en el norte del país «colonialismos sin querer» sin estrategias de comunicación aptas a este tipo de incondicionales oyentes ni interés por lo que podría ser rentable culturalmente a corto plazo y económicamente a largo plazo.
La opacidad, miopía y falta de ambición en la política cultural de los sucesivos gobiernos de la ex potencia colonial en el norte y el sur de Marruecos, disuadió a los que, concientes de la realidad, insistían aún en luchar contra molinos de vientos «culturalmente» intrusos a deponer sus sables de madera y a subir al tren tricolor. Ante aquél océano de frialdad e indiferencia hasta el «españolizado» Sahara tuvo que resignarse y postergarse ante la lengua de Moliĕre.
Francia explotó ingeniosamente los sectores de la cultura, ciencia y tecnología a través de una seudo-financiación de la formación y la investigación.
En una entrevista acordada al entonces director del diario El País, Joaquín Estefanía en el palacio real de Marraquech[1], el difunto Rey, Hassan II le recordó que, a título de ejemplo del desinterés de los responsables españoles por su cultura universal, en la ciudad de Tetuán habían decenas de escuelas españolas y que pese a sus consejos sólo quedaban dos o tres.
El ex director de El País se quedó perplejo al escuchar de la boca del difunto soberano que, desde su acceso al trono siempre obraba para que sus próximos colaboradores hablaran el castellano.
Sin embargo, poco a poco, con el pretexto de su solidaridad «militante» en su defensa contra las agresiones de las que son o pueden ser objeto en su país los militantes de organizaciones de derechos humanos o los profesionales de la prensa en el amordazamiento de sus autoridades, la «sociedad civil» gala remplazaba tranquilamente a su homóloga española, desafiando la proximidad geográfica y las afinidades históricas de sus nuevamente colonizados culturalmente.
En las décadas de los 60 y 70 comenzaron las primeras avalanchas de los inmigrantes desde la ex zona española de Marruecos hacia Francia. 10, 20 o 30 años después regresaron al país hechos unos auténticos portavoces del saber hacer francés. La TVE y más tarde la proliferación de las televisiones privadas como Antena 3, Tele-Cinco y otras televisiones autonómicas se encargaron de la misión imposible de rescatar un atavismo literalmente eclipsado por una xenofobia lingüística y por una total ausencia de curiosidad e inclinación hacia las cosas del vecino del sur.
La negligencia de los sucesivos inquilinos de la Moncloa por los asuntos del vecino marroquí pasó factura a los gobiernos que comenzaron en la década del 90 a incluir en sus conceptos y concepciones geopolíticas a sus vecinos próximos, entre ellos aunque de manera artesanal, Marruecos.
Desde 1991, fecha de la primera ley sobre la inmigración, España comenzó a sentir una imperiosa necesidad de alimentar algunos de sus sectores de actividad que carecían de la mano de obra necesaria ni suficiente como la agricultura, la industria, la construcción y el sector terciario. 16 años después, sobre los casi 15 activos en España, 240 000 marroquíes o de origen marroquí de los 604 000 censados con residencia o permiso de estancia en España tenían un empleo. O sea: el 1’6%[2].
Casi 17 años. Es decir: media generación, con lo que ello acarrea en tanto que evolución cultural cuando no sismo identidario, sometida a la relación seguridad-inseguridad laboral: En el segundo trimestre del 2007 el número de los parados marroquíes en España ascendía a la inquietante cifra de 400 000 personas. Lo que representaba el 12% de la población inmigrante en España y el 5% de la población activa total[3].
2004-2007: para los inmigrantes magrebíes en España de mal a peor. Si a ello sumamos las mil y una redada de la policía española: Operaciones Saeta en abril del 2005, Sello I en junio del mismo año, Tigres asimismo en junio del 2005 y Sello II en enero del 2007 entre muchas otras podemos formar una escueta idea del estado de ánimo de esta media generación que poco conocía del país de origen pero mucho de ritos intrusos, impactantes en un tejido permeable y vulnerable, gracias a un mestizaje mal concebido y peor profesado.
Se pasaba, casi de puntillas, de una integración tranquila y programada a un enfrentamiento violento y sistemático.
La armoniosa y « ejemplar» o « modelo a seguir por otras comunidades de inmigrantes en España» integración de los marroquíes en el país de acogida (Cataluña) como lo calificaron el ex alcaldes de Tarragona, Miquel Nadal o de Vilanova del Cami, Joan Vich i Adzet,[4] se convirtió en una amenaza y motivo de desconfianza y parquedad.
Era el síndrome de un extremismo adquirido.
Las ovejas negras eran escasas. Pero las suficientes como para servir a los no pocos «morófobos» de España a no escatimar esfuerzo alguno para identificar la ínfima minoría con la abrumadora mayoría de los inmigrantes marroquíes en España.
Algunos «integrados» en altas instancias dirigentes en los centros de poder o de oposición en España prefirieron desmarcarse del «delicado momento» que atravesaban sus compatriotas afincados en España, esperando mejores momentos para la atracción de votos[5].
Desde el 11-M la travesía del desierto del inmigrante marroquí en España ha conocido diferentes inflexiones en diversas épocas. Lo que dio lugar a la emergencia de una nueva conciencia mas adaptada a la realidad socio-política del entorno en donde vivían y más acorde a los imperativos de una indispensable, cuando no urgente integración en previsión de otros «San Quintines».
En este contexto se enmarcaba la carrera contra –reloj, a menudo desordenada y sin pautas de la legalidad administrativa precisa o concisa, hacia la obtención de la nacionalidad española.
Se preparaba a lo peor. A la inmensa mayoría le bastaba el estatuto de «ciudadano de tercera», generador de votos y de victorias electorales y que, con el paso del tiempo se demostró que prefería permanecer en su «no mans’land» patriótico e incluso identidario.
De privilegio, la nacionalidad española paso a ser, una acuciante necesidad.
[1] El autor era entonces traductor simultáneo de Hassan II.
[2] Cataluña con 200 000 personas, seguida de Andalucía con 89 000 y Madrid (Castilla-La Mancha) 68 000 marroquíes.
[3] 10.4% de los hombres y el 10.5% de las mujeres.
[4] En sendas entrevistas del autor con las dos autoridades locales catalanas
[5] Algunos y no todos porque a titulo de ejemplo se debe rendir un especial homenaje a la acción del diputado socialista en la ciudad condal de origen marroquí, Mohamed Chaib quien defendió a capa y espada lo que creía justo.
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