Ilustración Paula Velázquez Lanzmaier
Sin rumbo, sin orientación. Así viajó. Sólo con la esperanza de ser encontrado quién sabe cuándo, o dónde.
Recorrió tantas plenamares y bajantes que, por razones ajenas a su voluntad, lo alejaron de las costas. Tantas que ya perdió la cuenta.
Durante su travesía, mil y una veces se preguntó si todo eso valió la pena; si no hubiera sido mejor morir o agotarse en una playa lejana que en alta mar. Desesperado, claudicó en distintas oportunidades y abandonó la certeza tiempo atrás. Pero sin embargo, así como cada valle menguaba sus fuerzas, cada cresta reivindicaba su convicción.
Su existencia agónica resistió tras el candado de corcho.
En todo ese tiempo jamás imaginó que quien lo encontraría sería ella.
Dicen que el destino es el poder sobrenatural que guía las vidas de forma necesaria e ineludible. Quizás fue entonces él quien lo llevó a esa playa cuando Alicia hacía su aparición habitual sobre la arena.
Sus ojos entrecerrados por el sol y el cansancio de los años detectaron el brillo del frío vidrio y se acercó.
Levantó la botella, desgastada por el viaje, aún perfectamente cerrada. Bajó la vista y rezó como todos los días. Con la débil fuerza de sus artríticos dedos quitó el candado.
Cual niña que escucha una caracola, ella acercó la boca de vidrio a su oído y escucho el rugir las olas. No de las de su amada playa, sino de otras, con aroma a sales de otro mar.
Luego, con la fuerza de un alarido llegaron las palabras:
-“¡SOCORRO! ¡AYUDAME! ¡ESTOY PERDIDO!”
Y tras ellas, esa dulce y joven voz recordándole que la amaba, que la extrañaba como a nadie en el mundo.
- “Te envío este prisionero lamento sin esperanzas de hallarte, pero con el deseo frenético de nunca tener que decirte adiós.
He dibujado tu rostro en la arena y así me acompañas.
Me quedaré aquí, mirando el mar, porque sé que en otro lejano estás tú, midiendo cada ola. No me olvides, amor”.
Cuarenta años después el embotellado beso sabía igual que aquel de la despedida.
Tomando la botella entre sus manos y estrujándola contra el pecho, le respondió a la inmensidad del mar.
-“Aquí estoy Martín, en la playa, mirando este inmenso mar. No te olvidé”.
* Paola Finelli
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