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viernes, 14 de septiembre de 2012

AL ALBA, por Miguel Ábalos, de Montevideo, Uruguay

Eran las 3 de la mañana de aquel domingo de octubre. Sofía se sentó en la cama, recogió uno de los almohadones que tenía al costado y se lo colocó en la espalda. El sueño se le había escapado y era imposible alcanzarlo. A través de la cortina entreabierta de la ventana de su tercer piso, la luz de la luna iluminaba parte del cuarto.
            Tenía 54 años y estaba al final de su vida pero sus amigos no lo sabían... Disimulaba la delgadez de su rostro demacrado con un buen maquillaje y su espíritu alegre hacía el resto. Con los ojos abiertos en la penumbra, sin darse cuenta, empezó a retroceder en el tiempo y las imágenes aparecieron casi sin querer.
            Su niñez en el barrio Jacinto Vera, ahí, muy cerca de Garibaldi.  Su madre cosiendo para las señoras del barrio y su padre trabajando de albañil.  Se vio junto a Rosa  -su hermana mayor-  recibiendo los golpes del padre alcoholizado... su madre llorando, tratando de protegerlas.  También lo vio sonriente, regalándoles caramelos cuando estaba sobrio.
            Recordó la noche en que había tomado tanto que al entrar y querer pegarles, había caído al suelo y al otro día, en el mismo sitio, lo encontraron muerto...  Cómo su madre tuvo que trabajar más duro  para mantener la casa. Sofía tenía 18 años cuando murió su madre.  Al poco tiempo se casó Rosa, y ella se fue a vivir a una pensión.
            Los recuerdos seguían agolpándose atropelladamente en su mente. Sus primeras aventuras amorosas, el fracaso de aquel año de convivencia con su primer amor.
            Desde muy lejos se escuchaba el ladrido de los perros, Sofía prendió el tercer cigarrillo y recordó a Mario, lo más hermoso que le pasó en la vida... sonrió.
            Lo conoció trabajando en la tienda, él era corredor y había entrado a vender algunas cosas. Al poco tiempo la invitó a salir. Mario tenía veinte años más que ella.  Era muy divertido y la trataba bien, con compañerismo y cariño.  Tenía un apartamento en el Cordón cerca de la tienda.
            A los tres meses estaban viviendo juntos. Dormían abrazados. Los domingos -como no trabajaban-  él se levantaba antes, preparaba el desayuno y la despertaba con un beso.  Después se iban a la feria de Tristán Narvaja que les quedaba a tres cuadras, y tomados de la mano la caminaban toda.  A Sofía le encantaba que él la mimara comprándole todo lo que le gustaba. Después iban a comer a una parrillada. Mario, además de un compañero, era el padre que le habría gustado tener. Eran felices.
            Las cortinas se movieron, como estremecidas por la suave brisa fresca.
            Seguía pensando en Mario... su sonrisa se desdibujó. Lo vio quieto, a su lado en la cama, aquella amarga mañana en que ya no pudo despertarlo. Toda su alegría de vivir se había ido junto con él.
            Agonizaba la noche y se asomaban las primeras luces del alba. Apagó el último cigarrillo. Tanteó en la mesa de luz el frasco de somníferos, lo vació en su mano, estiró el brazo hasta el vaso con agua y de un sorbo se las tragó.
            Miró por última vez a su alrededor, se respiraba el silencio y una tenue luz penetraba tímidamente por la ventana. Se hundió en las sábanas y respiró profundamente.

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