La calle es una pecera. La casa también. Esta ciudad nos
castiga todos los veranos, casi tanto como todos los otoños, inviernos y
primaveras. Hace siglos que en esta ciudad y en el país que la rodea resulta
difícil respirar (y no solo por la humedad).
Apago un cigarrillo casi consumido y consumidor de
su dueño en un pequeño cenicero multicolor. Es impresionante cuan repugnantes
se vuelven los ceniceros (que vacíos son hermosos y provocadores) cuando se los
llena de cenizas y de colillas marchitas. ¿Será la vida una especie de
cenicero? ¿Viviremos amontonando los restos de aquello que nos daña en su
fondo, en nuestro fondo?
Arrojo con desgano el suplemento literario del
diario. Tengo una ligera sensación de escozor al comprobar que todos los
literatos que menciona, y que son personas consagradas, han tenido el pésimo
gusto de nacer más o menos el mismo año que yo. Me consuela pesar que sentados
en sus húmedas cocinas y superado el orgullo de ver sus nombres y sus trabajos
comentados, sentirán la misma sensación de opresión que yo siento.
Nadie es una gran persona para su valet, se dijo.
Hoy ya no hay valets. Uno se viste a uno mismo. Uno es su valet. Nadie puede
ser una gran persona para sí mismo.
El gato salta sobre la mesa y me mira con ojos que
no me reconocen. Soy una parte del paisaje y solo me vuelvo una referencia
cuando lleno de comida su platito. El gato está indiferente a la humedad. O no
la registra o su sapiencia felina no lo rebela contra lo inevitable.
Me gustan los gatos. Son animales increíbles y se
han adaptado maravillosamente al contexto que los rodea. Hace apenas unos miles
de años que están entre nosotros y sin embargo aceptan con sabiduría, que nosotros no tenemos, el aquí y ahora.
Apenas recuerdo de mis vagos estudios del secundario
como fue su arribo. Los trajo una expedición famosa, la última de su tipo antes
de la Gran Guerra, que llegó hasta un pequeño mundo lleno de agua; un mundito
que orbita en el tercer lugar alrededor de una estrella mediana. La expedición
no encontró vida inteligente en esa oportunidad, aunque nuestros científicos
describen una especie de primate en el que ponían esperanzas de que
evolucionara hacia la conciencia.
¿Habrán evolucionado esos espantosos animalejos?
¿Serán capaces de pensarse a sí mismos? ¿Tendrán ciudades y en alguna de ellas
habrá quien padezca la segura humedad de un río cercano? ¿Les aterrará el paso
del tiempo? ¿Acaso habrán adquirido el feo hábito de fumar?
Uno de ellos que estuviera en mi lugar: ¿cerrará
lentamente sus únicos dos ojos
diciéndose que ya esta demasiado viejo para pensar tonterías, como hago
yo ahora?
Abro los ojos y me incorporo.
El prometedor primate: ¿alcanzará con sus pobres y
solitarios dos brazos la comida para su gato?, tal y como hago yo
con desgano con mis múltiples
extremidades mientras lleno el platito del mío.
El gato corretea y, por una vez, me dirige una
mirada como si reparara en mí.
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