De 101 coños. Ilustracions y Breves, textos de Carlos Maza Serneguet, Salvador Alario
Bataller e Iván Humanes Bespín, Ilustraciones de Vanesa Domingo Montón, Grafein
Ediciones, Barcelona, 2008
Carmina poseía una inteligencia
envidiable, además tenía el sexo hasta en el pelo, exuberante, como un fuego de
oro, y su cuerpo paraba la respiración. Bernardo era un tipo tan vulgar, que
más de uno creía que era falto. Por esas diferencias, nadie entendía se
hiciesen novios, ni mucho menos el ardor de que dieron muestras poco después.
La
pasión estalló, arrebatada, desconociendo límites. De los besos primeros, la
pareja llegó a los fuertes arrumacos y a comerse prácticamente en público. Por
aquel tiempo, alguien que era muy amigo de la chica me confesó una confidencia
que ella le hiciera, aunque la cosa resultaba cada vez más evidente: la
absoluta atracción que sentían el uno por el otro y su incapacidad para
reprimirse sexualmente. Por ello acabaron haciendo el amor en cualquier sitio,
en el parque, en la huerta, en una finca en construcción, en los lavabos
públicos, en la playa o en la oscuridad de un cine. Un día que iba paseando por
el campo, yo mismo los vi jodiendo debajo de una higuera, indiferentes a la
lluvia o al granizo.
Los enamorados siguieron con sus arrebatos y
cada vez se amaban con más violencia, sin preocuparse siquiera de ocultar los
moretones y las cicatrices de sus cuerpos, que se hicieron especialmente
evidentes en verano. Amantes, amentes (1). Fue una noche de agosto cuando se pusieron a
hacer el amor en la terraza de su finca, en la misma baranda, siempre buscando
el límite. Entonces sucedió, se perdió pie: sin un grito, envueltos en su
frenesí, se precipitaron copulando en el vacío.
(1) “Enamorados, locos”… Expresión de
Plauto
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