Ayer fui a Luján, caminando casi todo
el camino, como parte de la Peregrinación anual. Unos 30
años después de que lo pensara por primera vez, y nunca lo concretara por esa
pereza física y espiritual que entibia nuestra fe. Pero este año, cuando mis
hija de 18 y mi hijo de 17 plantearon que querían ir y si los acompañaba… lo
recibí no solo como un pedido de ellos, sino como una de las curiosas formas
que tienen Dios y la Virgen para enviarte un mensaje, para convocarte.
Fue una de esas
experiencias que marcan un hito en la vida. Podría llenar estas líneas con
frases hechas, pero prefiero expresar lo que vi, lo que sentí.
Vi la vida caminando de a
millones, en todas sus expresiones. Pasé por barrios residenciales y por
barriadas que hacen preguntarse cuantos años faltan para terminar con esa
maldita indigencia estructural. Vi la sana convivencia entre los chicos de las
parroquias de algunos barrios “bien” de Buenos Aires, con los pibes de las
parroquias de las villas porteñas y bonaerenses; el aliento mutuo entre los
caminantes de Mataderos y Morón, impensable si esos mismos se encuentran en un
Chicago contra el Gallito. Vi parejas caminando apoyados el uno en el otro,
ella con la camiseta de Boca y el con la de River. Claro que vi muchas más
camisetas de San Lorenzo que nunca, incluyendo la mía.
Vi una cadena sin fin de
puestos de venta de choripanes, bebidas, plantillas y átomos desinflamantes,
alternados por gente que te ofrecía sin pedir nada a cambio agua, pan casero y
bizcochuelo. Gente que cobra por usar el baño de su casa, y otros que te ofrecen
su jardín para que descanses. Y en Luján, una vez más, los mercaderes del
templo haciendo su agosto en octubre, y me imaginé a Jesús arrancando las tiendas
de cuajo.
Vi gente tomando alcohol y
bailando cumbia, y dicen que no falta quien rapiña. Pero vi muchos otros
rezando y cantando a la virgen. Ya lo había advertido, hablando de estas
Peregrinaciones, el Obispo Jorge, hoy Papa Francisco: es la realidad del pecado
que tenemos que acompañar.
Sentí que algo nos reunía y
nos unía a todos. Que más que el hecho de llegar y presenciar una misa más, la
cuestión en caminar. Si hasta hubo
muchos que llegaron tan extenuados que ni siquiera participaron de
ninguna ceremonia. Si la palabra Congreso viene del griego, “caminar juntos”,
bien le vendría a más de un legislador ver de qué se trata, participando de una
peregrinación.
Sentí lo que es la
solidaridad de carne y hueso. Con enfermeras masajeando pies con amor fraternal
y una doctora atándome los cordones porque ni siquiera me podía agachar.
¡Cuántas formas de lavar los pies tenemos, Señor!
Vi lo que es el cansancio y
el dolor llevados al extremo, por nada… utilitario, por un absoluto espiritual.
Traté de recordar si los peregrinos de todos los tiempos no estaban citados en
el elogio de la locura de Erasmo.
Sentí lo valioso que puede
ser un mate cocido caliente a las 2 de la mañana, y lo agradecido que
deberíamos estar por tener un techo y una cama. Escuché a una joven decir que
esto era lo más difícil que había hecho en su vida, para enterarme después que
tenía un posgrado con tesis aprobada.
Me emocioné pensando que ir
a visitar a nuestra Madre celestial era también una forma de reencontrarme con
mi Madre, que descansa desde hace más de un año. Pensé en mi papá y en mi
segundo papá, en los amigos que ya no están… acá. Casi lloré de alegría cuando vi a mis hijos llegando,
después de un “no puedo más” que los retrasó pero no los detuvo, del brazo y
sosteniéndose mutuamente como jamás lo admitirían sus egos adolescentes en
tiempos normales. Recé por los que quiero y muchos que no conozco, y me di
aliento pensando en el abrazo de mi esposa y mis hijos pequeños al volver a
casa.
Dice Francisco que una
parte de la Peregrinación es el regreso, la capacidad de regresarse, con una
comprensión nueva de todo lo vivido y de ahí seguir caminando. Y entonces
pienso que la peregrinación sigue hoy en casa, en familia, y mañana en el
trabajo y la ciudad, el país, el mundo. Habrá vendedores de choripanes y música
estridente por todos lados, pero rezo para que Dios me dé la capacidad de ver y
sostener ese hilo espiritual que nos hace a todos compañeros del camino.
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