Cada una de esas fichas estaba
elaborada con una extraña mezcla de bohemia y calidad. Eran de ébano y marfil.
Ébano para el culo y marfil para los puntos. En la separación de cada una de
ellas un diminuto clavo de bronce unía las piezas. Y pesaban mucho, demasiado.
Las fichas del dominó que religiosamente traía el gallego al bar cada vez que
se juntaban. Las ponía meticulosamente en una caja que no desentonaba con el
resto, de madera taraceada y cierre de tapa marrón.
Esa
tarde sucedió algo extraño. Como a mitad del partido, cuando Manolo golpeaba la
mesa con sus fichas para hacer su jugada, la ventana del bar se cerraba al unísono.
Luego de la tercera vez que ocurrió, el mozo fue y cerró la ventana con fuerza,
casi con desmesura. Un minuto después le tocó de vuelta al Gallego y fue hacer
“tac” con la ficha arriba de la mesa añosa y la ventana que nuevamente golpeó
con estrépito. El pibe se levantó de la silla entre puteadas internas, cuando
el Gallego lo interrumpió con un:
-
“Deja,
nene. Por más que la cierres mil veces, se va a volver a abrir y cerrar con
fuerza. Me dice que estoy jugando mal”.
Todas las caras se
volvieron a Manolo. Le tocó de nuevo, apoyó la ficha de un golpe y ¡bam! se cerró
la ventana. “Me tiene repodrido, hoy” dijo el peninsular. Los muchachos
levantaron la vista del juego y arremolinándose alrededor de Manolo le entraron
a preguntar “¿Cómo haces el truco? ¿Dónde está la joda?” y cosas por el estilo.
Él, con sus años y sapiencia a cuestas, los interrumpió.
-
Es
un fantasma, muchachos. ¿Se dejan de hinchar los huevos y seguimos jugando?
Encabezó la chirinada el
Turco, tal vez porque era una buena historia y la única oportunidad en años de
no contarla él. Despacio y con picardía lo chuceó:
-
A
ver, ¿nos vas a decir que esa ventana que se cierra siempre y que coincide con
una jugada tuya es un fantasma? ¿nos estás tomando el pelo?
-
“No,
tiró el Gallego. ¡No se los digo, es, coño!” Acto seguido con su palma sobre la
ficha la arrojó fuerte sobre la mesa y de nuevo se escuchó el ¡blam! de la
ventana.
-
Nene,
anda y cierra bien fuerte la ventana. Que no queden dudas. A lo que el mozo se
volvió a levantar, miró la ventana de todos lados, agarró la manija con fuerza
y cerró bien cerrado el pasador. Luego tiró la ventana hacia adentro y con
mirada socarrona dijo: “Ya está bien cerradita, don Manuel”.
Cuando
le tocó el turno al Gallego, volvió a arrojar con fuerza la ficha suya sobre la
mesa y como por arte de magia la ventana volvió a abrirse y cerrarse con el
mismo estrépito que la ficha de dominó. Fue cuando el Turco se paró y le dijo:
-
O
nos contás qué mierdas es eso o nos rajamos todos de acá. Del cagazo, nomás.
Y
mientras todos asentían con la cabeza el Gallego los miró a todos – dueño del
bar incluido – y dijo con la misma falta de carisma de siempre:
-
Tan
bien, les cuento. Pero para que no me rompan más los huevos, ¿estamos? a lo que
todos entre gestos y palabras dieron su visto bueno.
-
Resulta
que cuando yo me casé con la Ramona, hace casi cincuenta años, en los sesenta
¿se acuerdan? me hice cargo de la ferretería de mi viejo, esa que estaba a dos
cuadras de la tienda del Turco.
-
¿Cómo
no nos vamos a acordar si yo era chico e iba a comprar remaches a lo de tu
viejo?, le respondió el tano Brandán.
-
Bueno,
la cosa que cuando yo me hice cargo la Ramona agarró la libreta del negocio y
después de estar una semana haciendo cuentas un día me dijo: “Esto no va más
Manuel, tu Papá no te lo habrá contado, pero este negocio está quebrado, no se
puede hacer nada”.
-
El
tema es que yo liquidé la ferretería de mi Viejo con lágrimas en los ojos, pero
tuve que hacerlo. Pagar al que se podía y al que no, no. Después anduve como
treinta años abriendo y cerrando boliches por toda Buenos Aires. Y en cada uno
de ellos me iba peor y peor. Abría una fotocopiadora en Tribunales y a los dos
meses me rodeaban el rancho con seis fotocopiadoras y encima con escribanos. Abría
una pizzería en Villa Crespo y al rato me rodeaban la manzana las pizzerías de
barrio y además con delivery. Ustedes saben muchachos las malas que pasé
durante años.
-
Y
no había caso – ratificaba el gaélico – tenía una leche puta. Pero puta, puta.
Hasta que a la Ramona se le metió en la cabeza que estaba siendo perseguido por
un fantasma. No me pregunten porqué, pero cuando a las mujeres se les pone algo
en la cabeza, no hay Cristo que se las saque. Así que fuimos con la Ramona a
cuando chamán, curandero, parapsicólogo y chanta que andaba suelto. Y todos
decían lo mismo: Que tenía a un difunto enojado dándome vueltas. Finalmente el
que la pegó fue “Oscarito” ¿Se acuerdan de Oscarito? Bueno, el coso tenía el
boliche sobre Santa María, se vestía como Olmedo, una bola transparente sobre
la mesa, todo el circo armado. El tipo me ve venir y me dice “¿Ud. echó alguna
vez a alguien de algún lugar debiéndole dinero?” y ahí me cae la ficha.
¡¡Miguelito Fernández, el corredor de la fábrica de tuercas!! Una vez se apareció
por la ferretería con tres pagarés firmados por el Viejo y yo le dije clarito:
“Miguel, no me joda, no le voy a poder pagar en toda la puñetera vida”. La cosa
es que el punto después de ese episodio conmigo, llegó a la casa y cayó
fulminado del bobo. Así como lo escuchan.
Todos
se quedaron pasmados mirándolo. El Ruso le preguntó: “¿Y, hiciste las paces con
el ‘tomuer’?”. El Gallego le respondió:
-
Bueno,
Uds. saben que desde hace como 15 años más o menos a la patrona y a mí nos va
un poco mejor. No tiramos manteca al techo pero se dio esto de la mesa de
dinero – entre paréntesis Turco, tengo la guita del cheque que me cambiaste la
semana pasada, hacedme acordar que te la de – y andamos bastante bien. Yo con
Miguelito hice las paces, le recé como 20 misas, le llevé flores al cementerio,
y el coso se quedó tranquilo. No se fue, pero no me jode más. Se las va a tomar
cuando me las tome yo. Ese fue el pacto, ¿nocierto Miguel?
Y en ese momento se
escucharon clarito, clarito las ventanas del boliche como dos estampidos. Dos
veces hicieron ¡blam, blam!
-
Y
el Gallego concluyó: Dos veces quiere decir sí. Y una vez no. Y ya perdí de
nuevo la partida, ¡le tendría que haber hecho caso a Miguel, coños!
El fantasma se convirtió en un buen amigo.
ResponderEliminarUn detalle, que no altera el nivel de relato. En donde escribiste pases, creo que va paces, plural de paz.
Gracias querido Demiurgo!! Ya lo he corregido!! Hasta al más pintado se le escapa la liebre!!
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