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jueves, 11 de septiembre de 2014

FANTASMAS AMIGOS, por Carlos Alejandro Nahas, de Buenos Aires, Argentina



Cada una de esas fichas estaba elaborada con una extraña mezcla de bohemia y calidad. Eran de ébano y marfil. Ébano para el culo y marfil para los puntos. En la separación de cada una de ellas un diminuto clavo de bronce unía las piezas. Y pesaban mucho, demasiado. Las fichas del dominó que religiosamente traía el gallego al bar cada vez que se juntaban. Las ponía meticulosamente en una caja que no desentonaba con el resto, de madera taraceada y cierre de tapa marrón.

            Esa tarde sucedió algo extraño. Como a mitad del partido, cuando Manolo golpeaba la mesa con sus fichas para hacer su jugada, la ventana del bar se cerraba al unísono. Luego de la tercera vez que ocurrió, el mozo fue y cerró la ventana con fuerza, casi con desmesura. Un minuto después le tocó de vuelta al Gallego y fue hacer “tac” con la ficha arriba de la mesa añosa y la ventana que nuevamente golpeó con estrépito. El pibe se levantó de la silla entre puteadas internas, cuando el Gallego lo interrumpió con un:
-        “Deja, nene. Por más que la cierres mil veces, se va a volver a abrir y cerrar con fuerza. Me dice que estoy jugando mal”.
Todas las caras se volvieron a Manolo. Le tocó de nuevo, apoyó la ficha de un golpe y ¡bam! se cerró la ventana. “Me tiene repodrido, hoy” dijo el peninsular. Los muchachos levantaron la vista del juego y arremolinándose alrededor de Manolo le entraron a preguntar “¿Cómo haces el truco? ¿Dónde está la joda?” y cosas por el estilo. Él, con sus años y sapiencia a cuestas, los interrumpió.
-        Es un fantasma, muchachos. ¿Se dejan de hinchar los huevos y seguimos jugando?
Encabezó la chirinada el Turco, tal vez porque era una buena historia y la única oportunidad en años de no contarla él. Despacio y con picardía lo chuceó:
-        A ver, ¿nos vas a decir que esa ventana que se cierra siempre y que coincide con una jugada tuya es un fantasma? ¿nos estás tomando el pelo?
-        “No, tiró el Gallego. ¡No se los digo, es, coño!” Acto seguido con su palma sobre la ficha la arrojó fuerte sobre la mesa y de nuevo se escuchó el ¡blam! de la ventana.
-        Nene, anda y cierra bien fuerte la ventana. Que no queden dudas. A lo que el mozo se volvió a levantar, miró la ventana de todos lados, agarró la manija con fuerza y cerró bien cerrado el pasador. Luego tiró la ventana hacia adentro y con mirada socarrona dijo: “Ya está bien cerradita, don Manuel”.
Cuando le tocó el turno al Gallego, volvió a arrojar con fuerza la ficha suya sobre la mesa y como por arte de magia la ventana volvió a abrirse y cerrarse con el mismo estrépito que la ficha de dominó. Fue cuando el Turco se paró y le dijo:
-        O nos contás qué mierdas es eso o nos rajamos todos de acá. Del cagazo, nomás.
Y mientras todos asentían con la cabeza el Gallego los miró a todos – dueño del bar incluido – y dijo con la misma falta de carisma de siempre:
-        Tan bien, les cuento. Pero para que no me rompan más los huevos, ¿estamos? a lo que todos entre gestos y palabras dieron su visto bueno.
-        Resulta que cuando yo me casé con la Ramona, hace casi cincuenta años, en los sesenta ¿se acuerdan? me hice cargo de la ferretería de mi viejo, esa que estaba a dos cuadras de la tienda del Turco.
-        ¿Cómo no nos vamos a acordar si yo era chico e iba a comprar remaches a lo de tu viejo?, le respondió el tano Brandán.
-        Bueno, la cosa que cuando yo me hice cargo la Ramona agarró la libreta del negocio y después de estar una semana haciendo cuentas un día me dijo: “Esto no va más Manuel, tu Papá no te lo habrá contado, pero este negocio está quebrado, no se puede hacer nada”.
-        El tema es que yo liquidé la ferretería de mi Viejo con lágrimas en los ojos, pero tuve que hacerlo. Pagar al que se podía y al que no, no. Después anduve como treinta años abriendo y cerrando boliches por toda Buenos Aires. Y en cada uno de ellos me iba peor y peor. Abría una fotocopiadora en Tribunales y a los dos meses me rodeaban el rancho con seis fotocopiadoras y encima con escribanos. Abría una pizzería en Villa Crespo y al rato me rodeaban la manzana las pizzerías de barrio y además con delivery. Ustedes saben muchachos las malas que pasé durante años.
-        Y no había caso – ratificaba el gaélico – tenía una leche puta. Pero puta, puta. Hasta que a la Ramona se le metió en la cabeza que estaba siendo perseguido por un fantasma. No me pregunten porqué, pero cuando a las mujeres se les pone algo en la cabeza, no hay Cristo que se las saque. Así que fuimos con la Ramona a cuando chamán, curandero, parapsicólogo y chanta que andaba suelto. Y todos decían lo mismo: Que tenía a un difunto enojado dándome vueltas. Finalmente el que la pegó fue “Oscarito” ¿Se acuerdan de Oscarito? Bueno, el coso tenía el boliche sobre Santa María, se vestía como Olmedo, una bola transparente sobre la mesa, todo el circo armado. El tipo me ve venir y me dice “¿Ud. echó alguna vez a alguien de algún lugar debiéndole dinero?” y ahí me cae la ficha. ¡¡Miguelito Fernández, el corredor de la fábrica de tuercas!! Una vez se apareció por la ferretería con tres pagarés firmados por el Viejo y yo le dije clarito: “Miguel, no me joda, no le voy a poder pagar en toda la puñetera vida”. La cosa es que el punto después de ese episodio conmigo, llegó a la casa y cayó fulminado del bobo. Así como lo escuchan.
Todos se quedaron pasmados mirándolo. El Ruso le preguntó: “¿Y, hiciste las paces con el ‘tomuer’?”. El Gallego le respondió:
-        Bueno, Uds. saben que desde hace como 15 años más o menos a la patrona y a mí nos va un poco mejor. No tiramos manteca al techo pero se dio esto de la mesa de dinero – entre paréntesis Turco, tengo la guita del cheque que me cambiaste la semana pasada, hacedme acordar que te la de – y andamos bastante bien. Yo con Miguelito hice las paces, le recé como 20 misas, le llevé flores al cementerio, y el coso se quedó tranquilo. No se fue, pero no me jode más. Se las va a tomar cuando me las tome yo. Ese fue el pacto, ¿nocierto Miguel?
Y en ese momento se escucharon clarito, clarito las ventanas del boliche como dos estampidos. Dos veces hicieron ¡blam, blam!
-        Y el Gallego concluyó: Dos veces quiere decir sí. Y una vez no. Y ya perdí de nuevo la partida, ¡le tendría que haber hecho caso a Miguel, coños!

2 comentarios:

  1. El fantasma se convirtió en un buen amigo.
    Un detalle, que no altera el nivel de relato. En donde escribiste pases, creo que va paces, plural de paz.

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  2. Gracias querido Demiurgo!! Ya lo he corregido!! Hasta al más pintado se le escapa la liebre!!

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