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miércoles, 23 de octubre de 2013

PEREGRINAR, por Leonardo Hekimián, de Buenos Aires, Argentina.


Ayer fui a Luján, caminando casi todo el camino, como parte de la Peregrinación anual. Unos 30 años después de que lo pensara por primera vez, y nunca lo concretara por esa pereza física y espiritual que entibia nuestra fe. Pero este año, cuando mis hija de 18 y mi hijo de 17 plantearon que querían ir y si los acompañaba… lo recibí no solo como un pedido de ellos, sino como una de las curiosas formas que tienen Dios y la Virgen para enviarte un mensaje, para convocarte.

Fue una de esas experiencias que marcan un hito en la vida. Podría llenar estas líneas con frases hechas, pero prefiero expresar lo que vi, lo que sentí.

Vi la vida caminando de a millones, en todas sus expresiones. Pasé por barrios residenciales y por barriadas que hacen preguntarse cuantos años faltan para terminar con esa maldita indigencia estructural. Vi la sana convivencia entre los chicos de las parroquias de algunos barrios “bien” de Buenos Aires, con los pibes de las parroquias de las villas porteñas y bonaerenses; el aliento mutuo entre los caminantes de Mataderos y Morón, impensable si esos mismos se encuentran en un Chicago contra el Gallito. Vi parejas caminando apoyados el uno en el otro, ella con la camiseta de Boca y el con la de River. Claro que vi muchas más camisetas de San Lorenzo que nunca, incluyendo la mía.
Vi una cadena sin fin de puestos de venta de choripanes, bebidas, plantillas y átomos desinflamantes, alternados por gente que te ofrecía sin pedir nada a cambio agua, pan casero y bizcochuelo. Gente que cobra por usar el baño de su casa, y otros que te ofrecen su jardín para que descanses. Y en Luján, una vez más, los mercaderes del templo haciendo su agosto en octubre, y me imaginé a Jesús arrancando las tiendas de cuajo.
Vi gente tomando alcohol y bailando cumbia, y dicen que no falta quien rapiña. Pero vi muchos otros rezando y cantando a la virgen. Ya lo había advertido, hablando de estas Peregrinaciones, el Obispo Jorge, hoy Papa Francisco: es la realidad del pecado que tenemos que acompañar.
Sentí que algo nos reunía y nos unía a todos. Que más que el hecho de llegar y presenciar una misa más, la cuestión en caminar. Si hasta hubo  muchos que llegaron tan extenuados que ni siquiera participaron de ninguna ceremonia. Si la palabra Congreso viene del griego, “caminar juntos”, bien le vendría a más de un legislador ver de qué se trata, participando de una peregrinación.
Sentí lo que es la solidaridad de carne y hueso. Con enfermeras masajeando pies con amor fraternal y una doctora atándome los cordones porque ni siquiera me podía agachar. ¡Cuántas formas de lavar los pies tenemos, Señor!
Vi lo que es el cansancio y el dolor llevados al extremo, por nada… utilitario, por un absoluto espiritual. Traté de recordar si los peregrinos de todos los tiempos no estaban citados en el elogio de la locura de Erasmo.
Sentí lo valioso que puede ser un mate cocido caliente a las 2 de la mañana, y lo agradecido que deberíamos estar por tener un techo y una cama. Escuché a una joven decir que esto era lo más difícil que había hecho en su vida, para enterarme después que tenía un posgrado con tesis aprobada.
Me emocioné pensando que ir a visitar a nuestra Madre celestial era también una forma de reencontrarme con mi Madre, que descansa desde hace más de un año. Pensé en mi papá y en mi segundo papá, en los amigos que ya no están… acá. Casi lloré  de alegría cuando vi a mis hijos llegando, después de un “no puedo más” que los retrasó pero no los detuvo, del brazo y sosteniéndose mutuamente como jamás lo admitirían sus egos adolescentes en tiempos normales. Recé por los que quiero y muchos que no conozco, y me di aliento pensando en el abrazo de mi esposa y mis hijos pequeños al volver a casa.
Dice Francisco que una parte de la Peregrinación es el regreso, la capacidad de regresarse, con una comprensión nueva de todo lo vivido y de ahí seguir caminando. Y entonces pienso que la peregrinación sigue hoy en casa, en familia, y mañana en el trabajo y la ciudad, el país, el mundo. Habrá vendedores de choripanes y música estridente por todos lados, pero rezo para que Dios me dé la capacidad de ver y sostener ese hilo espiritual que nos hace a todos compañeros del camino. 

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