El
público seguía atento la trayectoria de las pelotas que danzaban en al aire.
Uno, dos, tres piruetas después, cerraba magistralmente el espectáculo con la
mirada atónita de sus espectadores. Montó un monociclo para pasar la “charola” entre los asistentes.
Se escuchó el rugido de un león.
El payaso regresó a la realidad entre humo y olor a gasolina.
El asfalto era un comal a medio día.
¡Lo juro¡ , -dijo al policía- escuché un rugido, pensé que era un león.
-Le creo, la mayoría
de esos cafres se creen los reyes de la jungla de concreto- contestó
al infortunado y ordenó a los paramédicos que ya podían llevárselo.
El payaso del crucero ya no volverá a cautivar a su
público, el león partió a la mitad su columna y sus sueños circenses.
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